En estos tiempos de peste y de ciudades confinadas el teatro está siendo un consuelo, más todavía cuando una se encuentra con pequeñas joyas como Los que hablan que me descubren a un autor hasta ahora desconocido para mí, Pablo Rosal (Barcelona, 1983). No le pierdan la pista, abraza ese humor blanco que no se ríe de nadie propio de los clásicos del cine mudo, humor que ni es sátira ni burla ni drama, sino una mezcla de arte clown, poesía y tontería basado aquí en el estudio de la mecánica del lenguaje. Si encima los intérpretes a los que traslada a sus puros experimentos formales son Luis Bermejo y Malena Alterio, los resultados son esplendorosos. No se la pierdan, en La Abadía hasta el 8 de noviembre.
Rosales dirige también la función que se desarrolla en un escenario desnudo, vemos el foro con sus cables e interruptores y extintores y perchas y todas las jarcias que ahí se aparejan, hasta que aparecen Luis Bermejo y Malena Alterio con la cara levemente pintada de blanco y ataviados con estilizados trajes acharlotados. Son dos seres extraños, se miran, emiten sonidos hasta que van tomando confianza el uno en el otro y se sientan en dos sillas de terraza. Y ahí comienza su fascinante concierto.
Su conversación consiste en probar con distintos clichés de conversaciones, ir apropiándose de diálogos que oyen o cazan y que les permite ensayar con las palabras y pasar de una situación a otra que los espectadores vamos construyendo. Los oímos en una cotidiana conversación de dos amigas, acto seguido emplean un lenguaje críptico sobre el fuselaje de los aviones, más tarde comentan las bondades de un viaje turístico… No hay personajes, solo hay palabras: “Llevamos un buen rato hablando y no recuerdo nada”, dice uno. “Está el mundo muy explicado”, contesta el otro.
Pregunta. Es su debut teatral en Madrid, antes no había estrenado nada.
Respuesta. En efecto, no he hecho casi nada en Madrid hasta ahora, vengo de Barcelona, donde he ido haciendo cosas siempre en el terreno de las probaturas de lo casi dramático o en torno a su posibilidad. Sobre todo, en la sala Beckett y con la Agrupación Señor Serrano. He estudiado Humanidades y dirección escénica y he pasado muchos años en la docencia en Secundaria. En los últimos dos años he tomado la determinación de dedicarme a la creación, a ver qué pasa. Escribo, dirijo y actúo, con el motor de la poesía siempre. Generalmente escribo para dirigir el propio texto: genero universos con unas normas precisas e internas e imaginarios que quiero manejar.
P. ¿Cómo nace esta obra, hay un propósito de estudio concreto? ¿Podría ser fruto de los ejercicios de interpretación que hacen los actores para experimentar con el lenguaje y la construcción o la aniquilación de los personajes?
"'Los que hablan' es una oda mundana y cómica a la palabra encontrada, a cualquier palabra que nace de nuevo"
R. Podría haber nacido perfectamente de un estudio con actores, pero confieso mi vocación autárquica. Me gusta trabajar los textos a solas y presentarlos cuando están bien macerados. Conozco la interpretación y la vivo como un elemento de mi ser, no como una profesión. Con esto quiero decir que el estudio lo hice sobre mí mismo, usándome. Nunca me he sentido completamente espontáneo, mi naturaleza me ha hecho dudar de mí siempre. El texto nace de mi asombro real frente al hecho de conversar y ser alguien y tener un relato personal. La aniquilación, como dices, la sospecha de que una arrolladora y maravillosa inseguridad nos puede desvelar y reunir. Saberme tan sólo un ejemplo de persona, esto es clave. Así, la obra es una confesión, una apertura de un espacio torpe que nos reúna, de una elementalidad desnuda y primaria que nos calle. La obra es una oda mundana y cómica a la palabra encontrada, a cualquier palabra que nace de nuevo. Y sí, claro, tiene que ver con la desconfianza que siento por los personajes dramáticos bien armados e imitados, por las tramas que no muestran grietas. Ya no podemos fingir más en el siglo XXI, que los dramas de personajes se los lleven las series, je je.
P. La pieza parece escrita pensando en Luis y Malena. ¿Se necesitan unas cualidades concretas para interpretarla?
R. Está escrita exclusivamente para dos buenísimos intérpretes cuya presencia y encanto y habilidad sean desbordantes, que quieran jugar por encima de todo, que amen el escenario y el desafío, que quieran conocerse y sepan fragmentarse. Todo esto coincidió maravillosamente en ellos dos, el texto llevaba un tiempo esperándolos. Estoy profundamente agradecido.
P. Esta pieza ¿viene después de muchas otras?
R. Los que hablan la escribí hace cinco año. Está inscrita entre muchos otros textos que han seguido un camino para resignificar la palabra y la experiencia desde una espiritualidad profana, una comicidad blanca y tierna, con referentes como Ionesco, Beckett, Mihura, Azcona... Hace poco más de un año decidí probar suerte en Madrid con mis textos, mi carrera y mi vida. Aproveché la gira con la Agrupación Señor Serrano y el espectáculo Kingdom (en el que soy uno de los intérpretes) para lanzar múltiples señales. Dos personas, ángeles en realidad, que aún se rigen por la pasión y la curiosidad por el arte, cazaron mi llamada. Son Ana Belén Santiago (gerente de Teatro del Barrio) y Carlos Aladro (director de La Abadía). Ellos dos iniciaron mi incipiente andadura por Madrid con unas dosis de confianza en mi persona inauditas y conmovedoras. Guiados por la intuición han vislumbrado en mis textos y propuestas que una oportunidad debía serme ofrecida.
