[caption id="attachment_1950" width="560"] Un momento de <em>Bestias de escena</em>[/caption]
Emma Dante es una de las figuras del teatro italiano de mayor proyección de su país: habitual como directora en los coliseos líricos, escribe también drama y novela, e incluso dirigió y protagonizó la película A street in Palermo (Copa Volpi, 2013). Su compañía ha sido invitada por el Centro Dramático Nacional a presentar Bestias de escena, espectáculo que le fue encargado por el Piccolo Teatro de Milán. Una interesante performance sobre la vulnerabilidad del actor que puede verse hasta el domingo en el Valle-Inclán.
Dante implica al espectador desde el principio, le hace creer que le invita a ver algo pudoroso, y termina convenciéndole de que el cuerpo humano, la desnudez más absoluta, es una herramienta prodigiosa para representar lo que se proponga y apropiarse de la escena sin palabras y sin vestuario. Solo con una luz hermosa y pictórica, que firma Cristina Zucaro.
En Bestias de escena encontramos a 14 actores sometidos desde el principio de la función, y antes incluso de que tomemos asiento, a una exigente disciplina física: ejercitan una tabla de baile colectivo, para correr después relevos en el escenario como si este fuera un velódromo. Luego comienza el relato de acciones, un relato de una hora y cuarto aproximadamente, a buen ritmo. La propuesta tiene algo de invitación a participar como “voyeur” en un taller de expresión corporal.
La tribu se desviste ante nosotros, los actores tapan sus sexos con vergüenza, y contemplamos los cuerpos desnudos de un elenco de edades muy distintas, que no responden precisamente al ideal de belleza clásico. La directora mueve al grupo en juegos coreográficos que recuerdan los grupales de Maurice Béjart, y el relato va componiéndose como un surtido de juegos, de acciones y reacciones de los actores a las distintas situaciones a las que Dante los somete: hay petardos que les asustan, una actriz baila como una muñeca autómata, otra no para de hacer giros cuando oye una determinada música, dos de ellos combaten a florete, los cuerpos desnudos se deslizan por un suelo cubierto de agua, una gordita coge a una flaquita como si fuera un objeto.
Bestias de escena nos permite comprobar cómo el cuerpo, en su más absoluta desnudez, puede erigirse en un elemento expresivo poderosísimo. Es cierto que la danza ya nos ofrece muestras suficientes de su extraordinaria evolución y capacidad expresiva. Pero cuando al final de este espectáculo, que yo calificaría de performance, comprobamos que los bailarines desnudos olvidaron su pudor y se han apropiado de su forma, nos damos cuenta que lo que sobra ahora es precisamente el vestuario.
Este juego de Dante parece ideado para poner a prueba algunas de las teorías desarrolladas en la última mitad del siglo XX sobre el teatro sin actor, en el sentido que apuntó Grotowsky: “El actor es un hombre que trabaja en público con su cuerpo, ofreciéndolo públicamente; si este cuerpo no muestra lo que es, algo que cualquier persona normal puede hacer, entonces no es un instrumento obediente capaz de representar un acto espiritual”.