Expectación ayer en el Teatro Pavón ante la nueva comedia de Alfredo Sanzol, galardonado con el XII Premio Valle Inclán que concede El Cultural hace apenas diez días. Ha estrenado La valentía, variación sobre la comicidad en la que sigue fielmente el patrón del vodevil. La novedad es que la pieza recupera fantasmas y otras construcciones mágicas que no se veían por el teatro actual desde hacía tiempo.
Parece como si Sanzol se haya propuesto avanzar y avanzar en su estudio de la comedia y, después del “tratado” sobre las de Shakespeare que nos ofreció en La ternura (¡no se la pierdan, vuelve en junio a La Abadía!), propone un ejercicio cómico de hechuras muy clásicas, tanto en su estructura como en su argumento, fiel a un género popular con equívocos, puertas que se abren y cierran y dama pillada en su propia trampa. La obra remite por sus fantasmas a Eduardo de Filippo (Questi fantasmi) y a Jardiel Poncela (Los habitantes de la casa deshabitada), pero está más próxima a esas comedias sin más pretensión que entretener al público y hacerle pasar un rato divertido.
Dos personajes enfrentados, dos hermanas -Guada (Estefanía de los Santos) y Trini (Inma Cuevas)- con opiniones distintas sobre qué hacer con una casa familiar que han heredado y de la que guardan multitud de recuerdos, pero que ahora presenta un problema colosal: han construido una autopista a cinco metros de la puerta. Mientras Trini quiere deshacerse de ella, Guada se niega, lo que obligará a la primera a contratar a los Hermanos Espectro (Jesús Barranco y Font García), una empresa que se dedica a vaciar casas simulando que hay espectros en ellas. Lo que no imaginan estos fantasmas falsos es que la casa ya acoge a otra pareja de espíritus centenarios (Francesco Carril y Natalia Huarte).
El paso del tiempo, el recuerdo de la infancia, la idea de que en un tiempo pasado todo fue mejor… subyace como idea argumental de un juguete escénico construido con gags, algunos con más suerte que otros, apariciones sorpresa, y en el que el lenguaje resulta muy coloquial, a diferencia de lo elaborado que suele estar en otras piezas de este autor.
Por otro lado, la comedia es un género que gana impulso, incluso una segunda lectura, con los intépretes que la hacen suya y aquí el elenco tiene que sintonizar con unos personajes realistas que se cruzan con otros fantásticos y absurdos. Sanzol se ha rodeado en esta ocasión de dos buenas cómicas: Inma Cuesta y Estefanía de los Santos, que dan vida a las dos protagonistas. Son dos actrices con personalidad, graciosas cada una a su manera, sostienen el peso de la obra: Cuevas en el personaje de una mujer de fuerte carácter, pelín tosca, diría que de una sensibilidad más impermeable que la de su hermana; De los Santos, apegada al terruño, aparentemente más vulnerable, con un toque tierno e infantil… Pero ¡Cuán gritan estas actrices!
Aplauso para los fantasmas románticos de Francesco Carril (¡extraordinaria temporada la que lleva este muchacho!) y Natalia Huarte, y también para los contemporáneos, el siempre convincente Jesús Barranco, y Font García, que nos ofrecen una de las escenas desternillantes: la de la niñas gemelas.
La producción de La Zona es de buena factura. Fernando Sánchez Cabezudo firma la escenografía: ingeniosa, bonita, elaborada con tres pantallas en forma de casa que mueven o superponen los actores para generar los espacios de cada escena. La proyección de la luz en las pantallas-muros de la casa, de Pedro Yagüe, crea atmósferas y colores de gran plasticidad visual. Y elemento importante es la música, de Fernando Velázquez, por lo que contribuye a conformar el ambiente misterioso, con las pertinentes ráfagas “terroríficas” de una historia de espíritus.