El hijo ante el cadáver del padre. Es la primera escena - es una escena, sí, y extraordinaria- de El candidato de los pobres (Periférica), de Jules Vallès, el gran revolucionario y el gran escritor del XIX. Escritor directo, plástico, esencial. Muy actual.
El hijo y el padre no se entendieron. El padre sojuzgó al hijo con sus normas. Por su bien, reconoce el hijo. Con su recta intención. Y equivocada, piensa también el hijo, conmovido, ahora, ante "la estatua fría y dura" del padre muerto. Que fue estricto, inclemente.
Y el hijo reflexiona: No me he convertido en sabio más que con el dolor; y si soy un hombre es porque desde la infancia me rebelé.
El dolor que curte y fortifica. Eso se acepta. Aunque sea indeseable. ¿Pero el dolor como fuente de sabiduría? El prestigio del dolor. ¿No pueden ser el gozo, el placer o la alegría fuentes de sabiduría? Parece que no. Creemos que no. ¿Y por qué no? El gozo, el placer y la alegría nos llevan hacia afuera, hacia el exterior, lejos de la conciencia de nosotros mismos. Nos disuelven. ¿Es así? El dolor nos lleva hacia adentro, nos permite explorar nuestro interior, conocernos mejor. ¿Es así? ¿No podemos aprender del gozo, el placer y la alegría? Podemos.
Y la rebeldía. Desde la infancia, dice Vallès. La educación -severa o no- está destinada a sintonizarnos con el mundo, a darnos los instrumentos comunes para compartir las reglas, saberes y convicciones de la sociedad. El niño es original, inesperado, espontáneo, creativo. La educación lo modela, ahorma, homogeneiza. Para que pueda funcionar con los otros. Pero Vallès dice que la rebeldía le hizo hombre. Hombre es, también, el que no acepta, el que cuestiona, el que se erige desde sí mismo. El que se arriesga a rechazar la pauta, a decir no, a ser individuo. Individual. Con los otros, cabe pensar.