“Un hombre anhelante y solitario a la búsqueda de algo”. Ésta es la definición más breve y precisa que el escritor ucraniano Mijaíl Artsybáshev (1878-1927) hace del protagonista de su libro, el multimillonario Fiódor Ivánovich Mizhúyev, y la hace inmediatamente después de consignar el hartazgo que su personaje siente ante las mujeres rutilantes que, dinero de por medio, venían adornando su vida.
Los millones (1908), editada por Ardicia con traducción de Enrique Moya Carrión, presenta a un acaudalado hombre de negocios angustiado, insatisfecho, desorientado, en plena crisis, hastiado de cuantos le rodean, sean damas hermosas, potentados de su misma condición o intelectuales por los que en algún momento tuvo interés y aprecio. Conviene aclarar que la mirada de Artsybáshev hacia su personaje no está basada en un juicio ético o político, no estamos exactamente ante una condena de contenido ideológico: Mizhúyev no está a la deriva por ser rico, aunque también es evidente y se hace explícito que sus riquezas no le sirven para aplacar una incomodidad radical. Hacia el final, Mizhúyev también fracasa en su intento de solucionar las reivindicaciones de los obreros de una de sus fábricas, pero ésta, se diría, es una derrota más entre las muchas, y más personales y vitales, que va acumulando. Es un episodio, de todas formas, que sí refleja el clima de agitación subsiguiente a la revolución de 1905 y que anticipa el escenario de la revolución bolchevique, a la que Artsybáshev se opondrá con resultado de exilio y de prohibición de sus libros.
Un cogollo del relato describe el derrumbe de la relación del millonario con la bella y voluptuosa María Serguéyevna, una mujer que Mizhúyev arrebató a un amigo, lo que ahora le llena de repugnancia y culpa, al tiempo que los celos le corroen.
La voracidad sexual representa un modo de vivir para Mizhúyev, lo que se traduce en la novela en tórridas pinceladas de deseo en acción, más explícitas que lo acostumbrado en la época. Hay un pasaje brutal en el que un grupo de hombres desaforados subasta a una cabaretera, pasaje que culmina con la violenta posesión de la mujer a cargo de Mizhúyev. Un año antes, Artsybáshev había ido mucho más lejos en materia erótica con Sanin, una novela que escandalizó tanto a las fuerzas vivas del régimen declinante como a los emergentes revolucionarios.
La escritura de Artsybáshev es plástica y florida, lírica y desgarrada, capaz de crear tanto formidables escenas y paisajes de conjunto como de ahondar en los complejos vericuetos psicológicos e interiores de su atribulado personaje. En un momento ya epigonal del naturalismo decimonónico ruso y del auge pasajero de una corriente simbolista, Artsybáshev –luego desplazado a Polonia- era bastante más joven que Chéjov y Gorki y más mayor que Pasternak, dicho sea por contextualizar su momento de auge.
Mizhúyev observa a una multitud abigarrada y ociosa que circula por un malecón junto al mar: “”¡Cuánta gente! ¿Pero quién los habrá traído al mundo? ¿Y para qué?”, pensó. Se imaginó un vientre colosal, hinchado hasta casi tocar el cielo con su cargamento infinito y desde el que, sabe Dios por qué razón, se dejaban caer sobre la Tierra millones de vidas que nadie necesitaba”.
¿Y para qué? Este párrafo revela el aconjogado pensamiento de una persona que no encuentra sentido a las vidas individuales ni, mucho menos, al amontonamiento de los grupos y las masas. Con todo el trasfondo social y psicológico que se quiera, estamos ante un curioso caso, aunque no único, de millonario a punto de ahogarse en las turbulentas aguas de un existencialismo nihilista para el que todo es absurdo.