La colaboración entre escritores y directores, en el segundo tercio largo del siglo pasado, dio lugar a una edad de oro de la cultura y del cine italianos y europeos. Fue un periodo deslumbrante, que tiende a ser olvidado y preterido por el flujo de los años y de las modas.



Los cineastas de aquella época no eran en absoluto ágrafos o iletrados. Amaban los libros y la escritura, que algunos de ellos habían cultivado en sus comienzos, generalmente como periodistas. Para sus películas buscaron y encontraron a guionistas que provenían más específicamente de la literatura -la realista-, y juntos fueron capaces de escribir películas extraordinarias, vinculadas al Neorrealismo y a sus ramajes y derivaciones de los años 50 y principios de los 60 (y varios más). Hacen falta muchas manos para contar las obras maestras que hicieron juntos.



En los últimos meses, han aparecido en España dos libros, al menos, de o sobre Federico Fellini. Uno es El viaje de Mastorna (BackList), el guión novelizado de una película que el director nunca realizó y en la que trabajó nada menos que con Dino Buzzati (El desierto de los tártaros), a partir de una novela de este último.



El otro libro se titula a secas Federico Fellini (Nosferatu), y es un trabajo colectivo coordinado por Jesús Angulo y Joxean Fernández. En un capítulo de este libro, Fernando Lara comenta el papel decisivo jugado en la filmografía felliniana por sus guionistas (cinco) y repasa la labor de Tullio Pinelli, Ennio Flaiano, Brunello Rondi, Bernardino Zapponi y Tonino Guerra, que acaba de morir.



Son nombres que hacen brotar lágrimas de emoción, pues nos conmovieron con sus historias transidas de humor, de humanismo, de dolor, de conocimiento del hombre y de la sociedad, de compromiso con la verdad profunda, contradictoria y escurridiza, de lo que somos, de lo que somos capaces de ser.



Carlos Reviriego ha glosado puntual y competentemente, como siempre -consúltese-, la gigantesca figura de Tonino Guerra, también poeta, dramaturgo y novelista. Con Fellini escribió tres películas: Amarcord (1973), Y la nave va (1983) y Ginger y Fred (1986). Antonioni, Rosi, Tarkovski, los hermanos Taviani, Angelopoulos y Bellocchio le deben mucho en grandes películas. Tonino Guerra, como los citados y como Cesare Zavattini, Vitaliano Brancati o Vasco Pratolini, entre tantos y tantos, fue uno de esos inmensos escritores italianos al servicio del cine de su país.



Puede que Amarcord sea su película más popular. Los recuerdos divertidos y tragicómicos de la adolescencia del cineasta en el pequeño pueblo de Rímini fueron escritos por Fellini y Guerra como novela, y con tal formato fueron publicados con independencia de la película.







Fotograma de Amarcord.



Tengo en mis manos una edición (1974) de Noguer. Los innumerables espectadores de Amarcord recordarán que la película empieza con la llegada de la primavera al pueblo, esa primavera que ahora mismo ha vuelto entre nosotros. Como homenaje a Tonino Guerra, transcribo -en traducción de Francisco J. Alcántara- el primer párrafo de Amarcord.



Dice así: Los vilanos aparecen en marzo. Nadie sabe de dónde vienen. Son pequeñas plumas, pelusilla ligerísima que vaga por el aire. Pueden parecer esferas transparentes que suben y bajan en una danza continua como si tuvieran vida propia o se movieran con propio impulso. Llegan al Borgo pasando sobre las cabañas de la periferia, se detienen en los huertos, bailan en los patios donde las mujeres ya han colgado en las ramas de los árboles los vestidos más ligeros para airearlos un poco.



Los recuerdos de los buenos libros y de las buenas películas son también vestidos ligeros que aireamos para volver a sentir su limpio y fragante perfume.