El realismo fantástico de Ana Blandiana
Política, poética, simbología, fantasía, metáfora… la escritora maneja la plasticidad del lenguaje con habilidad y brillantez flaubertianas
La obra de la poetisa, narradora y ensayista rumana Ana Blandiana (Timisoara, 1942) lleva publicándose en España con cierta regularidad (y con cuentagotas) desde hace unos diez años. Un descubrimiento tardío de la escritora rumana actual más premiada y reconocida en Europa desde hace décadas.
Pre-Textos —que ahora edita Octubre, Noviembre, Diciembre (1972)— se ha ocupado de sus poemarios —notoriamente, Mi patria A4 (2010)— y Periférica, de sus relatos. En 2011, Periférica editó Las cuatro estaciones (1977) y, tres años antes, publicó Proyectos de pasado (1982), que vuelve a sacar con traducción de los profesores de la Universidad de Salamanca Fernando Sánchez Miret y Viorica Patea, también autora del prólogo.
Activa opositora al régimen de Nicolae Ceausescu, Blandiana -nacida Otilia Valeria Coman- logró ir enhebrando una carrera literaria no sin sufrir censuras, prohibiciones, vigilancia y represión policial durante la larga dictadura comunista.
No había leído antes Proyectos de pasado, y me ha resultado inevitable pensar que, además de por gusto o inclinación, Blandiana introducía lo fantástico y lo simbólico en sus cuentos de base realista para intentar burlar —como sucedía aquí durante el franquismo— el escrutinio censor de las autoridades de su país.
El primer cuento, Una herida esquemática, en el que Blandiana expresa los sentimientos y pensamientos de un delfín malherido y varado en una playa, da perfectamente el tono angustioso y la dimensión metafórica que luego iremos encontrando en el resto de los once relatos.
Se observa que los dardos críticos que Blandiana dirige hacia el sistema y hacia los responsables políticos de la dictadura apuntan también, en ocasiones, hacia una sociedad amedrentada y paralizada. Y, todavía más, que, en línea con el pesimismo de algunos maestros rumanos (Cioran, Ionesco), la mirada de Blandiana está impregnada de cierta desesperanza hacia la condición humana, de un oscuro existencialismo.
En La gimnasia nocturna, un extraño personaje que podría parecer al principio un alienígena emboscado y que, finalmente, es un ángel exterminador -¡los ángeles en la poética de Blandiana!- parece renunciar a su destructiva misión al compadecersede la triste miseria de sus vecinos, de los humanos.
Pero uno de los cuentos que refleja mejor las intenciones, los procedimientos y la encrucijada y la posición personal de Ana Blandiana quizás sea Imitación de una pesadilla, en el que, en primera persona —como otras veces— y con su propio nombre (su pseudónimo, vaya), una escritora narra su accidentada búsqueda de alimentos en la periferia de la ciudad.
El objetivo del cuento no es sólo el de denunciar -que también- la escasez y mala distribución de alimentos durante el régimen comunista, sino el de subrayar la brutalidad policial y, finalmente, la cobardía de los ciudadanos bajo el terror. Ninguno de los curiosos congregados se atreve a ayudar, pese a sus lamentos y peticiones, a la mujer que ha sido dolorosamente sujetada —detenida— por un hombre gigantesco —sin duda, un policía—, sudoroso, borracho y hediondo. El intento de eludir la censura mediante las trazas metafóricas de un cuento de terror arranca de la ambigüedad del título mismo (Imitación de una pesadilla) y no queda explícito si la pesadilla de Blandiana ha tenido lugar durante el sueño o es una experiencia real.
Del arranque de este cuento, recojo estas líneas: “Me encontré con una tienda de aspecto polvoriento y hasta promiscuo, pero no exenta del encanto de aquellas chabolas de los arrabales que había llegado a conocer durante los primeros años de mi infancia, y en las que, además de peladillas y aceite a granel, jamón de Praga y mechas para lámparas de queroseno, azúcar de patata y papel matamoscas, se vendía vainilla en rama, mermelada, levadura y harina de maíz. En su semioscuridad profunda siempre olía a canela, a rancio y a petróleo en una nostálgica mezcla. Pero, esta vez, bajo los celofanes manchados por las moscas y en los estantes embadurnados y antiguos, se divisaban magníficas tartas de chocolate decoradas con nata, montones de caviar de Manchuria, grandes chorizos de Sibiu y enormes aceitunas…”
Política, poética, simbología, fantasía, metáfora… Por supuesto que la buena literatura que reúne esos ingredientes no necesita de otros, pero me ha parecido interesante destacar que Ana Blandiana maneja igualmente la descripción y la plasticidad del lenguaje con habilidad y brillantez “flaubertianas”, con la pericia de cualquier gran novelista realista.