¿Qué será ese hombre sin nombre que vemos en la calle o en la televisión, ese emigrante, refugiado o exiliado? Tendemos a pensar, sin pensarlo, que no tiene profesión. Y la tiene, la tenía, al menos, en su país de origen.
Velibor Colic (Modrica, Bosnia, 1964), cuando llegó a Francia, a los 28 años, había estudiado literatura y se había ganado la vida como periodista radiofónico especializado en rock y jazz. También había escrito, pero sus manuscritos fueron reducidos a humo durante el bombardeo que destruyó su casa. ¿Quién podría pensar eso de él al verlo deambular por una calle de Rennes?
Tal vez, si el paseante receloso que se cruzara con él le dedicara unos instantes, podría imaginar algo de la otra parte de su historia: había sido alistado en el ejército bosnio, había combatido, había sido testigo de barbaridades, había visto muchos cadáveres. Tal vez, había matado. Desertó, fue hecho prisionero, se fugó. Llegó a Francia con lo puesto y poco más: un rosario, cincuenta marcos alemanes, un bolígrafo, dos postales, un manuscrito. Y una foto de Emily Dickinson.
Manual de exilio, publicado por Periférica con traducción de Laura Salas Rodríguez, no es una llorera. Pero en el libro hay muchas lágrimas, y pueden ser contagiosas. También hay humor, igualmente contagioso. Manual de exilio no responde, exactamente, a lo que su subtítulo anuncia: Cómo aprobar su exilio en treinta y cinco lecciones. El libro es mucho más y mejor que lo presagiado, con tristeza e ironía, en ese subtítulo.
Manual de exilio es la crónica personal del exilio de Colic desde que llega a la estación de Rennes con una bolsa deportiva en el verano de 1992 hasta que, en 1999, vuelve a instalarse en Estrasburgo tras haberse desplazado, principalmente, por París, Praga, Milán y Venecia. Para entonces, ya ha conseguido publicar sus tres primeros libros, la novela Los bosnios (1994), entre ellos. Ahora vive en Bretaña, creo. Ha escrito en francés, aunque cuando llegó a Francia no tenía ni idea del idioma. Su editor actual es Gallimard.
¿Y cómo ha llegado hasta aquí, hasta ser el escritor que quiso ser en su pueblo bombardeado y en la trinchera asediada? De eso habla, con alta calidad poética y con textura de moderna narrativa, Manual de exilio, utilizando profusamente la elipsis, los saltos temporales, a base de viñetas o estampas breves y fragmentadas.
Al principio de su relato, en los días de Rennes, Colic detalla más, es más minucioso a la hora de explicar sus primeros pasos y sus sentimientos. Escribe este párrafo: “Estoy sentado en un banco de Rennes. Llueve un agua tibia y bendita sobre la ciudad. Poco a poco voy tomando consciencia de que soy el refugiado. El hombre sin papeles y sin rostro, sin presente y sin porvenir. El hombre de paso pesado y cuerpo deshecho, la flor del mal, tan etérea y dispersa como el polen. Ya no tengo nombre, ya no soy ni mayor ni joven, ya no soy ni hijo ni hermano. Soy un perro mojado de olvido en una larga noche sin alba, una cicatriz pequeña en el rostro del mundo”.
Aquí está todo. Este autorretrato es también un retrato, porque incluye de algún modo la mirada de los demás. De los indiferentes, de los precavidos y de los hostiles.
Es un relato de lluvia y frío. Llueve por fuera y por dentro. El frío está en el aire, en el cuerpo y en el alma. Casi siempre. Y la insignificancia, y el trato agrio, y la soledad, y el hambre, y la indigencia, y la ira, y la tentación de robar, de estallar, de ahogarse en alcohol, de suicidarse. Pero también, poco a poco, la lectura y la escritura salvadoras, los nuevos amigos, las mujeres. La salida lenta del túnel largo. A los amigos y a las mujeres dedica Velibor Colic algunas de las mejores páginas del libro, que no operan como historias independientes, pero sí como pequeñas escenas que refuerzan la narratividad e introducen emociones caldeadas en una historia de tenaz y áspera supervivencia, de mucho dolor y escasa alegría, de amor a la literatura. Que puede salvar. O ayudar a salvar. En una Europa poblada por hombres y mujeres perdidos. Velibor Colic ha publicado hasta hoy once libros. Y llegó a Rennes, ya digo, con un bolígrafo.