Que ejercer la libertad de expresión en los tiempos del discurso del odio es casi una misión heroica suena a exageración. Pero no lo es tanto al decir de una encuesta recientemente publicada en el Reino Unido que revela que el 80 por ciento de la gente que trabaja en las artes y en el mundo de la cultura piensa que correría el riesgo de ser excluido de su profesión si se pronuncia sobre asuntos polémicos.
Este es uno de los datos más llamativos, y alarmantes, que revela la encuesta de opinión realizada en el Reino Unido por ArtsProfessional (AP), magazine online especializado en temas culturales. Las opiniones recabadas revelan también que en el mundo de la cultura impera la ley del silencio y del miedo, ya que sus profesionales temen perder el favor de las instituciones que les financian y promueven, así como también el del público
El magazine solo ha publicado un resumen de la encuesta, la totalidad de la investigación solo es accesible para los suscriptores. El informe, titulado Libertad de Expresión AP, se realizó entre medio millar de profesionales y artistas de la cultura ingleses, que contribuyeron con cerca de 60.000 palabras y un millar de opiniones o comentarios a cuestiones que les fueron planteadas sobre sus experiencias a la hora de hablar libremente de temas controvertidos y de si sufrieron coerción y acoso por hacer uso de la libertad de expresión.
La encuesta también pregunta acerca de los temas polémicos o controvertidos que es conveniente esquivar. Los resultados coinciden con los que el "sector liberal" (sic, por lo que hay que entenderlo como progre) de la sociedad establece como tabú. En el Reino Unido es arriesgado expresar apoyo o simpatía por el Brexit, los conservadores u otros partidos políticos de derecha. De igual manera otros "campos minados" para manifestarse son los asuntos de religión, género y sexualidad: "Cualquier cosa que tenga que ver con cuestiones de género, especialmente cuestiones trans, será criticada si no está alineada con la ideología oficial, si está poco alineada o está demasiado", dice un encuestado.
Son muchos otros los aspectos que se preguntan en la encuesta. Por ejemplo, los profesionales temen morder la mano que les da de comer si hablan: Cerca del 70% no criticaría a un posible patrocinador o inversor por miedo a arruinar una inversión futura, y un 40% señala haber sido objeto de presión por haber hablado. Y también las reacciones negativas del público afectan a la libre expresión: “Se ha creado una cultura de invitar a la queja, que luego provocan reacciones exageradas, cuando en realidad es una minoría quien las hace, pero ello propicia la autocensura del artista”, dice un encuestado, para afirmar que los artistas temen dañar su reputación y la del organizador de su actividad.
Amanda Parker, directora de la publicación, concluye que la investigación pone de manifiesto "una profunda división entre la percepción pública que se tiene del mundo de la cultura y cómo es trabajar dentro de él". Y va más allá: "Esta investigación revela que la coerción, el bullying, la intimidación y la intolerancia es más habitual entre nuestra comunidad de cómo ella se ve a sí misma, es decir, abierta y tolerante".
Si la comunidad que más presume de abierta y tolerante como es la de la cultura tiene miedo a hablar de temas peliagudos en proporción tan astronómica, si hay que ser poco menos que un héroe para sortear la ley del silencio, ¿explicaría eso por qué los mensajes que nos llegan de este colectivo son casi siempre tan ideológicamente unívocos? O en otras palabras, ¿solo los partidarios de la corrección política y el discurso dominante ejercen su libertad de expresión?