Tengo una cita por Manuel Hidalgo

David Garnett y la comedia del amor

9 febrero, 2017 14:25

[caption id="attachment_1361" width="561"] David Garnett[/caption]

Casi tres años después de La dama que se transformó en zorro (1922), Periférica nos propone la lectura de otra muy sugerente y muy divertida novela de David Garnett (1892-1981), relevante miembro lateral (o no tan lateral) del Grupo de Bloomsbury.

En Un hombre en el zoo (1924), Garnett continúa moviéndose en el terreno de las fábulas –de las fábulas reinventadas-, al proseguir su discurso sobre la animalidad de los humanos y la humanidad de los animales, explorando el juego antropológico de parecidos y diferencias entre ambos, acentuando el tono de comedia e incrementando, siempre bajo la apariencia de lo leve, las cargas de profundidad sobre aspectos sociales y políticos de la sociedad inglesa de su tiempo con escuetos y muy graciosos picotazos críticos.

Dos jóvenes enamorados discuten absurdamente durante un paseo por el zoológico londinense. Se lían con reproches, y cuando Josephine espeta a John que lo mismo le daría estar saliendo con un babuino o un oso, no sólo se produce su atropellada e inmediata ruptura, sino que el tal John, dado lo que acaba de escuchar, decide con despecho ofrecerse a las autoridades del zoo para ser exhibido en una jaula. ¿No sería del interés general que el público contemplara y pudiera estudiar a un hombre junto a otros especímenes no tan distintos del reino animal? Dicho y hecho, las autoridades aceptan, y John pasa a ser exhibido en una jaula flanqueado por un chimpancé y un orangután.

Ángeles de los Santos, traductora y anotadora del libro, nos recuerda en su muy interesante e ilustrativo postfacio, que, ojo, durante el siglo XIX y parte del XX, se exhibieron en ciertos zoos a nativos asiáticos, africanos y norteamericanos. El racismo ocupa, desde luego, un lugar en las elucubraciones de Garnett, pero no es la cuestión central, del mismo modo que los numerosos apuntes sobre la sociedad inglesa –burguesa, preferentemente- son un telón de fondo o, si se quiere, las fresas que coronan e incrementan el sabor de su apetecible tarta.

No sé si existe una versión cinematográfica de Un hombre en el zoo –creo que no-, pero podría perfectamente existir –e incluso hacerse ahora mismo-, y si se hubiera hecho en su momento podría haber sido una producción de los británicos Estudios Ealing o una producción hollywoodense protagonizada por unos jóvenes Cary Grant y Katharine Hepburn, perfectamente criados en Filadelfia.

Como los editores indican, Un hombre en el zoo, maravillosamente racionada en cuanto a la sucesión y aportación de asuntos de enjundia, va ofreciendo una densidad cada vez mayor de temas a considerar logrando el milagro de no perder nunca un gozoso chisporroteo en la superficie.

Y en esa superficie –y señalando hacia lo hondo- hay una magnífica comedia sobre el amor y la pareja, sobre sus inconvenientes, sus insuficiencias y sus trampas, desarrollada a partir de tópicos conscientes y útiles sobre el comportamiento masculino y femenino en tales lides, tópicos –en el buen sentido de la palabra- que corresponden quizás a un tiempo, pero que están inscritos en el bagaje de la guerra de los sexos, sobre todo cuando se emplean –con desenvoltura- para circular en el terreno de la comedia.

¿Iré?, ¿vendrá? Josephine y John se debaten durante un tiempo con la posibilidad de que ella acuda a verle a él en su jaula, experimentando en su interior tormentosos y contradictorios sentimientos y razonamientos teñidos por los celos, el enfado, la venganza, el odio y, claro, el amor, mientras que el público que acude en tropel al zoo a ver al enjaulado –ese público tan cercano a cualquier público o masa de hoy mismo- es objeto de los pullazos de Garnett. Claro que ¿acaso no vivimos todos de algún modo enjaulados y a expensas del juicio ácido de los demás?

El lector comprobará si Josephine acude o no acude a ver a John –y cómo evoluciona la historia-, pero el caso es que, en un momento dado, ella se plantea ir a verle de la siguiente manera: “En realidad, se dijo, John había hecho aquello sólo para ofenderla. Pero se había equivocado de proceder si creía que aquello le afectaría. De hecho, iría a verlo para demostrarle lo poco que le importaba; no, aún mejor, iría a ver al otro simio que había en la jaula contigua. Ésa era la mejor manera de demostrar su indiferencia hacia él y su superioridad sobre la vulgar multitud de curiosos”.

Aquí se condensan algunas de las turbulencias que pasan por la mente y el corazón de los enamorados en conflicto, vistas, repito, bajo el prisma analítico de la comedia, que no deja de ser incisivo cuando conviene. La idea de Josephine de no ir a ver a John sino al mono de al lado para demostrar su indiferencia y su superioridad es una de las muchas ideas felices que jalonan este divertidísimo enredo.

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