Un anciano funcionario recibe la inesperada visita de un joven poeta que dice ser gran admirador de un poemario, Andanzas, que el viejo publicó en su juventud. Fue un fracaso, y no hubo más. Azuzado por los halagos del joven, el viejo se suma a un grupo de agitados y airados artistas –el grupo se llama “Entusiasmo”- que quieren comerse el mundo y dicen ser devotos de su olvidado libro. Aceptará protagonizar un recital poético que puede significar su rescate, su resurrección, la reparación de la flagrante injusticia que ha supuesto su anonimato durante décadas.
Tardía fama (Acantilado) aparece ahora, con traducción de Adan Kovacsics, dos años después de su publicación en Austria en calidad de texto póstumo e inédito del vienés Arthur Schnitzler (1862-1931). Está perfectamente documentado que el muy popular autor de La ronda (1897) y Relato soñado (1926) –que Stanley Kubrick trajo al presente en Eyes Wide Shut- escribió Tardía fama entre 1894 y 1895.
Este dato –que el editor no proporciona- es muy interesante, ya que por entonces el treintañero Schnitzler, en los inicios de su brillante trayectoria como novelista y dramaturgo, perteneció –como su amigo Stefan Zweig- al movimiento llamado “Joven Viena”, que pugnaba por introducir la modernidad y arrinconar el realismo en las letras alemanas.
Este movimiento está claramente aludido, aunque no nombrado como tal en Tardía fama, al reflejarse con detalle las reuniones, debates, sueños, expectativas, acciones y manifiestos de los jóvenes creadores que se concentran febrilmente en cafés y restaurantes y que quieren reivindicar al olvidado poeta.
El retrato de ese ambiente convulso es un asunto central de Tardía fama, como también lo es el señalamiento de las rencillas, vanidades, envidias, zancadillas, desprecios, imposturas e impotencias de esos jóvenes escritores. ¿No publicó Schnitzler Tardía fama para no herir a sus colegas, a buen seguro aludidos y reconocibles en su novela? No lo sé, no dispongo de esa información.
Lo cierto es que Tardía fama también dibuja un patético, intenso y detallado retrato psicológico de ese Eduard Saxberger, el viejo poeta preterido, quien, viviendo ajeno a los honores y a la gloria, resignado a su mediana y mediocre vida corriente de funcionario, se siente rejuvenecer con sus nuevos admiradores y cede a la humana tentación de probar a recuperar el prestigio y la celebridad que nunca tuvo. El recital público que organizan los jóvenes para colocarse en su estela y devolverle los laureles que no se le concedieron actúa en el relato, entre otras cosas, como el elemento de expectación e intriga que confiere trama novelesca a Tardía fama.
Tal vez Schnitzler quisiera hacer también una sombría profecía sobre el posible devenir aciago de algunos de los enfáticos jóvenes que incluye en su narración, pronosticando un futuro falto de brío, reconocimiento e inspiración a aquellos que, después de una primera obra, no logran el éxito ni la continuidad en el candelero y en la creación. ¿Cómo vivir y asumir ese negro porvenir?, ¿cómo afrontar los riesgos y el deseo de intentar enmendarlo a destiempo?
Los muchos lectores españoles de Schnitzler disfrutarán con este descubrimiento y, si son escritores o artistas jóvenes, podrán tomar nota de los riesgos y críticas que Schnitzler señala, al tiempo que, probablemente, sientan nostalgia de esa Viena finisecular de rica bohemia, encendida de pasión por la literatura y el arte, abundante de grupos rivales, iniciativas y controversias, envuelta –marca de la casa- en una atmósfera de sueño (o pesadilla).
Muy al principio del relato, el joven poeta que visita al viejo perfila esta perturbadora visión de los creadores: “Es la historia de siempre. Al principio nos basta y sobra la propia alegría de crear y el interés de los pocos que nos entienden. Pero después, cuando comprobamos lo que prospera a nuestro alrededor, todo lo que cobra cierto renombre y hasta fama, terminamos deseando que también se nos escuche y aprecie. ¡Y entonces llegan las desilusiones! La envidia de los que carecen de talento, la frivolidad y malevolencia de los críticos y la terrible indiferencia de la multitud. Y uno acaba cansado, cansado, cansado. Tendría muchas cosas que decir, pero nadie quiere prestar atención, y al final olvida que ha sido uno de esos que aspiraban a algo grande y quizá incluso llegaron a crear algo grande”.
“Es la historia de siempre”, dice el joven poeta. Y así es. Con todos los cambios circunstanciales habidos y por haber, es la historia de siempre. Tenía buen ojo el joven Schnitzler.