[caption id="attachment_713" width="560"] Stefan Zweig y Joseph Roth en Ostende, 1936[/caption]

Acantilado ha jugado un papel determinante en la redifusión de Stefan Zweig (1881-1942) y Joseph Roth (1894-1939), ambos judíos, escritor de éxito masivo, el primero, en las lindes del “best-seller” de calidad y escritor más minoritario, el segundo, aunque también agraciado con el logro de algunas novelas leídas por públicos amplios.

Ahora Acantilado acaba de publicar Ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927-1938), grueso volumen que recoge las cartas cruzadas entre los dos amigos en el período que el subtítulo señala. Roth moriría, ahogado por el alcohol, en 1939 en París, después de haber terminado La leyenda del santo bebedor. Zweig se suicidaría, con su segunda esposa, dos años después, en Petrópolis (Brasil). El trágico final de los dos escritores estuvo condicionado por los estragos de la II Guerra Mundial y, especialmente, por el ascenso al poder de los nazis, que quemaron y prohibieron sus libros y acecharon su seguridad.

Casi a la vez, Alianza Editorial ha publicado Ostende. 1936, el verano de la amistad, de Volker Weidermann, un libro que recrea la estancia de los dos amigos en la ciudad balnearia belga,  punto de reunión de otros desplazados, en un momento ya crítico, aunque vitalmente más favorable en lo personal para Zweig, quien, como puede comprobarse en la correspondencia, protege, ayuda, reprende y aconseja a un Roth demandante, exigente, pesimista, devastado por la bebida, sin dinero y al borde del precipicio, si bien en ese verano de Ostende, amenazante e inquietante para el devenir de Europa, ambos vivieron la plenitud de sus últimos amores.

Su trabajo como escritores, sus vidas privadas y sus inquietudes por el mal rumbo de los tiempos quedan prolijamente documentados en su correspondencia, que acoge infinidad de alusiones a intelectuales y personalidades de la época, mientras que Weidermann también explora los antecedentes y alrededores de su amistad, con no pocos “invitados” de lujo, como es el caso de Arthur Koestler.

Eduardo Gil Bera ha traducido ambos libros –la correspondencia, junto a Joan Fontcuberta-, dos libros de muy distinto calado. Mientras las cartas se erigen como un formidable testimonio directo, como una obra imprescindible para profundizar en el conocimiento de los escritores y de su tiempo y, en definitiva, como una pieza de gran peso intelectual, el libro de Weidermann, con estrategias novelescas, ofrece un retrato más que suficiente de Zweig y Roth que acaso resulte más propicio para lectores menos especializados y más proclives a una sustanciosa visión panorámica que, entre la narrativa y el buen periodismo cultural, no duda en hacer incursiones profundas en la personalidad y el carácter de sus protagonistas.

Dos años antes de su estancia en Ostende con Roth, Zweig había publicado su ensayo biográfico sobre Erasmo de Róterdam. Escribe Weidermann: “En la vida y doctrina de Erasmo de Róterdam aprende Zweig el arte de rebajar conflictos mediante “buen entendimiento” y “voluntad de comprensión sin más””. Y añade unas líneas más abajo: “Que Zweig, con sus alegatos en favor de la tolerancia y el entendimiento, coseche en los últimos tiempos, sobre todo en los círculos de los emigrados, intolerancia e incomprensión es algo que él no alcanza a comprender”.

Sin embargo, sucede con frecuencia. Personas que intentan promover la tolerancia, el entendimiento y la comprensión entre opuestos, cuando los conflictos son muy duros y los tiempos vienen muy bravos, suelen ser zarandeadas o algo peor de un lado y de otro por quienes sólo encuentran razones, de defensa o ataque, para el enfrentamiento.