Jorge Semprún y el corazón puro
[caption id="attachment_1070" width="560"] Claude-Edmonde Magny y Jorge Semprún[/caption]
Periférica se dispone a celebrar su décimo aniversario -¡enhorabuena por su cuajada labor!- y firma toda una declaración de principios con la edición de Carta sobre el poder de la escritura (1947), un iluminador texto de Claude-Edmonde Magny (1913-1966), que permanecía inédito en castellano.
Bautizada como Edmonde Vinel, Magny fue una brillante catedrática de filosofía en Rennes, editora, ensayista y crítica literaria especializada en novela europea y norteamericana.
Magny conoció a Jorge Semprún (1923-2011) en 1939, cuando el futuro escritor y guionista, ya exiliado con su familia, asistía, llevado por su padre, a un congreso de la revista Esprit, en la que ella colaboraba. Se estableció entre ambos una relación de amistad en la que Magny, diez años mayor, desempeñó una clara función de consejo y tutela intelectual sobre aquel joven que ya aspiraba a escribir.
Fruto de esa relación es esta Carta sobre el poder de la escritura, redactada originalmente en 1943, que Magny leyó personalmente a Semprún en agosto de 1945, un día antes del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.
Semprún, como él mismo recuerda en su prólogo, acababa de salir del campo de concentración de Buchenwald, en el que había sido confinado por los nazis por su militancia en la Resistencia francesa, y se sentía bloqueado, incapaz de escribir, por el dolor acumulado durante su reclusión.
Oportunamente, uno de los primeros consejos de Magny a Semprún -extensible a cualquier escritor en ciernes- consiste en recomendar la travesía de una especie de purgatorio, de preparación interior, de depuración de las experiencias vividas, eligiendo bien a los maestros y evitando -el resumen es mío- una escritura en caliente, sobreactuada, que pudiera conducir a una mediocridad disfrazada de profundidad y de gran anhelo por decir cosas. Hay que templar también el dolor que uno siente por el mundo y por sí mismo.
En este pasaje inicial de su argumentación Magny llega a decir que “al igual que el amor no tiene como fin la procreación”, lo importante no es lograr el poema -el libro-, y menos de forma precipitada, sino consolidar “la experiencia interior que lo engendró”, concluyendo con esta sugerente afirmación: a veces, “los mejores (escritores) son quienes callan”.
Semprún, a medias por su situación de sufrimiento y confusión, a medias (tal vez) por la indicación de Magny, optó por el silencio prolongado, optó por vivir -notoriamente, por la acción política clandestina en el PCE- y no publicó su primer libro -la novela El largo viaje- hasta 1963. De esta decisión y de este proceso -y de Magny- hablaría finalmente en La escritura o la vida (1994). En el mencionado prólogo lo sintetiza: “Tuve que elegir entre la escritura y la vida y elegí esta última. Elegí una larga cura de afasia, de amnesia deliberada, para poder revivir”.
No se trata, ojo, de experimentar una prolongada ascesis, sino de esperar a convertirse en “un ser completo”, es decir, esperar a integrar en un todo único -dice Magny- todas las adquisiciones espirituales y psicológicas.
Esta opinión de Magny no es, desde luego, ni compartida por todo el mundo ni refrendable en la historia de la literatura, choca tanto con la genialidad comprobada en obras muy tempranas de muchos escritores como con la concepción extendida -sobre todo, entre poetas- de que puede escribirse en carne viva, al hilo del dolor, de las emociones y experiencias lacerantes. Magny se encarga, no obstante, de distinguir precisamente entre las distintas condiciones necesarias para la poesía y para la novela.
La carta de Magny cita y glosa constantemente los ejemplos y casos de grandes escritores y grandes obras, y, en tal sentido, llama la atención su elogio de Balzac frente a Flaubert, a quien reprocha -sorprendentemente- “la estrechez” de su arte, que “proviene de la ansiedad de ese apego hacia sí mismo”.
Magny -como se ve- tiene ideas muy personales respecto a la creación literaria y no juzga conveniente ni un exceso de “yo” en la escritura ni adoptar “la máscara del sacrificio”, esto es, entender la literatura como una inmolación, como una entrega heroica que excluya o comprometa la posibilidad de una vida rica con los otros o en otros aspectos.
Todas estas opiniones se prestan, por supuesto, a la discusión, al igual que el veredicto de Magny que, según propia confesión, más influencia tuvo en Semprún. Éste: “Diría con gusto: “Nadie puede escribir si no tiene el corazón puro”, es decir, si no se ha desprendido lo suficiente de sí mismo -y esto vale para las expresiones consideradas como las más humildes, las menos creativas de la literatura: la crítica por ejemplo-. Al igual que no pueden ser buenas, las personas demasiado pagadas de sí mismas no pueden ser lúcidas. Narciso no puede verse tal como es ni conocer a los demás”.
Interesante, ¿no? En un párrafo anterior, Magny ha reconocido sentirse tentada de “darle la vuelta al aforismo de Gide y decir: “Sin buenos sentimientos sólo se hace mala literatura””. Y aclara que en absoluto, con esta aseveración, quiere defender “la causa moral”. Pero el caso es que reclama bondad y corazón puro para escribir. ¡También a los críticos!