'Jerusalem', un claro en el bosque
Llega al Valle-Inclán la obra de Jez Butterworth, un canto a la libertad individual que combina un texto lleno de lirismo con una trama atractiva
La primera impresión de Jerusalem es buena…, pero engañosa. Una joven actriz de hermosa voz, Elena Tarrats, vestida de hada estilo punki, emerge de la oscuridad y canta una bonita canción que habla de una tierra de promisión donde al amor y la libertad se abrirán paso entre las sombras satánicas; la tierra es Inglaterra y la canción, un célebre himno inglés, Jerusalem, con letra del poeta romántico William Blake. Se explica así el título de esta obra original de Jez Butterworth que, estrenada en el Grec de Barcelona el pasado año y dirigida por Jorge Manrique, se representa en el Valle-Inclán de Madrid con elenco catalán. Su mayor atractivo es Pere Arquillué en un personaje épico y libertario que parece escrito a su medida.
La obra, cuarto título de Butterworth, ha sido un éxito desde su estreno en Londres en 2009, protagonizado por el carismático Mark Ryance y por cuyo trabajo ganó el Premio Oliver al mejor actor en 2010 y, un año después, el Tony en Broadway. La producción española es del año pasado, y en ella participan el Romea de Barcelona y el Centro Dramático Nacional, además del citado festival. Y tiene algo bastante raro de ver en estos tiempos, un amplio reparto de catorce actores.
La escenografía (de Alejandro Andújar, aunque difiere poco de la original británica) nos traslada al asentamiento de una caravana en el claro de un bosque cercano a un pueblo. El desorden rodea el campamento, acumulación de trastos y muebles viejos y roñosos, con gallinas y basura. De la caravana vemos salir a Arquillué como el personaje Johny Byron El Gallo, un bohemio de sangre gitana, un tipo marginal que lleva instalado ahí un pico de años, y que se niega a recibir a dos polis que vienen a comunicarle que van a deshauciarlo del lugar.
Van haciendo su entrada el resto del numeroso elenco. Sabemos que se celebra la fiesta del pueblo. El Gallo es camello y hasta su caravana peregrinan los jóvenes de la localidad en busca de drogas y jarana; el Gallo es un “pasao”, está fuera del sistema, fuera de las leyes, y no se amilana ante las amenazas de los vecinos, que ya están bastante hartos de él y de su estilo de vida. Su compañía son los jóvenes, rebeldes como él, que le siguen en sus juergas y con los que comparte su claro del bosque, su espacio donde vivir fuera de la presión social y el adocenamiento.
El Gallo es una especie de maestro de la vida para estos jóvenes (¿quién de joven no ha conocido a un amigo que le iniciara en lo prohibido?), a pesar de su rudeza y su aparente pendencia, es un hombre bueno y sensible. Sin embargo, él sabe que su final está cerca, que su modo de vida en una sociedad cada vez más controladora de la libertad individual toca a su fin, que es de otro tiempo; lo épico es que si bien algunos personajes -como la madre de su hijo- le advierten de lo que le espera, él prefiere continuar por el lado salvaje, resistir, y en este sentido se comporta como un héroe o un antihéroe, según se mire.
Al principio cuesta entender lo que dicen los jóvenes actores de este elenco, y no porque no oigamos su voz, usan micrófonos y algunos gritan; hay que darse un tiempo para sintonizar el tono de la melodía del catalán que imprimen a su castellano y acoplarse a ella. Pero el problema es que actúan como si estuvieran en un set de televisión. Ginger, amigo fiel de El Gallo, especie de escudero y que tiene un papel importante en la obra, parece como si estuviera de speed hasta las cejas de verdad. Cada uno va por libre, me cuesta creérmelos.
Aun así, y a pesar también de que el ritmo decae un poco en el segundo acto, la obra combina una trama atractiva y misteriosa que mantiene el interés. Y no hay que perderse la guinda final, que llega después del descanso, a las dos horas de función. Butterworth se marca un texto lleno de lirismo, de los que se te quedan grabados y de los que solo un actor de la categoría de Arquillué puede decirlo provocando una profunda emoción.
Reseño el consejo que da a su hijo: "La escuela es una gran mentira. La cárcel es una pérdida de tiempo. Las chicas son maravillosas. Agárrate fuerte a la vida. Ningún hombre, en su lecho de muerte, desea haber amado a una mujer menos. No escuches nada ni a nadie, solo lo que el corazón te pida. Miente. Haz trampas. Roba. Lucha hasta la muerte. No te rindas nunca. Enséñame los dientes".