Tengo una cita por Manuel Hidalgo

"El hotel blanco" y las inclinaciones de Alemania

19 junio, 2012 02:00

Me ha impresionado vivamente la lectura de El hotel blanco, una novela que desconocía, ahora publicada en castellano por RBA. Su autor es el británico D.M. Thomas, también poeta y traductor de ruso, quien optó con esta novela, en 1981, al Premio Booker, finalmente otorgado a Salman Rushdie por Hijos de la medianoche.

La trama es circular, con idas y venidas en el tiempo, con pasajes oníricos entrelazados a otros realistas, con datos provisionales que se aclaran del todo o se desmienten más adelante. Con sorpresas. Tiene mucho de “puzzle”, unido a una escritura rugosa, con varios relatores, que acoge cartas, poemas, postales, informes clínicos y también la voz de un narrador omnisciente. El lector no se pierde. Entre otras cosas porque, atrapado por la historia, desea avanzar, saber más de un argumento que alienta sus dotes deductivas y detectivescas. Hay imágenes de extraordinaria belleza, unidas a momentos de un dramatismo descarnado y, en otras ocasiones, a un erotismo servido con un lenguaje explícito y deliberadamente ordinario. Es una novela de una modernidad absoluta, de primera hora respecto a imitadores muy actuales. Quisieron llevarla al cine directores como Terrence Malick, David Lynch, Bernardo Bertolucci y Emir Kusturica, pero no es de extrañar que sus intentos fracasaran ante la dificultad y coste del proyecto.

Digamos que el asunto gira, durante varias décadas, en torno a una mujer dedicada a la música, hija de ruso y polaca, tratada en Viena por Sigmund Freud -co-protagonista de la narración- por sus graves trastornos psicosomáticos, debidos, según el padre del psicoanálisis -cuyos fundamentos y métodos se ilustran-, a una patología de histeria sexual, sobrevenida tras episodios y por causas que, sometidas al olvido y a la falsificación por la paciente, el psicoanalista -y nosotros con él- intentará clarificar. Sin desvelar la peripecia, y renunciando a dar más pistas, diremos que El hotel blanco se asoma de lleno al devenir de la Revolución Soviética y al Holocausto.

De una novela tan rica en sugerencias, he aislado, por su conexión con la actualidad, una frase correspondiente a un tema aparentemente lateral, pero que alcanza todo su sentido en el atroz desenlace del libro.

Al comienzo del relato, el doctor Freud dirige una carta a un colega, en 1920, y le habla de sus experiencias en la investigación de los malos tratos sufridos por combatientes de la Primera Guerra Mundial que enfermaban de neurosis en el campo de batalla y que, al parecer, eran tratados con electro-shocks antes de ser devueltos al frente.

Escribe Freud: “Es demasiado pronto para decir si las clínicas vienesas secundaron la inclinación típicamente alemana de conseguir sus objetivos despiadadamente”.

Ahora muchos piensan que Alemania está intentando conseguir sus objetivos políticos y económicos de nuevo “despiadadamente”. No entro aquí en una valoración de esa opinión extendida. Constato lo que el lector ya sabe: que, en estos días, a propósito de Alemania y su comportamiento en la crisis, se evoca a los Bárbaros del Norte e incluso a los nazis. La Historia de Alemania y Europa está en los manuales, con etapas de distinta naturaleza. Sin embargo, y sin rastro de germanofilia de tinte político, parece entre ridículamente sectario y fruto de la desmemoria, la ignorancia o la mala intención, escoger únicamente los periodos o comportamientos negros de una nación como Alemania, cayendo perezosamente en un lugar común y orillando la deslumbrante nómina de novelistas, poetas, filósofos, pintores, científicos, dramaturgos, arquitectos, cineastas, músicos e, incluso, reyes y políticos germanos que han contribuido decisivamente a la cultura europea y mundial.

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