[caption id="attachment_477" width="150"] El escritor Romain Rolland.[/caption]
Romain Rolland (1866-1944) fue un escritor muy leído y muy discutido en Europa durante la primera mitad del siglo pasado. Después, y hasta hoy, su presencia e influencia parecen haberse atenuado hasta su casi práctica desaparición, particularmente en España, donde, sobre todo, fueron muy leídas sus biografías –Acantilado reeditó hace poco la de su amigo Tolstói-, que inspiraron el modo de hacer de otro gran biógrafo, y también amigo, Stefan Zweig.
El escritor alemán es el autor del breve prólogo que introduce Más allá de la contienda (Nórdica/Capitán Swing), libro que recoge artículos, cartas y manifiestos publicados por Rolland entre 1914 y 1915 con el objetivo desesperado de difundir el pacifismo y detener la terrible sangría de la Primera Guerra Mundial.
En 1915, Romain Rolland recibió el Premio Nobel de Literatura, y hay quien atribuye el galardón al extenuante y pacificador esfuerzo intelectual y ético que el escritor francés desplegó –sin éxito- para interrumpir la contienda y reconciliar a los pueblos de Europa. Lo cierto es que, para entonces, Rolland ya había publicado su monumental novela-río Jean Christophe (1904-1912), las andanzas de un músico por el corazón del viejo continente, narradas en diez volúmenes.
Hombre de gran formación cultural –Filosofía, Historia- y artística –Música-, la escritura de Rolland acusa el peso de su gran bagaje intelectual y de un ímpetu transformador de la realidad que, en ocasiones, lo sitúa en las lindes de la “novela de tesis”, que hoy no goza del favor del personal.
El núcleo duro del pensamiento de Rolland bebe de las fuentes del cristianismo humanista, del socialismo internacionalista y de las filosofías y religiones orientales, que él conoció –trató a Gandhi y a Tagore- como pocos europeos de entonces.
Los pueblos y las razas no deben enfrentarse violentamente. Sólo hay un pueblo y una raza, la compuesta por todos los seres humanos, que son hermanos, y que son víctimas, en las guerras, del manejo de las élites, las cúpulas de los ejércitos y los predicadores interesados de las fronteras y las patrias pequeñas. Según escribió en un manifiesto, por encima de los intereses que llevan a las guerras, hay que colocar al Espíritu que no está al servicio de causas de banderías, a la Verdad sin prejuicios de castas, a la Humanidad que, como el Pueblo, es única y universal.
A propósito de la universalidad, Rolland se lamenta muy especialmente de que, durante la guerra, dirigentes de las iglesias y de los partidos socialistas nacionales empujen al conflicto a los ciudadanos de sus respectivos países cuando el cristianismo y el socialismo se fundan sobre el universalismo y el internacionalismo.
Hoy el pacifismo no parece tener en la calle y en la sociedad el empuje que tuvo –con contestación, eso sí- durante las guerras mundiales y que llegó, con la guerra de Vietnam, hasta principios de los años 70 del siglo XX. Hay veces que se producen movilizaciones contra guerras muy concretas, pero, como poco, el pacifismo que las alienta se mezcla con la recusación concreta de alguno de los bandos contendientes. Ahora mismo, hay guerras abiertas o larvadas en muchos lugares del planeta (África, Asia, Oriente Medio, acaso en las mismas fronteras del Este europeo), y no se escuchan voces ni se contemplan gestos de genuino pacifismo.
Rolland censura los nacionalismos, gérmenes propiciatorios de las guerras, y no pocas de sus palabras al respecto tienen resonancias dignas de ser consideradas hoy mismo. Por ejemplo: “¡Era tan difícil, si no amaros, al menos soportar mutuamente vuestras grandes virtudes y vuestros grandes vicios? ¿Y no habría sido mejor esforzarse por dar una solución pacífica (sinceramente, ¡ni lo habéis intentado!) a las cuestiones que os dividían (las de los pueblos anexionados contra su voluntad), y repartiros equitativamente el trabajo y las riquezas del mundo?”.
Estas palabras pertenecen al artículo Más allá de la contienda, el primero y principal de todos, que Romain Rolland publicó el 15 de setiembre de 1914 en “Journal de Géneve” y que da título al libro.