El perro del hortelano vuelve a los Teatros del Canal en versión de Paco Mir, en una versión sencilla y bien resuelta, fundamentada en la poderosa sugestión del teatro. Mir corta, añade y transforma la pieza de Lope, concebida para 17 personajes, en una para solo cuatro actores, y la monta sin apenas escenografía ni vestuario de época. Cuenta con cuatro buenos cómicos y respeta lo que hay que respetar: los versos dialogados que nos hablan de amor, o mejor dicho, de celos, con el esplendoroso lenguaje de Lope.
Este perro del hortelano se desarrolla en dos planos o ficciones: una compañía de actores ha sufrido un inconveniente que le impide llegar al teatro a su hora para representar la comedia de Lope que estaba prevista; sin embargo, los técnicos que iban de avanzadilla se proponen hacerla, ellos se saben no solo uno, sino todos los papeles de los personajes. Los técnicos son los actores Manuel Monteagudo, que hará fundamentalmente del gracioso Tristán de la comedia lopesca, y Moncho Sánchez-Diezma, el secretario Teodoro que enamora a la dama principal. En la ciudad han contactado con dos actrices que conocen la obra y que les ayudan a montar su función, Amparo Marín (Diana, la duquesa de Belflor) y Paqui Montoya (actriz comodín).
El ardid de Mir le permite introducir guiños y comentarios sobre el mundo actual del teatro, como si fueran escolios a un texto, y sobre todo justifica la falta de decorados y vestuario en la obra. Sacan a colación a Brook y su teoría del espacio vacío para justificar la rácana escenografía, o mientras preparan las escenas para la comedia de Lope, nos explican de manera chistosa las acotaciones para que imaginemos cómo son las escenas donde se desarrolla (biblioteca, salón de las columnas… ).
El sevillano Monteagudo es un cómico excepcional, se traviste de personaje con la habilidad de un Fregoli y da igual que sea mujer que hombre, con un gran desparpajo para llevar la comedia del pasado a la historia del presente y a la inversa, de hecho lleva las riendas de la representación.
Por su parte, Paqui Montoya no le va a la zaga, camaleónica como la que más, se merienda con bastante salero medio reparto, desde la doncella Marcela a los pretendientes de Diana, alguna otra criada y la madre de Teodoro, y lleva tanto lío con estos cambios que Mir saca partido y exhibe sin tapujos lo que pasa entre bambalinas.
Observamos la representación y sus tripas, el dispositivo recuerda comedias como Noises Off, de Michael Frayn, que precisamente Mir adaptó al español. Y justamente porque somos partícipes de todo el artificio levantado, porque nos informan de que todo es pura convención y han montado la obra con dos actrices que han encontrado, aceptamos no solo que dos de ellos hagan casi todos los personajes, sino otras disonancias como que haya actores pasados de edad para la comedia lopesca.
Por ejemplo, el amor en Lope casi siempre está encarnado por jóvenes, pero esta Diana de Amparo Marín podría pasar más bien por la madre de los enamorados. No importa, lo fundamental en esta comedia es gozar del esplendoroso lenguaje, oír con buena prosodia —y Marín la tiene— los diálogos en verso sobre los celos que siente la duquesa cuando observa el amor que se profesan sus criados Marcela y Teodoro: “Amar por ver amar, envidia ha sido/ y primero que amar estar celosa”, dice Diana. Para Lope los celos son antesala del amor y en esta obra excitan progresivamente el deseo de Diana hasta lograr sortear las convenciones sociales que le permitan desposarse con un sirviente y hacer triunfar el amor frente al código de honor de la época.