[caption id="attachment_1603" width="560"] Juan Antonio Lumbreras y Elena González en La ternura, de Alfredo Sanzol[/caption]
Las dos horas que dura La ternura pasan volando. Dos horas en las que se habla de amor de una forma alegre y apasionada, siguiendo las aventuras de seis personajes condenados a entenderse. Alfredo Sanzol se ha propuesto escribir un texto y escenificarlo al más fiel estilo de Shakespeare en su vertiente de autor cómico, empresa arriesgadísima a mi entender. Pero yo creo que sale victorioso de ella porque su comedia, además de reunir algunas de las mejores situaciones burlescas de las comedias del inglés, está escrita con un lenguaje poético que recuerda prodigiosamente el del bardo, cosa todavía más ardua y difícil.
Con esta obra, que se representa en el Teatro de La Abadía de Madrid, Sanzol logra doctorarse como “poeta dramático” en grado alto. Su relato está salpicado de metáforas y armado con una arquitectura teatral en constante evolución dramática. El autor pamplonés ha empleado casi un año en escribir la obra, y para ello se ha leído y estudiado a fondo, e imagino que destripado dramatúrgicamente, las catorce comedias de Shakespeare en su objetivo de descifrar con su compañía de actores los resortes y las claves de la comedia. Todos los títulos de las obras del bardo se mencionan en los diálogos en algún momento de la pieza. La situación de partida de los personajes recuerda a Noche de reyes y a Como gustéis, pero también hay escenas claramente reconocibles de Sueño de una noche de verano y La tempestad. Así que absolutamente recomendada para los estudiantes de teatro, y creo también que los jóvenes disfrutarán mucho con esta pieza, así como el público en general.
El comienzo de la obra es muy prometedor, creí por un momento que Sanzol se iba a internar en un asunto tan actual como la “guerra de sexos”, pero no, abandona esta vía política para continuar por otra menos comprometida, pero jocosa: la Reina Esmeralda (Elena González) odia a los hombres porque como mujer siempre ha sido doblegada por estos. Ella, que es una intrigante y maga (como Próspero de La tempestad), ha decidido evitar los matrimonios concertados de sus hijas y huir con ellas a una isla desierta –ilusión de un paraíso preservado del mal, o sea, de hombres–. Cuando las tres mujeres llegan a la isla comprueban que no están tan solas como creían; encuentran a tres leñadores, lo que les obliga a camuflar sus identidades bajo el uniforme de unos tercios españoles (como le ocurre a Viola en Noche de reyes).
El éxito del espectáculo está también en el cuadro de cómicos con el que cuenta. El autor escribió la obra de forma paralela a tres talleres de investigación sobre la comedia que realizó con sus habituales compañeros de viaje: Juan Antonio Lumbreras, Paco Déniz, Natalia Hernández, Javier Lara, Elena González y Eva Trancón (los mismos que participaron en su anterior montaje, Edipo rey). Así que las situaciones cómicas y los diálogos han sido “probados” como si se tratara de un laboratorio. Los malentendidos que producen las identidades superpuestas son un filón increíble para el humor y la burla. Sanzol les ha escrito unos diálogos ingeniosos y los actores sacan gran provecho de los juegos amorosos que se establecen entre el trío de hombres y el trío de mujeres travestidas y que, por tanto, se presentan como amores homosexuales (como ocurre en Noche de reyes y en Como gustéis).
Hay escenas divertidísimas: el comienzo de los tres leñadores echando pestes de las mujeres, cuando el trío de mujeres-soldado equivocan sus barbas y bigotes; la escena en la que el Hombre de Marrón (Lumbreras) diagnostica “un problema de próstata” al capitán, o sea a la Reina Esmeralda; o la del cigarrillo que provoca enamoramientos en cadena en evidente referencia a Sueño de una noche... Me encantó por lírica y a la vez divertida la del Hombre de Azul Cielo (Javier Lara) que ve a una mujer por primera vez, él no ha conocido dama pues fue confinado en la isla desierta por su padre con tan solo cuatro años; Lara es un actor extraordinario y transmite una inocencia que le va mucho al personaje.
Siento debilidad por Paco Déniz, después de su personalísimo mayordomo en Jardiel, un autor de ida y vuelta, su Hombre de Verde Mar es tronchante; con su fisonomía tosca y a la vez con aire de despiste, sin malicia; desternillante la escena en la que se suplanta a sí mismo pero con voz de Reina Esmeralda. Qué decir de Juan Antonio Lumbreras, un actor que provoca la empatía del público nada más aparecer en escena y abrir la boca, con esa entonación tan personalísima. Y otro tanto para Natalia Hernández, presencia y voz muy particular, nacida para este género. Bien también Eva Trancón y Elena González, que completan a esta simpática tropa, felizmente compenetrada.
Ya he dicho en alguna otra ocasión que creo más difícil hacer reír al público en el teatro que hacerle llorar. La comedia debe esquivar el aburrimiento, mantener al espectador en una tensión relajada. Y, sobre todo, encontrar un buen final, un cierre redondo, uno de los puntos débiles y de más complicada resolución del género. Pues bien, Sanzol logra también un buen final, se dirá que copiándolo del bardo, pero hasta para eso se necesita talento. Corran a ver a estos actores a La Abadía, lo pasarán en grande, pero también reflexionarán sobre lo que Sanzol, en diálogo con Shakespeare, nos quiere decir: el amor, fuente de éxtasis, procura también dolor; triste existencia la del que evita este sufrimiento.