El periodista y escritor sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944), murió prematuramente en su exilio de Londres, adonde llegó desde París, cuando los nazis pisaban la capital francesa, y después de haber abandonado España en los primeros meses de la Guerra Civil.
Partidario de Manuel Azaña y director del periódico azañista Ahora, Chaves Nogales, en el prólogo de su escalofriante y extraordinario libro de relatos A sangre y fuego (Libros del Asteroide, 2011), basado en hechos reales de la contienda española y publicado originalmente en 1937, se definía como “eso que los sociólogos llaman un 'pequeñoburgués liberal', ciudadano de una república democrática y parlamentaria”. Y, más adelante, en el mismo prólogo, remataba esa autodefinición de la siguiente manera: “Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguardaba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario”.
Las historias de A sangre y fuego, que, por resumir, señalan los excesos y atrocidades de ambos bandos -y que ofrecen un material magnífico para una película sobre la Guerra Civil-, confirman lo que se percibe en La defensa de Madrid, originalmente publicada por entregas en 1938, y que ahora ha aparecido en edición de María Isabel Cintas y con prólogo de Antonio Muñoz Molina. Esto es, que no debemos entregar la paternidad del llamado Nuevo Periodismo a Truman Capote, Tom Wolfe y otros norteamericanos. Mucho antes que ellos, Chaves Nogales hizo con brillantez inusitada la fusión entre Periodismo y Literatura, cayendo La defensa de Madrid más del lado del primero y A sangre y fuego, más del lado de la segunda.
La defensa de Madrid -como el otro libro, de lectura muy recomendable hoy- narra los acontecimientos vividos en la capital de España durante la primera oleada, a partir de noviembre de 1936, de su acoso por las tropas sublevadas del general Franco. Chaves abandonó Madrid en esas fechas con destino a Valencia, como el Gobierno de la República, pero, al parecer, regresó y vivió en primera persona el asedio de Madrid, y lo hizo - antes de partir definitivamente al exilio- muy cerca del general Miaja, responsable de su defensa, personaje que se erige en su relato con patetismo y grandeza, por la terrible dificultad que tuvo, desde su lealtad a sus entorchados militares y al régimen constitucional, a la hora de gestionar un Madrid indigente, hambriento y sin medios militares ni de supervivencia, cercado y bombardeado por el enemigo golpista y roto por la acción de los quintacolumnistas nacionalistas y por las divisiones y desmanes de, básicamente, anarquistas y comunistas.
Chaves Nogales ha sido, durante décadas, silenciado tanto por los franquistas y sus herederos como por los agentes culturales de la izquierda política y cultural, pues su punto de vista era molesto e inconveniente para ambos.
Refiriéndose a su salida de Madrid, Chaves Nogales, con meridiana claridad, escribe: En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid, como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas y comunistas.
Sus relatos de A sangre y fuego y su reportaje periodístico de La defensa de Madrid dan buena razón de estas palabras incómodas y duras para casi todos. Para casi todos los balances, los mitos y los precipitados de la Memoria.
Creo haber escrito alguna vez que las dos Españas machadianas que hielan el corazón, definidas por el poeta sin precisión, no son propiamente -en lo que queda ni en lo que fue- las de los “rojos” y los “azules”, los republicanos y los fascistas, sino la de los españoles moderados, ilustrados, racionales, dialogantes y de talante liberal de cualquier ideología -ahí estaría Chaves Nogales- y la de los españoles fanáticos, intolerantes, poco cultos e impositivos de cualquier ideología.
La tarea pendiente para una mejora de la vida democrática sigue consistiendo en aceptar esta realidad y contribuir -con la Cultura, la Educación y, en definitiva, la Razón- a ampliar el terreno de los primeros y a reducir el campo (y el campo de cultivo) de los segundos.
Chaves Nogales y las dos Españas
6 marzo, 2012
01:00