[caption id="attachment_391" width="160"] Álvaro del Amo[/caption]
La afición de Álvaro del Amo por el crimen no es nueva. Hace unas semanas, sin ir más lejos, comentaba aquí mismo su excelente adaptación teatral para el CDN del guión que él mismo escribiera, en compañía de otros, para la película Amantes, de Vicente Aranda.
En buena racha creativa –y mientras siguen apareciendo en Alianza sus traducciones y prólogos de piezas de Tennessee Williams-, Del Amo acaba de publicar Crímenes ilustrados (Menoscuarto), cuatro largos cuentos unidos, entre otros lazos, por los hilos de sangre del asesinato.
El carácter de ilustrados de los relatos viene dado doblemente por las fotografías y dibujos que los acompañan y, sobre todo, por la presencia o la sombra de ingredientes culturales en su argumento.
La inconsistencia de las ilusiones. Subrayé mientras leía esta expresión en el cuento Traviata, y, en cierto modo, refleja el meollo de las historias que Del Amo nos narra, un meollo trágicamente completado, se me ocurre, por la expresión opuesta: la consistencia de las desilusiones.
En cierto modo, los asesinos y otros personajes del libro fluctúan entre la fugacidad de las ilusiones y la perennidad de las desilusiones, transformadas éstas en heridas de las que mana sangre y que, a su vez, por sinuosos y nítidos caminos de venganza o revancha, piden sangre. En tal sentido, y con situaciones reconocibles por su anclaje en vidas reales nada extraordinarias, Crímenes ilustrados establece con pesimismo y no poca crueldad un panorama atroz de las relaciones humanas en variadas versiones: fraternales, de pareja, familiares…
El libro responde plenamente al estilo ya acreditado por Del Amo en sus anteriores comparecencias como narrador. El escritor extrae materiales, situaciones, expresiones y personajes del ámbito costumbrista, pero los somete a un proceso de paciente distorsión que tiene como resultado un alejamiento de ese origen, el cual, sin dejar de estar presente, da lugar a una extraña sensación de irrealidad.
Para ello, Del Amo estiliza y dilata una especie de retórica del costumbrismo con el efecto de difuminarlo, utilizando para ello una extrema ironía paródica de los ingredientes de su propio discurso. Un sutil humor, que juega a no mostrarse con toda su fiereza constitutiva, determina una atmósfera de considerable y creciente negrura.
El segundo relato, Un tigre al acecho, quizás sea el que aborda una realidad más actual y socialmente identificable: la destrucción de una pareja tras el proceso de acceso a la ansiada cima profesional y económica y tras ampliar el núcleo familiar con el nacimiento de una hija que desestabiliza el descompensado ecosistema.
Escribe Del Amo: “Lucía había agotado sus energías en procurar el triunfo de su marido. Rino fue el “caballo ganador” que, al cruzar la meta, pronto comprobó que la copa de oro no venía acompañada del beso de la madrina. La madrina debía estar contenta, la vitrina del salón rebosaba de trofeos, el bello tigre sobrevolaba su éxito. Pero al situar a su marido en una cumbre cada vez más alta, ella se fue quedando atrás y más abajo; quizá nunca llegó a averiguar por qué se abandonó, qué le empujó a renunciar a la escalada, cada vez más hundida en una sima construida con sus propias manos, a gran distancia del campeón, con quien siguió durmiendo hasta la noche del crimen”.