Nórdica ha publicado reunidas dos novelas cortas y divertidas del escritor alemán Jean Paul (1763-1825), de quien me ocupé aquí hará un año con ocasión de la edición de su regocijante Elogio de la estupidez.



Los dos relatos son El viaje del rector Florian Fälbel y Vida del risueño maestrillo Maria Wutz, y fueron escritos seguidos a partir de 1790, en los años (diez) en los que Johann Paul Friedrich Richter (su verdadero nombre) se dedicó como preceptor a la enseñanza, asunto que le trajo de cabeza tanto por sus malas experiencias como estudiante en la infancia y adolescencia como, cuando le tocó estar del lado de los profesores, por su rechazo del sistema educativo vigente. Jean Paul criticó duramente la enseñanza que se practicaba y dedicó tiempo e ideas a proponer otro modelo de educación.



En el primero de los libros se mofa de la costumbre y contenidos de los viajes escolares, de las excursiones presuntamente instructivas que por entonces hacían los alumnos en compañía de sus preceptores para desasnarse. En el segundo, recorre la mediocre vida de un “maestrillo”, en efecto, cuya alegría natural y falta de ambición y brillo le llevan a conformarse con los infortunios y carencias de su profesión.



En los epígonos de la Ilustración y en el arranque del Romanticismo, Jean Paul fue un escritor satírico, afilado y zumbón, muy influido por dos predecesores ilustres en el campo del humor y de la crítica social implacable, el irlandés Jonathan Swift y el británico Lawrence Sterne.



En El viaje del rector Florian Fälbel, Jean Paul, por boca de su narrador, censura la tendencia de los adultos a prohibir casi todo a sus hijos y pupilos, a reprimir la alegría de los niños. Este error pedagógico y vital va unido a la consideración de que toda felicidad debe ser aplazada o, dicho de otro modo, de que la felicidad es un bien para disfrutar (siempre) después. Así, nunca llega, claro. Y escribe: “El hombre siempre ahorrativo que considera todo placer posterior como uno mayor y de más provecho, que en primavera lo único que hace es quedarse al acecho en la antesala del verano y al que del presente no le gusta más que la proximidad del futuro, este retuerce la cabeza del niño que brinca...”



Jean Paul no grita ¡carpe diem!, pero casi. Hay que intentar “brincar” hoy, pues el hombre que ahorra y aplaza la felicidad suele terminar siendo un malhumorado represor del disfrute ajeno. Algo a tener en cuenta en estos días en que muchos se limitan a anhelar el sol y el calor de las próximas semanas, a esperar que amainen las dificultades para entregarse a la alegría.