[caption id="attachment_1523" width="510"] De izda a dcha: David Boceta, Paola Matienzo, Alberto Berzal y Ruth Díaz, elenco de Demonios[/caption]
Lars Norén (Estocolmo, 1944) pasa por ser el autor de teatro vivo de más prestigio de Suecia. Aquí hemos visto poco de él. La Abadía exhibió Fragmentos hace algunas temporadas (una coproducción europea con actores del teatro nacional de Gotemburgo que tuvo excelentes críticas) e incluso llegó a impartir un taller sobre el autor. El pasado jueves el Teatro Galileo presentó Demonios, otro de sus títulos medulares, dirigido por Julián Fuentes Reta y con producción de Azarte, la escuela de cine y teatro que dirige Paola Matienzo. Se puede ver hasta el 19 de marzo en el Teatro Galileo.
Norén, al que algunos han tildado del “Strindberg actual”, pinta en esta obra un mundo íntimo, cerrado, se diría que protegido por una capa de nieve de notable grosor como la que suele cubrir los largos inviernos suecos, donde cuatro personajes desnudan su insatisfacción ante la vida. No me quedó claro si esta historia que se nos cuenta trata de cómo los humanos convertimos la costumbre en una segunda naturaleza para sobrellevar más o menos la lucha de sexos que, según Norén, es la pareja; o lo que retrata es una sociedad cuyos habitantes andan más preocupados en conducir sus ególatras pesadumbres íntimas de pareja, sin que tengan claramente identificado el origen de sus conflictos.
Dos parejas nos descubren hasta qué punto se aburren con sus cónyuges. Son vecinos en el mismo edificio y deciden pasar una velada juntos que les servirá de espejo de sus fracasadas relaciones. La pareja anfitriona son dos pudientes profesionales, lleva juntos muchos años, no tienen hijos, y no se soportan, pero parecen haber establecido un ritual catártico con invitados que les permite insultarse, decirse lo que sienten, mostrar sus heridas y confiarnos que siguen juntos porque no pueden hacer otra cosa, incapaces de desembarazarse uno del otro. La otra pareja compone un joven matrimonio de un nivel social inferior, que acaba de tener un hijo, una situación que el padre vive como una “esclavitud” por lo que la posibilidad de una aventura sexual con su vecina es excitante, mientras la joven madre es una protectora mujer que acabará también cediendo al juego del intercambio. De manera que ninguna de las dos parejas disfruta de una relación equilibrada.
Dice el director de la obra, Julián Fuentes Reta, que Demonios es “uno de esos textos que trasciende nacionalidades, generaciones, estilos, a través de haber encontrado una herida común, y su capacidad para mostrarla”. Se podría decir que es un tipo de teatro con antecedentes evidentes: Bergman, Fassbinder, Cassavettes… E incluso esta obra fue adaptada al cine por el francés Marcial di Fonzo Bo. A mí, sin embargo, me parece que este texto transmite un reflejo y un ambiente muy de los países nórdicos; y se detiene en las postrimerías del siglo XX, cuando el estado del bienestar parecía haber esterilizado a estas sociedades de conflictos sociales (nunca tuvieron en exceso, la verdad), muy al contrario de lo que hoy ocurre en Suecia (el país europeo donde más violaciones de mujeres se dan y que sufre unos nunca vistos problemas inmigratorios). Quiero decir que el bienestar social de finales del siglo XX trajo un arte que se refugió en lo particular y personal, como esta obra escrita en 1984, que habla de demonios no identificados que devoran una relación de pareja.
Este ejemplo de teatro narcisista sigue un estilo yo diría que hiperrealista, por lo que tiene una gran dificultad de ejecución para los actores, les exige un alto grado de entrega e incluso de desnudez física. Se detiene en el detalle minucioso, y el texto está trufado con diálogos exasperantes a veces por demasiado pudorosos para ser dichos en público, otras discursivos, y otras donde el silencio o la acción es más importante que el texto dicho: Alberto Berzal y Paola Matienzo son la pareja protagonista, herida y en crisis permanente, prácticamente en el escenario casi toda la obra. David Boceta y Ruth Díaz son la pareja de invitados, los padres recientes. Los cuatro están más que convincentes y consiguen hacerse con las riendas de la obra, lo que no es poca cosa tratándose de un texto de la complejidad a la que antes me he referido.