"Mi obra se inscribe en la tradición de textos que tratan de resignificar la palabra desde una espiritualidad profana, como los de Ionesco, Beckett, Mihura, Azcona..."
P. ¿Qué instrucciones básicas dio a Luis y Malena para dirigirlos?
R. El texto requiere de una gran explicación al inicio para comprender todos sus trucos y giros. Hay que diseccionarlo mucho para organizarse y manejar su lógica con conciencia. La instrucción fundamental, eso sí, es abrazar la duda y la inseguridad: es desde este punto de partida que nacen estos destellos estereotipados de vidas vividas. Si perdíamos la duda estábamos perdidos, el texto deja de funcionar. Me gusta mucho la conversación con los actores, enviarles muchos estímulos en forma de textos o imágenes, desplegar y entregarles un terreno fértil para que se explayen ante el público. Ha sido muy bello cómo han ido agarrando el texto, quitándomelo, afirmando progresivamente que se disponían a jugar por encima de todo, que aceptaban el pacto que les proponía este artilugio raro.
P. Su texto me pareció un mecanismo artificial y rígido, pura forma sin una búsqueda premeditada de emoción ¿es la manera para que funcione el humor?
R. Efectivamente está pensado como una maquinaria cómica, un acto de ingeniería que funciona con repetición y sorpresa. El espectáculo es sobre todo la maquinaria. La artificialidad de la situación en la obra es una bendición, una invitación a observar el templo de las sensaciones, los movimientos de la idea y del cuerpo imaginado, los gestos de la mente, el ritmo y sus formas... Es imprescindible el desarraigo en esta obra, no pertenecer a algo claro o definible, sentir que se escapa todo. Sólo hay una emoción en la obra: el vacío. Que organiza y nos deja a las puertas del abanico de emociones, las del público, los que tienen una vida. El escenario lo pienso en términos de trampa para que se expresen las lógicas más elementales. Este es el humor que aquí se quería revelar y en el que vivo. El humor de la mecánica, de lo que es previo a la personalidad, del ritmo: aquí Tati es fundamental para mí.
"el cómico, el poeta, es el que está llegando, el que no sabe, el que siempre empieza, el que no está acabado ni puede afirmarse nunca"
P. Una vez que la pareja de clowns superan su extrañeza, pasan de un tema a otro y ven que hablar “es entretenido”. Pero ella nunca contesta a la pregunta más personal de todas que le hace su compañero: “¿Cómo estás?”. Si contestara, ¿correría el peligro de acabar en drama? Como decía Bergson, “una personaje cómico es cómico en la exacta medida en que se ignora a sí mismo”.
R. Totalmente de acuerdo, me alegro de que lo hayas leído así, porque así está pensado. Nos situamos en esta obra antes del drama, de la trama, es una suerte de ejercicio de depuración y búsqueda etérea. Responder al cómo estás sería un acto de definición grotesco, chirriante, nos metería en el tiempo lineal y sucesivo y legible y esperable e interpretable. Aquí proponemos un agujero. Responder al cómo estás es sumergirse en la marea personal de los conflictos, las proyecciones y los juicios, enfangarse. Y estos clowns son oficiantes de una duda, investigadores de los caminos que circundan y se desvían de este enfangarse, con el fin de encontrar el terreno universal que compartimos antes de las particularidades. En efecto, el cómico, el poeta, es el que está llegando, el que no sabe, el que siempre empieza, el que no está acabado ni puede afirmarse nunca. El que pone en duda todo porque se sabe nada y todo, y no puede renunciar a no tenerse y a no saber, es la fuente de su vitalidad.
P. ¿Qué vida que le espera a su espectáculo? Por otro lado, acaba de estrenar la película/ ensayo Un trabajo y una película, dirigida por Xavier Martínez y de la que es guionista, productor y protagonista. ¿Tiene más proyectos?
R. El espectáculo estará en La Abadía hasta el 8 noviembre y los fines de semana de diciembre en el Teatro del Barrio. Es muy posible, además, que lo volvamos a ver por Madrid en el 2021. La respuesta del público, pese a la desastrosa situación, está siendo extraordinaria y nos anima a darle mucha vida. Está claro que una gira sería maravilloso. Por mi parte estoy buscando la manera de llevar a escena varios textos, en especial Esperaban los guardas, una fábula sobre la pérdida de calidad generalizada en todos los ámbitos de la vida. Estoy investigando el género detectivesco para un proyecto con la Beckett de Barcelona y ando arrancando la escritura de un recital de poesía, me gusta cuidar mucho el dispositivo del recital. Aparte, tengo un proyecto muy luminoso, para mi gusto, de una tetralogía de películas, de las que he escrito una. Una quijotada maravillosa. En definitiva, que he abrazado la dispersión y yo mismo me sugestiono y me pongo tareas. Es lo único en lo que reconozco plenamente a la vida.