[caption id="attachment_1676" width="560"] Escena de Five Easy Pieces, de Milo Rau, en las Naves de Matadero[/caption]

Había oído hablar de Milo Rau (Berna, Suiza, 1977), de su teatro de inspiración periodística, de su trayectoria tan laureada (Premio 2016 del Instituto Internacional del Teatro), de su International Institute of Political Murder, pero nunca había visto una de sus obras. Más de una semana después de la representación de Five Easy Pieces, en las Naves de Matadero, siguen latentes en mi cabeza los pequeños actores de este montaje alucinante y controvertido, inspirado en la terrible historia del pederasta belga Marc Dutroux. No es el relato de aquel horror lo que me desconcierta de esta obra, sino los efectos de su forma narrativa: el “experimento teatral” al que asisten los espectadores, en el que chavales de entre 8 y 13 años interpretan una historia con una abrumadora verosimilitud.

Él define su experimento como "teatro de niños para adultos". El título de la obra -Five Easy Pieces,- no es arbitrario, remite a las composiciones de título homónimo que Stravinski realizó para que sus hijos aprendieran piano. De igual forma, el autor concibe estas piezas teatrales como textos para ser ensayados por actores, en este caso niños, a los que, sin entrenamiento artístico y con una breve experiencia vital, obliga a representar personajes adultos que viven situaciones muy muy dolorosas, terribles y extremas.

Rau elabora una dramaturgia muy hábil que suaviza lo truculento del tema y que establece hasta tres niveles narrativos. Un actor adulto, Peter Seynaeve, sale a escena con los niños. Él es un director y dramaturgo que se propone filmar una película con los chavales. Al comienzo, asistimos a una especie de casting en el que el director los va presentando y les lanza simpáticas e irónicas preguntas sobre sus gustos artísticos y hobbies, creando un ambiente relajado y en el que él mismo hace reflexiones en torno a la naturaleza del teatro. El director está oculto en una esquina de la escena, pero vemos su rostro en una pantalla que cuelga del centro del foro.

El segundo nivel narrativo es el guión de la película, las escenas que los niños interpretan y que el director filma, basadas en los acontecimientos en torno a Dutroux. En cada una de las cinco escenas participan uno o más actores, y algunas tienen una réplica exacta en la pantalla pero en este caso interpretada por adultos, lo que nos lleva al tercer nivel narrativo. En estos dos niveles se va contando la evolución de los hechos relacionados con el caso Dutroux. Las escenas son cada vez más difíciles, el dolor y la crueldad de los temas aumenta.

Se nos dice en el programa de mano que el espectáculo no está interesado en hablar del asesino y de su psique. Y es verdad. He leído luego en una entrevista a Rau que elige este asunto porque comprueba, a través de trabajos escénicos precedentes, que Dutroux se ha erigido en una especie de mito de la decadencia de Bélgica, un país artificial creado en el siglo XIX, explica, y que la figura de este asesino le va a permitir contar la historia del país. Si este es el posicionamiento ideológico del autor, es fácil imaginar que el relato no será positivo.

Sin embargo, la historia de Bélgica sirve solo de telón de fondo, apenas se dan unos brochazos sobre acontecimientos como la independencia del Congo, la caricatura que se ofrece de la monarquía o la marcha blanca (protesta masiva de los belgas contra la ineficacia del gobierno de entonces ante el caso Dutroux). Yo creo que el experimento de Rau está más interesado en investigar los límites del teatro y de la realidad y en desmontar las teorías de un método científico de interpretación que, desde Stanislavski, se ha ido formulando y poniendo en práctica a lo largo del siglo XX.

Es sorprendente comprobar cómo los chavales, guiados por su director, pasan de un estado de tranquilidad aparente, en la que se muestran como actores a la espera de entrar en su escena, a interpretar pasajes de gran crueldad. Hay un momento en el que el director le pide a uno de ellos que llore -su personaje es el del padre de una de las niñas secuestradas por Dutroux y la policía le acaba de comunicar que la han encontrado-. El director le indica que piense en algo triste que le provoque llorar, pero el actor-niño no puede. Entonces el director le lanza un producto para provocarle lágrimas, que efectivamente usa y ofrece una escena totalmente creíble. Estas transiciones de la realidad a la ficción con un asunto tan aterrador es lo que desconcierta.

Hay que leer a Milo Rau para poder entenderlo: “El teatro de niños para adultos es -en un nivel estético y, por supuesto, metafórico- lo que la pedofilia es en las relaciones humanas. No es una relación mutua de amor responsable, sino una relación unilateral de poder, donde la parte más débil, los niños, lo han aguantado todo. En otras palabras, con el teatro de niños para adultos la posmodernidad de la crítica vuelve a su objetivo original. La crítica de los medios vuelve a ser otra vez crítica de la realidad. Hacer producciones con niños quiere decir que hay que cuestionar existencialmente conceptos como 'figura', 'realismo','ilusión' y, obviamente, 'poder'”.

Recordar este caso, interpretado por niños, produjo en mí una honda inquietud, pensé que yo no habría dejado a mis hijos participar en este experimento. Y fue entonces cuando esta reflexión, la de ni siquiera dejarles participar en una ficción tan horrible, me hizo sentir profundamente la situación aterradora que vivieron aquellas niñas.