Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Humor y sexo en Bohumil Hrabal

25 enero, 2017 10:37

[caption id="attachment_1343" width="560"] Fotograma de Trenes rigurosamente vigilados, de Jiri Menzel[/caption]

Hace poco tiempo escribía aquí de Jaroslav Hašek (1883-1923), y ahora procede hablar de Bohumil Hrabal (1914-1997), el más relevante de sus continuadores en la línea del humor checo disparatado y absurdo. Seix Barral edita, con traducción de Fernando de Valenzuela y prólogo de Monika Zgustova, Trenes rigurosamente vigilados (1964), una de las primeras novelas de Hrabal y, a la vez, su mayor clásico. El cine contribuyó grandemente a la divulgación de la literatura de Hrabal cuando el también checo Jiri Menzel adaptó al cine con título homónimo esta novela en 1966 y logró el Oscar a la Mejor Película en Lengua no Inglesa, impacto no revalidado por el mismo director en sus sucesivas adaptaciones de Tijeretazos y, sobre todo, Yo que serví al rey de Inglaterra, más difundida. Hrabal, que había sido ferroviario en su juventud y que acostumbraba a incorporar a sus novelas anécdotas vividas por él mismo, cuenta en Trenes rigurosamente vigilados la tragicómica historia de Milos, un joven aspirante a factor de estación. La acción transcurre en 1945, en un lugar muy cercano a la frontera entre la antigua Checoeslovaquia y Alemania, durante la invasión nazi del país.

[caption id="attachment_1344" width="560"] Escena de Trenes rigurosamente vigilados, de Jiri Menzel[/caption]

Milos, hijo de una madre vigilante y amantísima, procede de una familia extravagante. Su abuelo, hipnotizador circense, murió aplastado por un tanque alemán cuando, utilizando sus habilidades para la hipnosis, se plantó ante el vehículo invasor con la pretensión de detener su marcha enviando órdenes mentales a su conductor. Pronto empiezan los dislates de Hrabal, cercano a una especie de realismo mágico o de surrealismo humorístico, que se prolongan en la novela con escenas y personajes memorables, como ese jefe de estación que cría decenas de palomas y que se presenta ante el inspector que va a promover su ascenso con su uniforme fatalmente cagado por las aves o como ese factor libidinoso que en uno de sus lances sexuales estampa febrilmente sellos oficiales en el trasero de la telegrafista. Junto al humor, el erotismo más pícaro y picantón es el ingrediente principal de la novela. Milos, bromas aparte, ha tenido un episodio de eyaculación precoz con su primera enamorada y, drásticamente, ha intentado suicidarse meses atrás, al sentirse como “un lirio mustio” e inseguro de su hombría. Su intención de superar ese episodio que tan mohíno le tiene es una de las líneas de la novela hasta que la tragedia de la guerra se cuela y propicia un hondo e inesperado desenlace humanista y antibelicista.

[caption id="attachment_1345" width="560"] Fotograma de Trenes rigurosamente vigilados, de Jiri Menzel[/caption]

ša se llama la muchacha con la que Milos no ha podido culminar su pasión, y así nos cuenta él el comienzo de su romance: “Máša empezó a trabajar en el ferrocarril de la misma manera que yo; estábamos uno frente al otro, entre ella y yo había una alambrada muy alta, cada uno tenía junto a los pies su cubo con pintura de minio, cada uno su pincel, y frente a frente íbamos metiendo el pincel entre los alambres, pintando la alambrada, cada uno de su lado, siempre cara contra cara; en total eran cuatro kilómetros de aquella cerca; cinco meses estuvimos así todos los días frente a frente y Máša y yo nos lo contamos todo, pero seguía estando la alambrada entre nosotros; cuando llevábamos pintados dos kilómetros de aquella cerca pinté una vez el alambre a la altura de la boca de Máša con aquella pintura roja y le dije que la quería, y ella desde el otro lado también pintó aquel alambre y dijo que ella también me quería…y me miró a los ojos y como estábamos en una cuneta, entre plantas altas de cenizo, puse la boca y a través de aquel alambre pintado nos besamos, y cuando abrimos los ojos ella tenía en los labios un rombito rojo y yo también, nos echamos a reír y desde entonces fuimos felices”.

No es fácil imaginar un inicio de historia de amor tan escénicamente complejo y, si se quiere, rebuscado como éste. Si Bohumil Hrabal tiende al disparate y a las picardías eróticas, he aquí la muestra de otra de sus facultades: su capacidad para moverse por una ingenua poética de la inocencia.  

Xavier Güell

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Image: Competición, que no concurso, para el Museo del Prado

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