Doña Perfecta y la bondad de la intención
Doña Perfecta es una tragedia española, con un pie en la tragedia griega, y sirve de antecedente, en su personaje principal, a una mujer tan terrible, despótica y aniquiladora como la Bernarda Alba de Federico García Lorca.
En una madre tiránica, manipuladora y reaccionaria, tanto Pérez Galdós como Lorca, retratan un ultraconservadurismo religioso que aplasta toda libertad. En la intención de Galdós, como sabemos, estaba dibujar un terrible entramado de círculos concéntricos: la familia sometida a una dictadura matriarcal irrigada por la Iglesia, la ciudad provinciana estancada e inmovilizada por la sombra imperante de la catedral y del caciquismo connivente con ella y, al fin, el país entero, España, petrificado, cautivo bajo la alianza del ultramontanismo clerical y económico y represor del progreso y la novedad.
Doña Perfecta es una obra de ideas -aunque también de personajes- y expresa con gran claridad el secular conflicto español entre el irracionalismo de origen religioso aliado con las clases dominantes y el pensamiento liberal, racionalista, moderno, ilustrado y científico que representa con moderación -aunque no le sirva de nada- Pepe Rey, ese joven ingeniero que llega al "burgo podrido" de la inventada y autosatisfecha ciudad episcopal de Orbajosa para casarse con Rosario, la hija de su tía Doña Perfecta, quien, después de desplegar toda clase de ardides, no dudará en recurrir al crimen -por los procedimientos sinuosos que le son propios- para impedir la boda.
Doña Perfecta, después de recibir al sobrino con zalamerías y con hipócrita tolerancia, al ir comprobando que el muchacho profesa ideas "actuales" que le resultan insoportables, lo va asfixiando desde la penumbra de su omnímodo poder con golpes que tienen por objetivo destruirlo, provocar su marcha de la ciudad y hacer imposible su matrimonio con su hija Rosario, que lo ama: organiza pleitos por tierras contra él, consigue despojarlo de su empleo en Madrid, hace que lo expulsen de la catedral, le pone en boca de toda la ciudad, logra que lo calumnien por comportamientos licenciosos inexistentes, encierra a su hija hasta casi volverla loca...
Y, en esta obra con varias escenas estremecedoras, llega una escena cumbre, a mi juicio, cuando Doña Perfecta, crecida y mayestática, reconoce ante el sobrino, Pepe Rey, todas sus artimañas, para asegurar a renglón seguido que han estado regidas por "la bondad de la intención", es decir, por el lógico y noble deseo de una madre de que su hija no se case con un hombre inconveniente.
Doña Perfecta, henchida de autoridad y convicción, le suelta a su sobrino (cito literalmente de la novela de Galdós): "Eres matemático. Ves lo que tienes delante y nada más: la Naturaleza brutal y nada más; rayas, ángulos, pesos y nada más. Ves el efecto y no la causa. El que no cree en Dios no ve causas. Dios es la suprema intención del mundo. El que le desconoce, necesariamente ha de juzgar de todo como juzgas tú, a lo tonto. Por ejemplo, en la tempestad no ve más que destrucción; en el incendio, estragos; en la sequía, miseria; en los terremotos, desolación, y, sin embargo, orgulloso señorito, en todas esas calamidades hay que buscar la bondad de la intención...; sí, señor, la bondad de la intención de quien no puede hacer nada malo".
Doña Perfecta defiende la bondad de la intención de Dios al permitir calamidades -en estos días han ocurrido algunas y hemos escuchado palabras parecidas-, pues esas calamidades responden a una causa que, aunque no la detecten las mentes racionalistas, juega a favor de las víctimas. Y, además, en esa "bondad de la intención", se parapeta Doña Perfecta -y todas las doñas Perfectas y los don Perfectos- para justificar, cuando es preciso, sus intereses y sus malas artes: la maldad de sus intenciones.