La hora y cuarto de Pedro Casablanc en el Teatro Español con Don Ramón María del Valle-Inclán surte el efecto de un encantamiento del que no quisiéramos salir. Sublime actor que con su amplio catálogo de artimañas físicas y vocales nos incita a paladear lo que sale de su boca que es nada menos que la vibrante prosa de Ramón Gómez de la Serna dibujando la silueta del otro Ramón genial.
Excelentes mimbres tejidos con sabiduría y eficacia, mérito de Xavier Albertí, que firma la dramaturgia y la dirección, y también la urdimbre musical que lo arropa y que le da forma de cabaret literario. En el texto se integra la música de piano, fundamentalmente de Enrique Granados, más unos divertidos y picantones cuplés con los que Casablanc se atreve con desparpajo, compartiendo escenario con el pianista Mario Molina. Como puntilla engarzada en buen paño, la música pone el toque sentimental de época y del paisanaje compartido por estos Ramones, el de un Madrid del primer tercio de siglo XX que es también protagonista del espectáculo.
Para la dramaturgia, Albertí ha rebuscado en dos textos de Gómez de la Serna: Automoribundia, relato de su larga vida “de aspiración al Ideal”, y la biografía que hizo de Valle-Inclán y que publicó en Buenos Aires en 1941, basándose en artículos y escritos anteriores. Esta última es un clásico que no se caracteriza por su fidelidad y rigor, sino por todo lo contrario: pocos libros como este de Gómez de la Serna han contribuido a crear el mito de Valle y, sin embargo, no hay estudio o hagiografía sobre el gallego que no lo mencione.
Desde muy joven Gómez de la Serna escribió retratos de personajes curiosos y que le eran simpáticos —literatos, bohemios, pintores... Cultivó de siempre la biografía —“bajo el signo del vitalismo muerto”— porque era un género literario que le permitía explorar personajes singulares, pero también reflejarse en ellos. Escribiendo sobre ellos, hablaba de sí mismo, ya que sus biografías no siguen un patrón convencional, sino que mezclan la anécdota o el detalle insignificante con sus propias impresiones del personaje o sus ideas humorísticas al respecto. Su interés es interpretarlo y dar así una idea más viva de él.
Del mismo modo se aplica un orondo Casablanc en este espectáculo, en el que le toca desdoblarse en Gómez de la Serna que nos va contando la vida de Valle, al que compone con su característico ceceo resultando muy cómico. Umbral sostenía que Valle-Inclán se construyó él mismo su personaje: extravagante y deslenguado —"El poeta melenudo”, le llamaban— era una figura proclive a la caricatura. Casablanc huye de eso, no quiere ridiculizarlo, sino todo lo contrario, ponerlo en valor y sus dos Ramones los traza dejándose llevar por la exquisita y humorística prosa de De la Serna.
No esperen encontrar aquí una biografía abundante y detallada de Valle, poblada de tantos literatos como conoció. Al contrario, el espectáculo se me quedó corto, lo que ya es mucho decir. El joven Ramón-Albertí maneja un catálogo de anécdotas sobre el autor —muy divertida y conocida la de cómo perdió el brazo— y las mezcla con detalles sobre la bohemia que abrazó y sus ideales artísticos. Como ocurre con Gómez de la Serna, que se mira en el espejo de la vida y de la obra de Valle para reconocerse en la imagen que le devuelve, algo así hacen también Albertí y Casablanc.
Ficha técnica
Don Ramón María del Valle-Inclán
Teatro Español de Madrid
Dramaturgia y dirección: Xavier Albertí
Intérprete: Pedro Casablanc
Pianista: Mario Molina
Selección musical: Xavier Albertí
Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo