Léo Malet (1909-1996), engolfado con los surrealistas y con el anarquismo bohemio, fue el renovador de la novela policíaca y criminal francesa, una vez que Georges Simenon y su comisario Jules Maigret fueran perdiendo el fulgor de los primeros años.



A juicio del fallecido especialista español Salvador Vázquez de Parga, su personaje Néstor Burma, aparecido en 1943 en la novela Calle de la Estación, 120 (Libros del Asteroide), debe ser considerado el primer detective privado francés importante, capaz de plantar cara al predominio de sus colegas anglosajones.



Malet, de la mano de Néstor Burma, quiso hacer, a partir de 1954 y bajo el lema de Los Nuevos Misterios de París, un ciclo de veinte novelas policíacas, cada una correspondiente a un distrito de la capital francesa.



El proyecto quedó inconcluso. Libros del Asteroide ha traducido por primera vez al castellano Ratas de Montsouris (1955), título que alude a un parque situado en el Distrito XIV -donde se desarrolla la acción de la novela-, distrito que acoge, entre otros, el barrio de Montparnasse, el Observatorio y buena parte de las catacumbas parisinas.



Néstor Burma y su inseparable pipa (de fumar) están ante el cadáver de la bella Marie Courtenay, quien, presuntamente, se ha arrojado al paso de un tren en el interior de un túnel. Hay policías y mirones. Sobre estos últimos, Burma, narrador en primera persona, dice: Curiosos que habían aparecido de no se sabe dónde, ese tipo de glotones ópticos, habituales de las salas del Supremo y de las ejecuciones capitales, de los que se llena el lugar más desierto en cuanto se produce un accidente sangriento.



Obras públicas, accidentes, bodas, entierros... Quizás antes, y el tópico costumbrista lo requería, se concentraban inmediatamente más fisgones ante esta clase de incidencias urbanas más o menos espectaculares, dramáticas o entretenidas. Tampoco han decaído tanto, si bien se observa, pues ahora el vecindario gusta de arremolinarse ante el portal del crimen, por ejemplo, a ver si una cámara de televisión solicita su valioso comentario.



No sé qué parte de mérito tendrá la traductora, Luisa Feliú, pero lo que me ha gustado es la expresión glotones ópticos. No se trata de cotillas, sino de glotones ópticos. En la calle y, sobre todo, ante las mil y una pantallas, lo que va en aumento es la glotonería óptica. La glotonería de la mirada. La bulimia, la avidez, el apetito insaciable de los aquejados por la gula de la vista. La gula de los ojos.