Hace dos semanas en los Teatros del Canal Pablo Remón estrenó Doña Rosita, anotada, una de las versiones de un clásico más heterodoxa, descarada y osada que he visto. En un teatro como el nuestro, en el que los directores acostumbran a adaptar a los clásicos conservando del original el título y poco más, llega Remón y opta por la fórmula más irreverente de todas, pero al menos honesta: transforma el original, lo actualiza a su manera, dialoga con un lenguaje actual, conserva partes que introduce a su manera, hace una mezcla de géneros… escribe otra obra. Y lo hace a partir de Doña Rosita la soltera, la historia de la solterona que pasa su vida esperando un amor que no vuelve y que, como puede imaginar el lector, tiene el inconveniente de ser un personaje fuera de lugar en la era de la sororidad y las mujeres empoderadas.
Como él mismo ha confesado, este texto, nacido para ser una adaptación, le ha salido el más personal de todos los que ha escrito; en la comedia aparece parte de su familia, desde su mujer y su hijo a sus tías y a su madre, a la que reserva un final magnífico. El ejercicio metateatral es divertido y estoy segura que va a inspirar a los autores y también a los actores, porque el trabajo de Francisco Carril, Fernanda Orazi y Manuela Paso merendándose todos los personajes de la obra es de antología.
El autor no se ha cortado un pelo y da respuestas audaces para todas las preguntas que, imagino, debió hacerse mientras se proponía escribir la versión, mientras estudiaba el original y los sesudos ensayos académicos sobre él que han ido cayendo en sus manos, mientras desistía de la idea de hacerlo porque no encontraba una manera de hincarle el diente… hasta que volvía a enfrentarse al reto de la versión.
Uno de los caminos que elige es la autoficción, el propio Remón se autorretrata en la pieza como personaje, El Anotador (que interpreta Francisco Carril), y nos cuenta sus cuitas: ¿Qué interés puede suscitar hoy una mujer solterona? ¿Qué es ese “lenguaje de las flores” del original de Lorca? ¿Saco a doña Rosita vestida de época, con esas mangas ajamonadas? ¿De qué diablos trata en realidad Doña Rosita, la soltera? Estas preguntas, como el propio Remón escribe en el programa de mano, le llevan a plantearse una versión como si se tratara de un editor literario que estudia, investiga, anota, interpreta… un texto. Y así nos lo va contando hasta que encuentra la respuesta que el mismo Lorca le da en una entrevista: Doña Rosita habla del paso del tiempo.
A partir de este momento, Remón escribe una pieza en la que hace memoria de su vida, de sus veranos de infancia en casa de sus tías solteras, a donde traslada a doña Rosita, y así consigue también trasladarnos a nuestra propia infancia y a nuestros recuerdos. Un viaje emocionante y conmovedor, salpimentado con humor, con escenas con un toque absurdo, otras cómicas, también las hay tristes… pero un viaje increíble gracias también a que cuenta con un trío de intérpretes formidables, que están pasándolo genial con el juego que les propone el autor: creced y multiplicaos. Francisco Carril es el Anotador, pero también tía y primo de doña Rosita, y algún otro más. Manuela Paso es la ama, una ama rumana como corresponde a estos tiempos, pero también es su madre y su tía… y luego está Fernanda Orazi, una actriz sublime, capaz de cambiar de registro y de tono como quien se quita una camiseta. Ella es doña Rosita, pero también es la esposa del Anotador, y la tía… reproduce un diálogo de Whatsapp, recita el monólogo final de doña Rosita, y lo mismo se emplea con el acento argentino que catalán. El montaje, dirigido por el propio Remón y con escenografía de Mónica Boromello, parece seguir la máxima de conseguir, con los menos elementos posibles, la máxima expresión.