Cuando asisto en los teatros públicos a la presentación de la programación de la temporada o de un espectáculo que han producido a veces me toca oír “hemos apostado por una programación de riesgo” o “esta es una obra arriesgada”. Suena como si los artistas y gestores tuvieran un látigo en la mano y sombrero estilo Indiana Jones y fueran a saltar por encima de su mesa del despacho para comenzar una aventura alucinante que ponga en riesgo su vida. Pero no llevan látigo, ni sombrero, y en la mayoría de los casos sus cuerpos no son precisamente atléticos y apuesto a que tienen la tensión arterial hipotensa.
Claro, que todo depende de lo que se entienda por riesgo. Un torero, un trapecista, un domador… son artistas que se arriesgan, indiscutible ¿no? Siguiendo en el ámbito escénico convendremos que un empresario o un productor privado o un actor o cualquiera que se endeuda o empeña su patrimonio para producir una obra artística también se mueve en la cuerda floja. Ahora… un burócrata de la cultura —ya sea político o gestor nombrado por éste— o un artista que recibe el encargo de producir una obra ¿qué riesgo corren si tienen sus ingresos asegurados por los presupuestos públicos y el éxito o el fracaso no afectará la continuidad de su obra? El único riesgo que yo les veo es que si se mueven, no salgan en la foto.
Pretender dar la imagen de un capitán intrépido embarcado en travesías procelosas con destino incierto cuando eres una especie de burócrata instalado en la cultura pública, con tu sueldo asegurado y/o administrando un presupuesto no solo es inexacto, sino que resulta casi ridículo. A la cultura pública no le pertenece esa imagen romántica y valiente de “aventura de riesgo”. ¿Por qué se apropia entonces de ella? En mi opinión, hay dos razones:
1) No tienen un término más comercial, romántico y chic del que echar mano que defina lo que realmente ofrecen y que no es otra cosa que arte experimental, de vanguardia, minoritario, producido por artistas incipientes, a ser posible jóvenes.
2) Es la manera de protegerse frente al fracaso, porque luego si llegan alguna vez a difundir los espectadores que lo disfrutan (lo que generalmente no hacen), nos enteramos que sus “arriesgadas apuestas” son bastante endogámicas, para consumo de los muy aficionados y de los propios artistas.