Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos…
[caption id="attachment_805" width="250"] Mary Ann Clark Bremer[/caption]
Llegué tarde al conocimiento de las novelas de Mary Ann Clark Bremer (1928-1996). Periférica, si no me equivoco, comenzó a publicar sus libros en 2012, y yo no me di por enterado hasta que, en 2014, leí el tercero. Fue un flechazo. Escribí sobre él aquí mismo y volví a escribir con ocasión de la aparición del cuarto.
No me importa repetirme un poco, vale la pena insistir por los lectores que aún no han leído a Clark Bremer. Ahora Periférica publica en un solo volumen las cuatro novelas que había editado por separado en este orden: Una biblioteca de verano, Cuando acabe el invierno, El librero de París y la princesa rusa y Una pasión parecida al miedo. La traducción es de Hugo Bachelli.
El volumen lleva por título Cuando asedien tu faz cuarenta inviernos. Tomado del primer verso del Soneto II de William Shakespeare –a quien la autora no nombra-, ese título se corresponde con el del brevísimo relato (inédito para los lectores españoles) que cierra el libro, en el que, en formato epistolar, la escritora se dirige a una amiga (cabe pensar) para animarla a no tener miedo pese a cumplir cuarenta años: “Todas las mujeres son bellas, extrañas y resistentes como la flor de edelweis allá en lo alto. Supervivientes a los cuarenta años, no envejecen, sólo maduran”, le dice.
Como comprobamos en Una pasión parecida al miedo, la escritora norteamericana utiliza el recurso de insertar una historia dentro de su narración para que sirva de ilustración de lo que trata de decir. En este caso, es la historia del rey Asuero y sus dos mujeres, una vieja y otra joven. Asuero –que tal vez fuera en realidad Jerjes I de Persia- aparece en la Biblia, en el Libro de Ester. Ester es la joven esposa judía que fuerza al monarca a respetar a Vasti, la mayor, repudiada.
El miedo, sí, las mujeres (y los hombres) interesantes, los amores imposibles o incompletos, la pasión que no siempre necesita del sexo, el acecho de la muerte, el tiempo que pasa, los recuerdos, la pérdida de la felicidad y de los seres queridos, también la plenitud y la alegría, los libros y los escritores –siempre-, el sentimiento religioso o la espiritualidad y los paraísos en peligro son algunas de las constantes temáticas de estas novelas exquisitas, inteligentes, íntimas, luminosas y penumbrosas a la vez, firmes y heridas, melancólicas y nostálgicas.
La lectura provoca muy curiosas coincidencias, que hablan de la secreta complicidad y comunidad que vivimos lectores y escritores de todos los tiempos. Anécdota al canto: no había leído Una biblioteca de verano, y me encuentro con que Clark Bremer proclama en ella su rendida admiración por William Hazlitt (1778-1830), un escritor inglés al que he leído por vez primera hace un mes (Caminar, Nórdica). ¡Qué cosas!
Clark Bremer, sin monsergas, es una gran defensora de las mujeres. Y de los hombres. De las mujeres y de los hombres valiosos. Escribe muy bien sobre unas y otros.
En Una biblioteca de verano, la narradora –la propia escritora- se convierte, utilizando los muchos libros de su fallecido tío, en bibliotecaria de un pueblecito francés. Sucede en el primer verano después del fin de la Segunda Guerra Mundial, dos años después de la muerte de sus padres a bordo de un barco, en el que ella también viajaba, que fue torpedeado por un submarino alemán.
Y escribe: “Nuestro primer lector fue Marie Périgord, mujer culta, sin marido pero tampoco viuda, libre y librepensadora. Inteligente como pocas personas he conocido. Alta, espigada, con un rostro lleno de pequeñas arrugas que parecían sonreír siempre. Ni siquiera la guerra había logrado ensombrecer aquellos rasgos.
Bromeaba con su delgadez –“La dieta alemana”, decía- y se vestía ahora –inservible ya todo su vestuario de adulta- con ropas de juventud”.
Me ha llamado la atención este modo de escribir de Clark Bremer sobre la tal Marie. Esta mujer nos aparece como atractiva y hermosa sin que la escritora mencione las previsibles cualidades de la belleza femenina. Marie es alta y espigada, sí. Y adulta con arrugas. Pero nos atrae por culta, libre, librepensadora, inteligente, sonriente, bromista, no rencorosa y resistente.