El gran éxito del escritor Eugène Dabit (1898-1936) fue L'Hôtel du Nord, novela publicada en 1929, en pleno auge la literatura proletaria y popular en Francia, fenómeno que curiosamente coincidió con la eclosión de algo tan opuesto como el surrealismo.



En la novela de Dabit -editada por Errata Naturae con el título de Hotel del Norte y muy buena traducción de Sara Álvarez Pérez- es patente la influencia de los naturalistas y realistas del XIX francés, junto a la visión de escritores de directa intención testimonial y política como Jules Vallès o Máximo Gorki. Es el suyo un realismo muy descarnado, pero ya incluye rasgos de moderna estilización. En sus páginas están los antecedentes del realismo poético -más blando- y del neorrealismo -incluso de los realistas de los años 50 del pasado siglo-, que tanto juego darían después en el cine y en la literatura del sur europeo.



El impacto enorme de la novela de Dabit se amplificó y se extendió para siempre cuando Marcel Carné, en muy libre versión, la adaptó a la pantalla en 1938, con el mismo título, fraguando un clásico del cine que está disponible en DVD en el mercado español.



Está claro que Dabit deseaba escribir sobre el París de los trabajadores -incluso de cierto lumpenproletariado-, y para ello echó mano de una experiencia personal, la que había tenido como portero de noche de un pequeño hotel regentado por sus padres, el Hôtel du Nord, que todavía existe -muy visitado por los turistas ilustrados- junto al canal de Saint-Martin.



En sus modestísimas habitaciones -propias de una humilde fonda- convivían empleados y obreros de bajo nivel económico, generalmente llegados de fuera de París para trabajar en la capital: hombres y mujeres solos, alguna pareja, alguna familia... Gente de muy poca fortuna, amenazada por el desempleo, inmersa en una dura “lucha por la vida” -que podría decir Baroja-, cuyas penalidades encontraban consuelo en los bailes populares, los licores baratos y el sexo compulsivo. Ellas, a veces inmersas en la prostitución para sobrevivir, y ellos, con perentorio machismo, se entregaban a los placeres carnales, a menudo con consecuencias indeseadas en forma de enfermedades venéreas o hijos no queridos. Un mundo duro, de vidas rotas o por romper, aunque también de magras ilusiones y de afanes justicieros y combativos, tutelado y pastoreado por los comprensivos y generosos dueños del establecimiento, quizás los personajes más luminosos de la novela, una historia obviamente coral, con ciertos reflejos de técnica simultaneísta, que me ha recordado -también por su paisaje humano y moral- a La colmena (1951), de Camilo José Cela, aunque sin su humor.



Al hotel regresa Renée, con el bebé que ha tenido con el cerrajero Pierre, que tan mala vida le ha dado y le ha dejado tirada. Con Pierre, precisamente, se había alojado antes en el hotel, y ahora la bondadosa patrona la vuelve a acoger y le da trabajo como criada para que pueda salir adelante y pueda costear los gastos de una nodriza, que cuidará de su niño en el campo. Renée, escarmentada, no quiere saber nada de los hombres -luego, volverá inevitablemente a las andadas, y de la peor manera- y se entrega a las faenas que tiene encomendadas.



Eugène Dabit construye un magnífico fresco social de personajes, acciones y tipos psicológicos, y su habilidad y su calidad brillan siempre en los pequeños apuntes, en los detalles. Louise, la patrona, y Renée se toman un descanso en la tarea, y escribe Dabit: “A continuación, cogía el costurero y, con el espíritu en calma y la carne desprovista de deseo, se sentaba para coser junto a Louise, que leía una novela”.



Un momento apacible. Una mujer cose y la otra lee. No son dos burguesas, pero la escena tiene algo de la tradicional imaginería pictórica que, desde muy antiguo, mostraba a las mujeres cosiendo y leyendo en los salones. Sin embargo, Dabit introduce una observación inesperada: “la carne desprovista de deseo”. Esa expresión confiere dramatismo a la escena, la modifica en gran medida. Aparece la mirada del escritor, su capacidad para, con un toque, sugerir más de lo que dice, hacernos ver lo que no se ve.





Cartel de la película Hôtel du Nord, de Marcel Carné.







Fotograma de la película.







Fotograma de la película en el que se ve el antiguo aspecto de la fachada del hotel.







Aspecto actual del hotel.