No es nada fácil medirse con Calderón pero Lucía Carballal no lo dudó cuando la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) le pidió que escribiera y dirigiera una pieza que dialogara desde la actualidad con la fantasía palaciega de El castillo de Lindabridis del autor áureo. Dirigida esta última por Ana Zamora, se representa en la sala grande del Teatro de la Comedia, mientras cuatro pisos por encima, en la sala pequeña, se puede ver la réplica de Carballal, La fortaleza.
Es discutible si lo de Carballal es un “diálogo contemporáneo” con la obra de Calderón. Aunque a la autora le sobran talento y oficio para garantizar una pieza entretenida y bien escrita que mantiene la atención con la ayuda de las tres actrices, Carballal ha cogido el rábano por las hojas en lo que se refiere a la temática y al estilo de la obra de Calderón. La fortaleza habla de la herencia, de la familia, del valor de la tradición, de la mujer, frente a El castillo… que es el viaje épico de una heroína que lucha por lo que considera le pertenece y cuya hazaña culminará con el amor.
La obra de Calderón sirve de excusa a Carballal para ofrecer un ejercicio de autoficción en el que destina la mayor parte a contar algo de su vida, fundamentalmente el abandono paterno, mientras el resto lo dedica a que sus tres actrices -Eva Rufo, Mamen Camacho y Natalia Huarte- cuenten algunas intimidades técnicas sobre la práctica de su oficio, ya que las tres han sido intérpretes de la CNTC.
Y también contrasta que se haya inclinado por la autoficción cuando lo que distingue a la obra de Calderón es justamente ser una fantasía, un artefacto barroco que pulveriza la realidad. Quizá todo sea deliberado en Carballal, es la primera obra biográfica que le conozco, una fórmula que a estas alturas de la escena teatral acusa en mi opinión cierto agotamiento, pero que tiene sus adeptos.
Delicada artesanía
Por su parte, Ana Zamora ha confeccionado para este Castillo de Lindabridis una artesanía de teatro musical inspirada y rica en referencias, tejida con mimbres delicados y selectos, que interpreta su troupe de Nao d’amores. Teatro hecho para deleitar, para dejarse llevar por el verso y las canciones, una invitación a que echemos a volar nuestra imaginación subidos en una fortaleza que flota entre nubes acompañados de músicos y unos personajes caballerescos.
De la extensa producción de comedias de Calderón, esta obra pertenece al grupo de las llamadas mitológicas o fantásticas destinadas a ser representadas durante el carnaval o en la noche de San Juan para divertimento de la corte. De esta pieza se sabe que se estrenó hacia 1661, parece que en el Salón Real de Palacio, como comedia musical.
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La obra recrea un mundo caballeresco inspirado por Espejo de príncipes y caballeros (1555), de Diego Ortúñez de Calahorra, novela que se desarrolla en el reino de Tartaria (así se conocía en Europa desde la Edad Media a la parte central y septentrional de Asia). Brutamonte, rey de aquellas tierras, acaba de morir y su hija, la princesa Lindabridis, se disputa la corona con su hermano. Como aquellos tiempos no son los nuestros, la princesa tiene que buscar un caballero que se bata en su nombre.
Para ser la primera incursión en Calderón de esta experta en teatro renacentista y medieval, estamos ante un trabajo de madurez que conjuga sutilmente elementos escénicos, plásticos y literarios eruditos, pero -y ahí está su vuelo- sin asomo de presunción. Zamora sintetiza en esta obra la tradición teatral que le ha interesado y ha rastreado y su estilo escénico enraizado en el teatro popular, siempre con la música y el texto como eje y con el teatro de títeres de referencia.
La escenografía mejor amortizada
El montaje huye del oropel y la seda propia de una fiesta cortesana para decantarse por una representación de tablado, gracias a esa ocurrente grada de madera que la directora mandó construir allá por 2008 para su primer espectáculo y que probablemente sea la escenografía mejor amortizada del teatro español, ya que la ha empleado en muchas de sus obras.
Conformada por bancos desmontables, Zamora delimita el espacio con ellos: dos de estos bancos sirven para sugerir el castillo volador de Lindabridis, donde viajan algunos actores (Isabel González, heroína de excelente prosodia) y los músicos (Isabel Zamora, Alfonso Barreno y Alba Fresno), mientras a los lados del escenario dispone también unas gradas con público.
Delante del castillo volador se va levantando la escenografía móvil (de David Faraco y Cecilia Morano), compleja, funciona como un tetris, manipulada por los actores: ahora vemos la cueva del fauno, reproduce la gigantesca cabeza de ogro del jardín Orsini en Bomarzo; o imaginamos que la nave surca los mares, cuando los actores cogen unos artilugios que imitan olas. Una vez cumplida su función, todo se esconde, haciendo encajar las piezas en el suelo, como si fuera un puzzle, y conformando la tarima de la representación y en la que también se danza o se disputan torneos.
El vestuario (Deborah Macías) es otra de las bazas del espectáculo. De la neutra pana que viste el elenco al inicio, el atavío evoluciona hacia unos trajes caballerescos inspirados en la última tradición teatral que cuenta las hazañas de los caballeros andantes y que todavía pervive en Sicilia, la opera dei pupi, un teatro de títeres. Tiene también un eco carnavalesco, especialmente en la caracterización del fauno con los cencerros a la espalda.
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Zamora, desaparecida su colaboradora Alicia Lázaro, ha contado para esta ocasión con Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno para la partitura musical. Han realizado una labor de prospección en diferentes fuentes musicales, en temas de Juan Hidalgo (1614-1685), el compositor habitual de Calderón, para crear los coros de la comedia pero también en músicas instrumentales y otras más populares italianas del XVII que les han servido para evocar el mundo caballeresco y recrear danzas y coreografías populares.
Y el elenco, entregado a una labor exigente, ya que les toca actuar, bailar, cantar en coro y duetos, desenvolverse con el verso, que suena claro y es un regalo para los oídos, además de manipular la escenografía y, en ocasiones, desdoblarse en otros personajes. Paula Iwasaki, la otra protagonista de la función, desarrolla junto con Mikel Arostegui un enredo de capa y espada jugando al típico personaje barroco de la mujer travestida. Miguel Ángel Amor es un gracioso particular mientras Alejandro Pau pasa de fauno a caballero y viceversa.
El castillo de Lindabridis
Teatro de La Comedia (Madrid), hasta el 10 de marzo
Autor: Pedro Calderón de la Barca
Dirección y dramaturgia: Ana Zamora
Reparto: Miguel Ángel Amor, Mikel Arostegui, Alfonso Barreno, Alba Fresno, Inés González, Paula Iwasaki, Alejandro Pau, Isabel Zamora
Asesor de verso: Vicente Fuentes (Fuentes de la Voz)
Arreglos y dirección musical: Miguel Ángel López y María Alejandra Saturno
Vestuario: Deborah Macías (AAPEE)
Escenografía: Cecilia Molano y David Faraco
Iluminación: Miguel Ángel Camacho
Coreografía: Javier García Ávila
Coproducción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y Nao d’amores
La Fortaleza
Teatro de La Comedia (Madrid), hasta el 10 de marzo
Autora y dirección: Lucía Carballal
Espacio escénico y vestuario: Pablo Chaves Maza (AAPEE)
Diseño de iluminación: Pilar Valdelvira (AAI)
Diseño de sonido: Benigno Moreno
Videoescena: Elvira Ruiz Zurita
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico