[caption id="attachment_1164" width="510"] Florence Delay[/caption]
Florence Delay (París, 1941) acaba de ser elegida, en atención a sus méritos, miembro correspondiente de la Real Academia Española. Amiga, traductora y estudiosa de José Bergamín, la escritora francesa –novelista, dramaturga, ensayista, guionista- es, como suele decirse, y desde su niñez, una enamorada de España y de la cultura española. Ahí está su libro Mon Espagne or et ciel (2008), todavía no vertido al castellano.
Delay, miembro de la Academia Francesa y actriz protagonista con Robert Bresson en El proceso de Juana de Arco (1962), ha traducido al francés, además de a Bergamín, a Calderón, García Lorca, Sor Juana Inés de la Cruz, Lope de Vega, Teresa de Ávila y Ramón Gómez de la Serna. Delay no pierde ocasión de declararse gran admiradora del autor de las greguerías, así como de Fernando de Rojas, de quien tradujo y adaptó a la escena con gran éxito La Celestina.
Una de sus novelas, Etxemendi (1990), ambientada en el País Vasco, está traducida al español, así como otros dos de sus libros, Llamado Nerval (1999) y Mis ceniceros (2010).
Editado originalmente por Gallimard, como la práctica totalidad de su obra, Acantilado acaba de publicar A mí, señoras mías, me parece (2012), traducido por Caridad Martínez, cuyo subtítulo, Treinta y un relatos del palacio de Fontainebleau, concreta con mayor precisión el contenido de este delicado y culturalista ensayo en primera persona, en el que también hay algunas alusiones a España.
El palacio de Fontainebleau fue, principalmente, una creación de Francisco I, quien, a partir de un edificio precedente, levantó una soberbia construcción en la primera mitad del siglo XVI, destinada a albergar el arte más destacado de origen italiano hasta forjar un estilo y una escuela propios.
Florence Delay va siguiendo y glosando las vidas y quehaceres de los principales habitantes y propulsores del palacio, de Francisco I a Margarita de Navarra, pasando por Enrique II, Catalina de Médicis, Enrique IV y, entre otros, Margarita de Valois. Comparecen igualmente los principales pintores convocados por Francisco I, notoriamente Rosso Fiorentino y Francesco Primaticcio, y Delay va repasando la Historia y contando historias apoyándose en los frescos y lienzos del palacio, en las ninfas, dianas y damas, casi siempre propensas a las aventuras galantes y a la refinada y erótica desnudez, que los protagonizaron o los inspiraron. Las deliciosas y amenas narraciones están puntualmente ilustradas en esta bonita edición con reproducciones a color de las obras comentadas.
[caption id="attachment_1170" width="510"] Gabrielle d'Estrées y una de sus hermanas (anónimo, 1594)[/caption]
Y, al llegar al epílogo, Florence Delay confiesa que la voz narradora que utiliza y su tono están tomados de su predilecta Margarita de Navarra –o de Angulema-, letrada reina que, además de alguna novela, escribió el Heptamerón (1542), conjunto de 72 historias tan picantes como breves contadas a lo largo de siete días por diez viajeros retenidos por la climatología en una abadía.
Si Margarita imitó a Bocaccio y su Decamerón (1351), Delay imita de buen grado y con sumo gusto a Margarita. Y dice: “Imitar, placer mal visto y de inutilidad pública, que consiste en perderse, no en huirse (lo que por otra parte es imposible) sino en alejarse de uno mismo. Dejar plantada la propia identidad, cambiar de dirección y de señas particulares, cambiar de manera cambiando de materia, viajar en el tiempo, el espacio, jugar a perderse, a perderse de vista (…) En prosa, jugar a perderse es adoptar la voz, la mano, de otro, de otra. Hoy me arrepiento de no haber imitado bastante, me consuelo pensando que he traducido mucho, o sea imitado en mi lengua la del original”.
Es bien curioso, y nada habitual, este elogio encendido y gozoso de la imitación. Y también la argumentación sobre su naturaleza y sus ventajas: alejarse de uno mismo, perderse de vista…Y también es remarcable esa valoración final de la traducción como imitación.