Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Crimen en la noche de Londres

9 diciembre, 2015 13:54

Sentados a la mesa de un exclusivo, secreto y exquisito club londinense, cinco importantes socios, supuestamente desconocidos entre sí, comparten con sus testimonios y comentarios la historia de un doble crimen ocurrido en la ciudad la noche anterior, que fue de niebla muy cerrada. Los cadáveres de una princesa rusa con antecedentes de espía y un explorador inglés dado por muerto en África son el objeto de las especulaciones de los caballeros reunidos, sea en su calidad de testigos del descubrimiento de los asesinatos o por su vinculación con los muertos.

La conversación trata de poner en claro los numerosos enigmas en torno al suceso y, por supuesto, de averiguar la todavía no aclarada identidad y el móvil del asesino, que se perfila como persona muy próxima a las víctimas y a los contertulios. Estamos, pues, ante el relato de una investigación polifónica e intrincada que, plagada de incógnitas y sospechosos, irá proporcionando sorpresas y más misterios hasta desembocar, como es normal, en un desenlace ingenioso e inesperado.

El esquema es harto conocido y se desarrolla con la eficacia esperable: el lector queda atrapado por la narración, no puede renunciar a conocer su conclusión y, mientras tanto, realiza sus propias conjeturas y disfruta de una prosa bien elaborada de tonalidades tan típicamente inglesas como la mentalidad y el ambiente que la novela describe.

En la niebla, editada por Ardicia y traducida por Julián Gea, fue publicada originalmente en 1901. Su autor, Richard Harding Davis (1864-1916), fue un distinguido norteamericano de Filadelfia que heredó de su padre la vocación por el periodismo –fue corresponsal en la Guerra de Cuba- y, de su madre –Rebecca Harding(La vida en los altos hornos)-, la dedicación a la narrativa, tarea en la que fue muy prolífico y con la que cosechó abundantes éxitos.

Veamos cómo se descubre el primer cadáver, a poco de iniciarse la narración: “Durante unos segundos quedé demasiado impresionado para poder actuar. Estaba seguro de que ese hombre no había fallecido a causa de un fallo en las leyes de la naturaleza, ni tampoco a consecuencia de un accidente. La expresión de su rostro, tan elocuente como si estuviese hablando, era demasiado terrible para ser malinterpretada. Me comunicaba que, antes de que llegara su final, había visto su muerte acercarse amenazante. Estaba tan seguro de que lo habían asesinado que instintivamente miré al suelo en busca del arma homicida y, a continuación, temiendo por mi propia vida, eché también un vistazo detrás de mí”.

Harding sabe cumplir con las convenciones del género criminal. Puesto que el testigo va a continuar con su relato, Harding no desaprovecha la ocasión para retener la atención del lector con detalles inquietantes: terrible expresión del rostro del muerto, sospecha de que había visto llegar su final, situación de peligro de quien ha descubierto el cadáver y todavía vive para contarlo…Las estrategias de un narrador solvente.

Image: José Piñar

José Piñar

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