No había leído nada de Henri Calet (1904-1956), lo cual no es del todo extraño pues Viejos tiempos (1935), su primera novela, es, a su vez, el primero de sus libros que se traduce -Raúl Valero García- al español. La publicación ha corrido a cargo de Banizu Nikuze, una pequeña editorial vasca, de Portugalete, de aromas alternativos y euskaldunes.

Los editores no consignan la autoría de la fotografía de portada –unas gentes pobres en un miserable callejón posiblemente parisino-, que llamó mi atención, sobre la mesa de la librería, al recordarme a Eugene Atget. No sé si será suya, pero tiene toda la pinta.

Algunos piensan que no es para tanto, pero son importantes los ingredientes externos de la presentación de un libro. Además de la foto de portada, me atrajo la biografía de Calet consignada en las solapas y en la contra: el abandono de su padre, la huida a Bélgica con su madre durante la Gran Guerra, su vida golfa de apostador, crápula y timador, sus ruinas, sus prisiones, sus fugas, sus identidades falsas, sus amores tempestuosos, sus trabajos imposibles…Y, en medio de todo ese panorama, dos informaciones: Viejos tiempos -como buena parte de sus casi veinte libros, he sabido luego- fue editado por Gallimard y, durante la ocupación y desde la clandestinidad, Calet escribió abundantemente para Combat, el periódico dirigido por Albert Camus.

Viejos tiempos es una novela terrible, y su lectura constituye una experiencia difícil de olvidar y, desde luego, no fácil de digerir para sensibilidades delicadas. La dificultad no viene del estilo, que es fluido, vertiginoso, absorbente y muy moderno con sus frases y párrafos cortos, quiebros, elipsis, buenos diálogos y plásticas -¡y hasta qué punto!- descripciones.

Con altísimo contenido autobiográfico –recuérdese lo dicho más arriba-, Viejos tiempos cuenta los primeros veinte años, aproximadamente, de un muchacho parisino nacido y crecido en la más cruda de las miserias.

¡Ríanse del naturalismo decimonónico, del realismo de cualquier época y hasta de los vertederos de Bukowski! En Francia hubo una llamada literatura proletaria, muy explícita a la hora de contar los abismos de la pobreza. A Calet se le ha relacionado, por ejemplo, con Eugene Dabit -escritor vinculado a esa tendencia-, pero su duro Hotel du Nord (1929) es un vals vienés comparado con Viejos tiempos (1935).

La novela de Calet despide perfumes -todos malolientes- a novela picaresca, rematada por algo así como una escatología anticipada al “punk”. Escatología es la palabra. Caca, culo, pedo, pís: literalmente. “Madame Caca”, es el apodo de la madre del “héroe” -antihéroe-, cuando trabaja de limpiadora en unos urinarios.

La escatología de la pobreza. Los pobres de Viejos tiempos y sus sórdidos ambientes de supervivencia, a comienzos del siglo pasado, huelen mal. ¿Qué nos creíamos? Sus sudores, sus ropas, sus funciones corporales, sus cópulas, sus cuartuchos, sus letrinas, sus callejuelas, sus tabernuchas, los “detritus” de sus comistrajos, de sus borracherasy de sus enfermedades… ¿Qué nos creíamos? Pocos, según mi experiencia como lector, lo han contado como Calet.

Y la pobreza extrema -viene a decir el francés- no es que sea sólo injusta e intolerable o que esté necesitada de redención o de rebelión. En eso, Calet ni entra, aunque su protagonista tenga brevemente, acercándose a su mayoría de edad, anhelos revolucionarios y sindicalistas.

Calet explica -en cien tonos más altos que Gorki- cómo la pobreza también desespera, embrutece, lleva a la mentira, al delito y a la vileza, pues no es posible sobrevivir en un lodazal con un traje moral de seda.

No creamos que el libro es solamente un basurero escatológico. Para nada. Calet maneja todo el rato, además de una escritura de primera, de alto registro literario, dosis medidas de ternura deslumbrante y, sobre todo, un irresistible sentido del humor, irónico y también cínico -muy típico de la picaresca, insisto-, que aparece como vetas de mármol en un pozo negro. Gran literatura.

Los pasajes sobre la Primera Guerra Mundial, en la retaguardia, son tremebundos. Elijo uno, que da la dimensión de la prosa de Calet. Habla de quienes volvieron del frente: “Los antiguos héroes, sin auditorio, se reunieron en asociaciones con siglas para pasmarse entre ellos…

“Me gasearon, cegaron, trepanaron, conmocionaron, pincharon, extenuaron, mataron de hambre, bombardearon, provocaron anemia, ensartaron, rajaron la cara, cortaron, desfiguraron, destriparon, despedazaron, dejaron tuerto, reventaron, estropearon, descuartizaron, amputaron, trasplantaron, espetaron, aplastaron, arreglaron, hicieron una chapuza, lisiaron, mutilaron, quemaron, cicatrizaron, perforaron, cosieron, desdentaron, agujerearon, contusionaron, emascularon…para el resto de mis días””.

Nada que añadir.