Releo las memorias de Adolfo Marsillach (Tan lejos, tan cerca), justamente los capítulos en los que habla de la fundación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), porque el próximo sábado entrevisto en el Festival Clásicos de Alcalá a Roberto Alonso, que fue su ayudante de dirección en aquella época (1986). Tan amena lectura ha coincidido con la presentación, hoy, de la programación de la citada compañía para la próxima temporada diseñada por Lluís Homar, su actual director. Al conocerla, me he preguntado si no es hora ya de cambiarle el nombre a la formación para ser más fiel a lo que hoy es en realidad, ya que hace años que dejó de asemejarse a la compañía de repertorio que concibió su fundador.
El de contar con un elenco más o menos estable, entrenado en la interpretación de los clásicos, es una discusión que viene de lejos, tan vieja como los 35 años que tiene la CNTC. Marsillach creó la compañía con el firme propósito de seguir una línea interpretativa que rompiera con el estilo declamatorio romántico de los actores de entonces. No tenía claro si una compañía así era necesaria, pero la creía deseable. Diseñó una estructura no solo administrativa (la que hoy tiene), sino también capaz de adiestrar “intérpretes especializados en teatro clásico”, en un estilo y una estética, y conformar una compañía de repertorio con todos ellos, capaces de hacer dos y tres obras a la vez; esto último no excluía invitar a actores externos puntualmente, como fue el caso de Amparo Rivelles (La Celestina) y Jesús Puente (El alcalde de Zalamea), por ejemplo.
Entre los distintos sucesores de Marsillach, solo Eduardo Vasco volvió a los orígenes en el sentido de mantener un elenco estable. El resto de directores prefirieron funcionar con producciones puntuales que encargaban a directores externos y estos formaban los elencos a su gusto para cada producción. Los estatutos establecen que la CNTC tiene que ser “compañía de repertorio”, pero éste es un concepto tan expansivo como el gas.
El actor barcelonés Lluís Homar se presentó como director de la CNTC en 2019, no tenía experiencia en el teatro clásico español pero dijo que venía con muchas ganas de aprender. Que yo sepa, no se ha pronunciado sobre el tema de crear elenco estable. Su primera temporada coincidió con la pandemia y, además, tuvo que heredar parte de la programación que le dejó Helena Pimenta, la directora que le precedió. De forma que sería poco justo juzgar su labor hasta ahora. Sin embargo, hay un detalle inquietante de su acción en estos primeros años: eliminó del vestíbulo del Teatro de la Comedia toda la galería de retratos de los directores que han pasado por la CNTC, desde Marsillach a la citada Pimenta. Chocante manera de aprender haciendo desaparecer a los representantes de la institución que diriges.
En relación al modelo que ha impuesto de producción, opta por el más alejado posible de las compañías de repertorio, ya que la mayoría de los títulos que ha anunciado son coproducciones con compañías y productoras externas. En la próxima temporada veremos Antonio y Cleopatra, de Shakespeare, en coproducción con los festivales de Almagro y de Mérida; Numancia, de Cervantes, con la compañía Nao d’Amores de Ana Zamora; Fuenteovejuna, de Lope de Vega, con una compañía de Costa de Marfil “tan alejada de los códigos de representación eurocentristas”, dice el programa; El diablo cojuelo con la compañía catalana Rum and Cia de clowns. Y solo La gran Cenovia, de Calderón, y Lo fingido, verdadero (que tanto le gustaba a Marsillach), son únicas producciones propias de la CNTC, amén de un par de experimentos de pequeño formato que invitan a autores como Luna Miguel a escribir sobre obras clásicas.
No sabría decir si se ajusta mejor el sistema de compañía de repertorio de Marsillach o el de sus sucesores a la situación actual de nuestro teatro. He visto estupendas producciones bajo uno y otro paraguas. Sí creo que la CNTC por su peculiar naturaleza exige al director de turno tener un discurso y optar por un estilo, garantizar el adiestramiento de los actores en teatro clásico y en prosodia del verso, y seguir un criterio de los autores y obras que se quieren investigar y difundir, teniendo en cuenta también lo que ya se ha hecho. Creo que esto es difícil de conseguir bajo un sistema de coproducción donde cada uno hace lo que le da la gana.
Viendo la ecléctica programación que Lluís Homar nos ha presentado hoy, no viene mal releer nuevamente los estatutos de la CNTC para conocer sus fines: “se fundamentan en la investigación, estudio y reinterpretación de nuestra tradición teatral, así como en la búsqueda de la formación especializada en la representación de los clásicos, en la que ocupará un lugar destacado la prosodia del verso clásico. De este modo, la CNTC, como compañía de repertorio, garantizará la divulgación del teatro clásico español, tomando como eje fundamental de su programación el teatro barroco español, e impulsará su difusión nacional e internacional, en un marco de plena autonomía artística y creativa”.