Tengo una cita por Manuel Hidalgo

El magnífico humor de D.E. Stevenson

10 julio, 2012 02:00

En el pueblecito de Silverstream, todo el personal se revoluciona -del estupor al enfado mayúsculo, pasando por la carcajada regocijante- cuando lee un librito titulado El perturbador de la paz. Todos los habitantes de Silverstream están perfectamente retratados en esa novelita, todos se reconocen y reconocen a los otros, y, aunque tienden a pensar que los demás están justamente caracterizados, nadie es partidario de la imagen de sí mismo que da el libro. ¿Quién habrá sido el osado sinvergüenza que se ha atrevido a ponerles en ridículo? Tiene mucha información, tiene que ser un vecino del pueblo. ¿Pero quién? Se arma una bien gorda, como podría decir D. E. Stevenson.

La señora Dorothy Emily Stevenson (1892-1973), de buena familia, esposa de un capitán del Ejército y madre que fue de cuatro hijos, acabó publicando cuarenta y tres libros y obteniendo éxitos de venta millonarios. No ocupa, según mis investigaciones, un lugar destacado en la historia de la literatura británica. Tal vez, porque era prima segunda de Robert Louis Stevenson, y, claro, un escritor de semejante tamaño acaparó el apellido. Tal vez también, porque la señora Stevenson, muy de diminutivos, fue una especie de “dama del amor” -que no del crimen-, propensa a fijarse en los pequeños detalles, en la vida cotidiana y en los pliegues de la psicología de las personas corrientes, y -aunque también escribió novelas de espías y de ciencia-ficción, o precisamente por eso-, no puede ser considerada a la altura de los grandes. Opinable.

El libro de la señorita Buncle (Alba), publicado en 1934, tiene mucho panecillo, mucho bollito, mucha mermelada y mucho mantelito, pero, entre todo ese material de casa de muñecas sobre verde paisaje inglés, contiene una sutil bomba de relojería, fabricada con humor, con disimulada -pero indisimulable- mala idea y con una prodigiosa cantidad de perspicaces y afiladas observaciones sobre el amor, la pareja, la familia, las relaciones personales y la vida en una pequeña comunidad presuntamente idílica: cotilleos, resquemores, frustraciones, envidias, manías, odios...

La tal señorita Buncle, sosa solterona treintañera -así la ven todos-, es la autora de El perturbador de la paz. El lector de la novela de Stevenson lo sabe desde el principio, mientras que los habitantes de Silverstream lo ignoran por completo y dedican todos sus esfuerzos a averiguar quién demonios puede ser el autor de semejante engendro.

Stevenson -otro mérito más- se permite un juego de espejos y comentarios cruzados que bordea -a lo tonto- la metaliteratura, pues El perturbador de la paz y El libro de la señorita Buncle son, en el fondo, el mismo libro, y su autora se divierte y demuestra una grandísima inteligencia al hablar irónicamente de su propio libro -y de escribir, y de la literatura- como si estuviera hablando del libro de su personaje. Es bastante deslumbrante, muy ingenioso y, siempre, muy divertido. Sobre todo, insisto, en los detalles, en esas observaciones sobre tantas cosas que dan saltos por las páginas del libro como perlas desprendidas de un collar.

Cuando el futuro editor de El perturbador de la paz -todavía titulado Crónicas de un pueblo inglés, otro rizo- lee el manuscrito firmado por John Smith -eso tiene más miga de la que parece- y, entusiasmado, ya piensa en publicarlo y en el texto de promoción, reflexiona sobre la conveniencia de no dar a entender ni que es “una sátira exquisita” ni -¿será eso?- “una sencilla crónica de acontecimientos vistos con la mirada inocente de un simple”. Con esta soltura bromea D.E. Stevenson -como he adelantado- sobre sí misma y sobre su libro.

Pero también sobre los hombres: “un simple”. O sea, un escritor. ¿Acaso podía -piensa el editor, hombre- ser una escritora? En Silverstream ni se les pasará por la cabeza. ¿O es que...?

Aunque parezca mentira, todavía se sigue hablando sobre si existe o no una literatura femenina, sobre si las escritoras tienen una mirada distinta de la mirada de los escritores.

No escurriré el bulto: mi opinión es que, antes y ahora, un número significativo de mujeres escritoras tiene una mirada muy distinta a la de la mayoría de los hombres escritores. Ya está. No es más que eso.

D. E. Stevenson se permite al comienzo de su novela una broma magnífica sobre los hombres, sobre las mujeres y sobre sí misma. El sobrino del futuro editor también ha leído el manuscrito de “El perturbador de la paz”, y dice:
“-Tío Arthur, el autor de este libro es un genio o es un imbécil”.

Hace calor. Dejo al lector con la explosiva y estimulante ambivalencia -con efecto de retroceso- de esta frase. ¡Genial sentido del humor, Stevenson, repartiendo estopa en todas direcciones!

Image: Borja Ortiz de Gondra

Borja Ortiz de Gondra

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