[caption id="attachment_1767" width="560"] Mina El Hammani y Samy Khalil[/caption]
En el Teatro Valle-Inclán se representa Dentro de la tierra, de Paco Bezerra, y tiene lugar en un invernadero de los que ya se han mimetizado en el paisaje almeriense. Con este texto el autor conquistó el Premio Nacional de Dramaturgia en 2009 y el Premio Calderón en 2007, pero lo estrenó en Alemania y no ha sido hasta ahora que se le ha brindado territorio patrio a la obra, el del Centro Dramático Nacional (CDN).
La representación del texto ha tardado, pero la producción del CDN, dirigida por Luis Luque, no ha escatimado en medios. El aspecto visual del montaje es impactante, gracias al dispositivo escenográfico de Mónica Boromello y la iluminación del “maestro” Juan Gómez-Cornejo. Pero el gran artificio plástico no consigue rescatar un texto confuso, que conjuga lirismo con vías narrativas interesantes y variadas, pero que se diluyen y hacen que la pieza pierda sustancia a su término.
Indalecio (interpretado por Samy Khalil) es el menor de los tres hijos de un agricultor y propietario de un invernadero. El argumento evoca al Rey Lear, el chaval se distingue de sus dos hermanos porque no tiene ambición por continuar en el negocio familiar, él es escritor y está enamorado de una joven musulmana que trabaja en los invernaderos, Farida (Mina El Hammani). Indalecio, alter ego del autor, es rebelde y se insinúa como un investigador de desapariciones misteriosas que rodean a su familia y de la historia que se llevan entre manos su autoritario padre (Chete Lera) y su airado y brutal hermano mediano (Raúl Prieto). Estos andan buscando un tomate que supere las expectativas del célebre tomate Raf y les haga ricos. Pero en su ambición usan pesticidas que, se presume, ya han pervertido la salud del padre y del hermano mayor (Jorge Calvo).
Brochazos de realismo sobre la explotación de los magrebíes que trabajan en los invernaderos se mezclan con una narración que parece tomar una deriva de “thriller”y que luego se frustra, pues en vez de resolver los enigmas que plantea, abre más interrogantes. Subyace en toda esta trama una crítica al enriquecimiento, y da igual que sea lícito o no, pues el autor relaciona veladamente el cultivo y éxito comercial de unos tomates extraordinarios con perversos efectos medioambientales y sanitarios, amén de la mencionada explotación de inmigrantes. Y frente a este mundo perverso, la candidez del personaje protagonista, Indalecio el poeta, hombre honrado, sin ambición, que busca el amor y la verdad, en tópica idealización del artista y de su labor.
La escenografía ocupa más de la mitad de la sala grande del Valle-Inclán donde se ha recreado un enorme “parral” de los que se ven por Níjar o El Ejido. Un ciclorama al fondo, con una enorme raíz de árbol colgada, indica que sí, que estamos bajo la tierra, como dice el título. Tan enorme escenario permite disponer de distintos espacios para la representación, pero obliga a los actores a echar mano del micrófono. La iluminación marca los espacios de actuación, y en unión con la escenografía ofrece momentos visuales de gran belleza.
El elenco lo capitanea el joven Samy Khalil, que tras un titubeante inicio consigue hacerse con el protagonismo de la pieza y salir más que airoso con un texto discursivo y de tono grave y que le obliga a estar en escena durante toda la representación.
Se da la coincidencia de que Almería se ha convertido probablemente por azar en protagonista de estas semanas del Centro Dramático Nacional (CDN), ya que las obras que se representan en sus escenarios centrales comparten el estar ambientadas por estos desérticos lares del sur de nuestro país. A esta del Teatro Valle-Inclán se suma la que tiene lugar en el María Guerrero, Bodas de sangre, obra que también transcurre en un ambiente rural, pero de época remota sin determinar; Lorca tampoco situó la obra en una localidad concreta, pero los acontecimientos reales que la inspiraron ocurrieron en el paraje de El Cortijo del Fraile, cerca de Rodalquilar, de donde procedía la novia protagonista.