Un lector que haya recalado circunstancialmente en
alguna obra del Nobel Isaac Bashevis Singer (1902-
1991), que no conozca a fondo la producción literaria
del escritor, emigrado a Estados Unidos y cultivador
del yiddish, puede creer que el polaco se centró en un
material procedente de la historia y de las leyendas
de su país y de su comunidad judía, con tendencia a la
fabulación fantástica y mágica y con inclinación a los
lectores infantiles y juveniles.
Es parte de la verdad, pero no toda la verdad. Enemigos.
Una historia de amor (RBA), publicada originalmente en
1972, es una novela urbana y neoyorkina que nos trae a
un escritor cosmopolita, divertido, culto y desgarrado,
que no se olvida, por supuesto, de las costumbres y de
la mentalidad judía y de los estragos del Holocausto,
aunque no tiene inconveniente en criticar los absurdos
y los pesos muertos del judaísmo e, incluso, en satirizar
-a veces, con hilarante trazo grueso- a quienes,
supervivientes del genocidio de los nazis, derivaron,
por el apremio de la subsistencia, hacia la picaresca, la
trampa y el afán desordenado de negocio.
El protagonista, Herman Broder, es, en efecto, un
farsante y un mentiroso. Se las apaña para salir adelante
como “negro” que redacta libros y discursos de un
prominente rabino sin escrúpulos y acaba manteniendo relaciones simultáneas con tres mujeres distintas en una peripecia desenfrenada que Singer sirve casi a ritmo de
comedia vodevilesca, pero con el contrapeso de un fuerte
dramatismo y patetismo.
Herman, además de un desastre, es un hombre leído
e instruido, y se pregunta qué puede hacer para no
hundirse todavía más en el lodo, una pregunta que va
unida a otra inevitable: ¿cómo pudo ser que en el corazón
de la Europa culta sucediera el espanto del Holocausto
y del Gulag, envilecedor de los verdugos y sus cómplices
silenciosos, pero también -y este es un punto delicado
con el que Singer se atreve- de algunas víctimas que
perdieron su dignidad urgidas por el instinto de sobrevivir
a toda costa? ¿Qué pasó?, ¿qué puede salvarnos?
Y Herman se responde: “La filosofía no, ni Berkeley, ni
Hume, ni Spinoza, ni Leibnitz, ni Hegel, ni Schopenhauer,
ni Nietzsche, ni Husserl. Todos ellos preconizaban una
cierta moral, pero esta no tenía la fuerza suficiente para
ayudar a un hombre a vencer la tentación. Uno podía
ser admirador de Spinoza y nazi, o estar versado en la
fenomenología de Hegel y ser estalinista, o creer en las
mónadas, en el ‘Zeigeist', en la voluntad ciega y en la
cultura europea y, sin embargo, cometer atrocidades”.
Nadie diría que la cultura -y la gran cultura europea- no
es un escudo protector, una muralla, una gran disuasión
frente a la barbarie. Pero no sirvió aparentemente de nada hace poco más de medio siglo. El horror se
cernió sobre la Europa de los filósofos, los músicos,
los pintores, los poetas y los arquitectos. Y la guerra
de los Balcanes, por ejemplo, sirvió recientemente
para comprobar que la sinrazón se desata, a veces, allí
donde la razón y la cultura parecen actuar como vacuna
frente a la ignominia. Y sin la cultura, ¿hasta dónde no
llegaríamos?
¿Para qué sirve la cultura?
8 enero, 2013
01:00