Lo esencial de la familia Panero comenzó a conocerse, como todo el mundo sabe, a partir del excelente e impactante documental de Jaime Chávarri. El desencanto (1976) se tomó no sólo como el testimonio de la autoaniquilación y la desestructuración de una familia concreta, la del laureado poeta franquista Leopoldo, sino también, con sesgo político lógico, como la entrada en el museo de los errores y de los horrores de toda familia nucleada en torno a los principios e incumplimientos del nacionalcatolicismo.
En aquel momento, nació la leyenda de los Panero, con los ingredientes de odio al padre y a la madre, dobles vidas, desafección matrimonial, alcohol, drogas, locura, homo y polisexualidad y, claro, poesía, literatura, ingredientes redistribuidos en distintas dosis entre sus miembros hacia un resultado de fascinación por la decadencia y la autodestrucción, con poses de narcisismo, de dandismo y de exhibicionismo, todo bajo la fuerte atracción por la muerte prematura, objetivo que, de un modo u otro, quedó cumplido. No voy a resumir aquí, en pocas líneas, lo irresumible y lo, en términos generales, conocido por cualquiera que lea este texto.
Ahora que ya no queda ninguno de ellos, Luis Antonio de Villena publica Lúcidos bordes del abismo (Fundación José Manuel Lara) -¿lúcidos?-, cuyo subtítulo proporciona dos primeras pistas sobre su áspero, fuerte y, en ocasiones, muy crudo contenido: Memoria personal de los Panero.
En efecto, el libro se basa en los recuerdos personales de Villena derivados del trato amistoso con Leopoldo María (el loco), Juan Luis (el borracho) –los notables poetas- y, en menor medida, con Michi (el desplazado diletante) y con Felicidad Blanc (la esposa víctima y, para alguno de sus hijos, la madre verdugo).
Villena pone en pie escenas y sucesos vividos, renunciando en ocasiones tanto al pudor como a la discreción, implicando en determinados pasajes a terceros en instantes de intimidad y, de cualquier manera, exponiéndose él mismo al juicio de los lectores por sus comportamientos y juicios respecto a los hermanos y a otros. No sería de extrañar que Villena cosechara algún rechazo.
Aquí aparece el Villena frecuentemente memorialista que habla de los demás y de sí mismo, de manera que los trazos biográficos y autobiográficos se amalgaman y, de esa tacada, y, con la aparición de hechos, ambientes y personajes secundarios, el autor sigue completando un amplio fresco sobre determinada vida madrileña de los últimos cuarenta años –literaria, nocturna, homosexual- que ha ido pergeñando en novelas y otros textos.
Pero poeta y crítico literario él mismo, Villena aborda a ráfagas suficientes –incluso citando poemas- la poesía de Leopoldo y de Juan Luis –y ocasionalmente la del padre-, analizando y glosando con detenimiento sus versos, aspecto ensayístico de interés que se imbrica en la narración de episodios, como también se imbrican las meticulosas reflexiones y cavilaciones sobre el ser y el comportarse de sus amigos. El libro es, pues, y por lo menos, tridimensional, si acaso no presenta una cuarta dimensión, y en ello radica –y en su trabajada escritura, marca de la casa- su aportación y su singularidad.
Hablábamos al principio de la familia. Conocida por sus lectores es la militancia antifamilia de Villena, que, en páginas ya conclusivas, escribe sobre la abundante infelicidad familiar: “Para algunos esa infelicidad, ese malestar, no es sino el fruto de la mala educación franquista, pero ello parece en exceso simple ya que no falso (…) acabada la “familia tradicional” no hay un modelo nuevo, o no lo hay todavía, o acaso no deba haberlo nunca. Nos hallamos con múltiples familias desestructuradas, que sólo pueden salvarse a niveles individuales (algunas estupendas) pero que nunca responden, al menos hasta hoy, a un parámetro colectivo”.
La notoriedad alcanzada por los Panero tras la película puso el foco en los desastres y devastaciones de una familia, la suya. Pero Villena apunta, con algunas excepciones, a una catástrofe generalizada sobre la que seguimos y seguiremos debatiendo. Cuando se hurga en las familias pocos encuentran más cielo que infierno. Y por estas fechas, no digamos. ¡Feliz Navidad!