Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Félix Urabayen y la aventura del contrabando

2 septiembre, 2016 11:22

Un paseo por el casco viejo de Pamplona me llevó hace unas semanas a la estupenda librería Katakrak y me situó ante un ejemplar de Centauros del Pirineo (1928), de Félix Urabayen (1883-1943), reeditada esta primavera por la editorial tafallesa Txalaparta.

Tenía ganas de volver a encontrarme con Urabayen –tío de Miguel Urabayen, crítico de cine y magnífico profesor de periodismo-, de quien había leído hace muchos años, con la curiosidad de conocer a un ilustre escritor de mi tierra, El barrio maldito (1924), una de las novelas que dedicó a Navarra.

Urabayen, nacido en el pueblo de Ulzurrun, tuvo notable relevancia en los años 20 y 30 del pasado siglo –en los que desarrolló su obra-, pero es evidente que fuera de Navarra, Toledo y Extremadura, donde vivió, ha caído en el olvido.

Maestro y maestro de maestros, hombre de cultura extensa, liberal, republicano y azañista, colaborador de El Sol, amigo de Ortega, Azaña y Marañón, suele ser enclavado en la intermedia y algo delicuescente “Generación del 14”. Represaliado por el franquismo, fue encarcelado en la misma prisión que Antonio Buero Vallejo y Miguel Hernández –con quienes trabó amistad-, y su prematura muerte, a los 59 años, poco tiempo después de ser liberado por su cáncer de pulmón, fue en buena parte debida a las desatenciones e inclemencias de su tiempo en prisión.

La historia de Centauros del Pirineo arranca en 1890 junto a las murallas de Pamplona y sigue durante varios años las peripecias de Braulio Garmendia, un joven contrabandista de bajo rango (paquetero) que irá prosperando, sin abandonar el oficio, hasta convertirse en tratante y hombre de varios y pingües negocios.

Las aventuras y vicisitudes de los contrabandistas –siempre acechados por los carabineros- en el norte de Navarra son el eje central de la novela, pero no su único argumento. Los contrabandistas, vistos como centauros desde una cita inicial de Píndaro, son idealizados por Urabayen casi como criaturas mitológicas en su mezcla de animalidad y humanidad. Todo lo que documenta la novela sobre su mentalidad, prácticas y evolución –hasta esbozar su convivencia con la industrialización- es del máximo interés.

También lo es la minuciosa pintura del paisaje, de la zona noroeste de Navarra, que Urabayen recorre con emoción y detalle, y con una tendencia muy suya a atribuir a la tierra –ríos, bosques, montes- sensaciones y sentimientos humanos.

Al hilo de esto, Urabayen despliega un amplio mural de personajes, de los habitantes de esa Navarra vasca, cuyas costumbres y mentalidad –las de la “raza” vasca, dice- refleja con gran perspicacia plástica y psicológica, utilizando para ello una sorprendente aleación de recursos que lo mismo proceden de criterios propios del romanticismo y del simbolismo como del más llano costumbrismo y regionalismo, siempre en orden a una sublimación tanto de la tierra como de sus habitantes, aunque no falten aguijones críticos.

Esa mencionada aleación es una de las varias que confluyen en Centauros del Pirineo, novela tan pródiga en referencias a la antigüedad clásica, en citas cultas y en comentarios de raigambre intelectual como en complacencia con el mundo de lo aldeano y sus hábitos, nítida en diálogos, descripciones y escenas de cepa folklórica.

Pero la aventura, la tierra y la gente no totalizan, ni mucho menos, el menú de ingredientes de Centauros del Pirineo, que, además de contener apuntes sobre las clases sociales, tiene otro eje central en las sucesivas experiencias y pasiones amorosas del contrabandista Braulio, que culminan en una arrebatada relación final –amor (y sexo) de perdición- que recoloca el relato, tan alusivo como elusivo en lo erótico, en el campo del folletón y del melodrama romántico, con un toque de novela criminal con mujer fatal (peculiar) y todo.

Como comprenderá el lector, Centauros del Pirineo no es cualquier cosa, da mucho y da para mucho, lo malo es que sus abundantes virtudes están sazonadas con dos especias poco recomendables: la sobreabundancia y machaconería de los adjetivos y una perceptible cursilería, aliviada ocasionalmente con la ironía crítica.

Aquí van seguidos dos largos y elocuentes párrafos. Estamos en una gran casa de pueblo, habilitada en su parte baja como taberna: “El suelo era de madera, bien lustroso y encerado, para que pudieran rodar a gusto los borrachos. Al fondo, sobre un largo pasillo, se abrían discretas habitaciones como en los colmados de tronío. Solo que su grata penumbra no albergó jamás el menor rastro de juerga ni el perfume carnal de sensuales palomas. Los distintivos espirituales del vasco siguen siendo la austeridad medular y el hipócrita recato. En estos misteriosos recintos jugaban sencillamente al mus las honestas personalidades del valle que no querían alternar con la plebe de la tasca: indianos, curas, maestros y demás parásitos que, luego de darse su buen paseo por la carretera, recalaban allí para devorar la merendola salpimentada de amarracos, órdagos y envites.

En la terraza que caía sobre la carretera reuníase la gente joven que gustaba de husmear el paso de las mozas. Aquí se llegaba a tocar el acordeón, por supuesto, después de merendar de firme y beber con un parejo afán. Nunca solía faltar algún tratante, pues el yantar copioso ha sido siempre en Mugaire algo indiscutible, y un tratante podrá caer o no del lado de la libertad, pero del lado de las truchas y salmones del Bidasoa cae indefectiblemente. Los tratantes son los mejores técnicos que posee Navarra tocante al cordero o a la ternera estofada”.

La lectura de estas líneas ilustra, supongo, algunas de las características de la novela y de la prosa de Urabayen que he enumerado. Pero no abarca todo su ecléctico y plural conjunto. La escena descrita aquí por el escritor caería del lado del costumbrismo regionalista –y la podríamos conectar con la imaginería de los pintores regionalistas vascos-, pero, ojo, también presenta cierta intención crítica y un toque de humor que no sé si calificar de desconcertante.

Image: Lengua de signos

Lengua de signos

Anterior
Image: Patria

Patria

Siguiente