Las enfermedades de Emmanuel Venet
Me ha sorprendido mucho, y muy favorablemente, un libro del psiquiatra francés Emmanuel Venet (Lyon, 1959), que pulveriza el estereotipo del médico letrado que escribe desde un humanismo compasivo y comprensivo. Venet trata en apariencia las enfermedades y a los enfermos sin contemplaciones y con un sarcasmo que sólo a veces muestra, en tenues filamentos, la inevitable piedad hacia el dolor y hacia quienes lo padecen. Y eso también cuenta, por supuesto.
Escenas de medicina imaginaria (2005), editado por Pasos Perdidos –antes por Barataria, ¿no?- con muy buena traducción de Fernando Sánchez Pintado, reúne unos setenta textos cortos, que, muy a la moda, contienen ingredientes confesionales, vuelos narrativos autónomos y consideraciones ensayísticas de fuerte base literaria y, en general, culturalista. Me refiero a las alusiones y citas que Venet pone en juego.
Con un tono memorialístico y con personajes recurrentes del ámbito familiar -¡mamá!- y amistoso, que hilvanan las piezas del mosaico, Venet repasa decenas de enfermedades y enfermos con los que se ha topado en su práctica médica y en su vida en general. Las dolencias y los pacientes son vistos con cercano o distanciado humor, según los casos, un humor negro, por lo general, que hace aflorar una visión igualmente negra de la vida, del transcurrir y del destino del hombre, si bien, paradójicamente, burbujea en el libro un cachondo vitalismo, tan resignado como, por lo visto, inevitable para el narrador. Pese a todos los pesares, diríamos.
Narrador, y esto es importante, que se desenvuelve como un poeta, precisando y cincelando sus palabras y sus expresiones al borde mismo del conceptismo literario y, al mismo tiempo, sacando de ese pulimento verbal, convengamos que estético, infinidad de ideas que inciden en la piel del lector como afiladas navajas, plenas de sutileza y también de incorrecto e hiriente descaro. No he parado de subrayar frases felices (es un decir). Veo a Venet como narrador, poeta y pensador. No ocupa aún un lugar relevante en las letras francesas, pero mi pronóstico es que puede llegar a ocuparlo.
No es un libro para hipocondríacos, salvo que dispongan de soltura para alejarse de sus cuitas con una sonrisa por fuerza desdibujada. Venet habla del infarto, la cistitis, la paranoia, la polio, la cirrosis, la neurosis, la tuberculosis, el linfoma, la septicemia o las anginas –y mucho más- con la misma pimpante desenvoltura que, en todo momento, reserva para autoflagelarse sin pestañear. ¡Esa novia epiléptica!
Al lío. Escribe Venet sobre el cáncer y los cancerosos: “Dondequiera que se vuelva la mirada nos encontramos con personas que tienen o han tenido cáncer. La cosa es aún más delicada por lo difícil que resulta dialogar con ellos: un intercambio verbal frívolo parece que niega la enfermedad y una conversación seria casi está anunciando la muerte. Al final, acaba uno por preferir que los cancerosos se oculten o reduzcan las relaciones sociales a su más simple expresión, buenos días y buenas tardes: así se atenúan nuestros escrúpulos”.
¿Qué les había dicho yo?