Llega a las tablas del Fernán Gómez la adaptación teatral de Daniela Astor y la caja negra, novela muy celebrada hace diez años de Marta Sanz. Una fábula feminista en la que su autora se inspira en el fenómeno del destape para pasar revista a la Transición española desde la intrahistoria sentimental de una adolescente de entonces. La producción teatral tiene una factura humilde y cuenta con tres buenas intérpretes.
La novela de Marta Sanz es un retrato de época, tierno y humorístico, en torno a Catalina H. Griñán, mujer en la cincuentena que recuerda en primera persona su adolescencia y sus juegos con su amiga Angélica, cuando seducidas por todas aquellas actrices del destape de la Transición, las imitaban y soñaban y se imaginaban respondiendo a las preguntas de los periodistas. Los padres de Catalina y Angélica viven en el mismo edificio y de su mano vamos tomando nota del patio de vecindad que poco tiene que ver con ese frívolo mujerío del cine que admiran estas niñas.
Mónica Miranda ha adaptado esta fábula tragicómica para ser representada por solo tres actrices, preservando diálogos del original, y apoyándose en la fuerza de sugestión del teatro, que permite que aceptemos con naturalidad cómo las actrices se desdoblan en múltiples personajes sin siquiera mudarse de ropa, solo avisándonos de que adoptan un rol diferente. Helena Lanza muestra su versatilidad y se merienda el grueso de los personajes, cinco o seis, alguno estereotipado en exceso como el de la abuela paterna; la niña Catalina, que tiene una pésima relación con su madre, es interpretada por Laura Santos con mucho desparpajo; y Miriam Montilla lidia con el de la madre y con el de una Catalina ya madura.
La pobreza de medios ha agudizado la imaginación en la puesta en escena, firma de Raquel Alarcón. Vemos la proyección de fragmentos audiovisuales (de revistas del corazón, entrevistas y programas de televisión), en los que aparecen Victoria Vera y María José Cantudo, Marisol en el que fue el desnudo más caro de la revista Interviú y Susana Estrada con pecho descubierto guiando al pueblo al lado de Tierno Galván en celebérrima fotografía. Lo que entonces pudo entenderse como acto provocativo y contestatario de estas actrices a la mojigatería moral, ahora se le priva de toda épica porque se ve como carnaza para los leones.
La obra aborda también las relaciones intergeneracionales entre mujeres, cómo cambia la apreciación que tenemos de nuestras madres cuando somos jóvenes, por las que sentimos una indiferencia e incomprensión, y cómo pasamos a identificarnos con ellas en la madurez. Por otro lado, el eslogan de "nosotras parimos, nosotras decidimos" viene a explicar también una de las ideales centrales de la obra alcanzado ya el desenlace.
[Del encantamiento que hace Pedro Casablanc en el Teatro Español]
Si la memoria no me falla, este es el primer montaje proabortista que veo sobre las tablas. El teatro es un arte conservador y el público tiene gran parte de culpa en ello, con su presencia sanciona o guillotina la representación justo al finalizar, sin darle tiempo a que repose, levante el vuelo y alcance altura; por eso, el teatro necesita más que ningún otro arte espectadores de ideas radicales, curiosos y atrevidos en sus gustos. Cuando hoy lo escandaloso es declararse antiabortista, esta obra recuerda que hace más de cuarenta años era justamente lo contrario.