Obras para una pareja de actores
[caption id="attachment_1352" width="510"] Roberto Enríquez y María Adánez son los protagonistas de El pequeño poni[/caption]
La pareja es un reparto muy socorrido en el teatro actual. Inicio la temporada con dos obras que, además de estar escritas por autores contemporáneos y nacionales, solo exigen de una pareja de actores: El pequeño poni, drama sobre el acoso escolar, original de Paco Bezerra y servida por María Adánez y Roberto Enríquez (en el Bellas Artes); e Idiota, de Jordi Casanovas, tragicomedia pseudo-política con un notable Gonzalo de Castro y Elisabet Gelabert, y que inauguró ayer la nueva etapa del Pavón-Kamikaze.
A pesar de la aparente aspereza del tema que trata, el acoso escolar, El pequeño poni me enganchó de principio a fin, gracias a una narración dramática bien medida de Bezerra, la correcta puesta en escena de Luis Luque y los actores Roberto Enríquez y María Adánez, que hacen un buen trabajo. Y eso que esta es la típica obra de la que uno imagina su recorrido antes de verla. Entonces ¿cómo consigue su autor interesar al espectador con un relato que camina inexorablemente hacia el drama?
Un chaval está siendo objeto de bullying por sus compañeros de cole; la dirección del centro atribuye este comportamiento a que usa una mochila de colorines adornada con los célebres dibujos de My Little Pony, serie de animación que suele gustar mucho a las niñas de entre 7 a 10 años. Al director del colegio no se le ocurre mejor solución para detener el acoso que pedir a los padres del chaval que este deje de usar la mochila.
Desde luego que la respuesta del centro es lo más chocante de toda la obra, pero resulta que es una anécdota rescatada de la realidad. Según dice su autor, se inspiró en dos casos reales ocurridos en Estados Unidos, donde los centros optaron porque la víctima corrigiera su comportamiento. Me alegra pensar que este asunto ha llevado a las autoridades educativas (al menos en la Comunidad de Madrid) a imponer en los centros escolares un protocolo de actuación para estos casos, lo cual no es sinónimo de remedio mágico. Pero, que yo sepa, este protocolo no contempla precisamente la “rendición” de la víctima. Y, por otro lado, también me sorprendió de la obra que los padres no pensaran inmediatamente en sacar al niño de un lugar así.
Pero Bezerra se agarra precisamente a la respuesta del centro para desarrollar el conflicto, abriendo una brecha entre los progenitores, que se nos presentan al inicio como una pareja amorosa y feliz. Cuando el conflicto estalla, el padre se niega a acatar las medidas que el centro propone, mientras la madre está más interesada en una salida que evite estigmatizar socialmente a su hijo. Las discusiones del matrimonio nos irán revelando de qué madera están hechos uno y otro, y por qué actúan así. El padre es un hombre tozudo, que insiste en ganar la batalla legal al centro, la madre tiene un recorrido emocional más interesante, inicialmente busca pactar y guardar las apariencias, hasta que descubre las terribles lesiones psicológicas que sufre su hijo.
La escena más notable la sirve María Adánez, precisamente cuando nos confiesa sus miedos, el pacto secreto al que llega con el director y los sentimientos enfrentados y el dolor que le provoca saber que desde pequeñito su hijo es “diferente”. Adánez acierta con el tono dramático de la escena, está equilibrada y su inesperada desnudez emocional termina convirtiendo el momento en un gran acto de amor.
[caption id="attachment_1351" width="510"] Una escena de Idiota[/caption]
Respecto al estreno ayer de Idiota, hubo muchos amigos en la inauguración del Pavón-Kamikaze. Fue una noche hermosa. Los cuatro miembros del equipo se presentaron antes del comienzo de la función para agradecer el apoyo que tienen de la profesión y de los amigos e informar que en adelante las invitaciones se ofrecerán a cambio de un donativo de tres euros, como una manera de contribuir a financiar becas de dramaturgia que el teatro ha puesto en marcha.
Respecto a la obra, Idiota, es un texto para mayor exhibición de un cómico como Gonzalo de Castro, pues lleva al público de la comedia al drama con bastante adrenalina y personalidad. De Castro da vida a un hombre arruinado que se presta a un experimento psicológico a cambio de dinero con el que confía restaurar sus maltrechas finanzas. Y como no podía ser de otra manera tratándose de psicología, quien le someta al citado experimento es una fría y calculadora doctora alemana, Doctora Edel, que interpreta Elisabet Gelabert.
No sé si es la personalidad del actor la que ha contaminado al personaje o a la inversa, pero reí mucho con sus tics y gestos, con la caricatura de perdedor que De Castro dibuja en los primeros quince minutos y para lo que cuenta con unos diálogos estupendos de Casanovas y una dominante y verosímil antagonista como Gelabert. Pero transcurrida esta parte, el experimento psicológico se vuelve despiadado y la obra cambia de sentido: se aleja de la comedia y entra en el terreno de la intriga, el humor negro evoluciona hacia el drama. Y entonces De Castro saca su máscara de histrión, con toque de patética cobardía, pero también de gran enfado y mal carácter, hasta alcanzar un final que resulta bastante redondo. Quizá el actor debería frenar el tono que alcanza en algunos momentos, así como la velocidad de sus palabras, que dificultan la comprensión de lo que dice.
Israel Elejalde, que ha dirigido el espectáculo y que firma una puesta en escena de muy buena factura, me contó que augura un gran recorrido a esta pieza. La obra se estrenó en Barcelona y después de este estreno madrileño está ya confirmada la versión argentina a cargo de Daniel Veronese y también una mexicana. Elejalde subrayó lo prolífico que es Casanovas, capaz de escribir tres o cuatro obras al año y lo señaló como el recambio del exitoso Jordi Galcerán. Pero es otro estilo, pues el actual rey de la comedia no suele traicionar el género como ocurre en esta pieza, ya que no conozco ninguna obra suya que comience en clave de comedia y termine en drama.