[caption id="attachment_1566" width="560"] Barry Hines[/caption]
El británico Barry Hines (1939-2016) nació en un pueblo de Yorkshire, en un ambiente familiar y social vinculado a la minería, de pocos estudios. No pasó por la universidad y se formó por su cuenta como escritor, manteniendo en su obra una permanente religación con los problemas y la vida de la clase obrera. Tenía casi todos los boletos para estar incluido en el diverso grupo de los “jóvenes airados”, pero no se le suele nombrar entre los novelistas y dramaturgos de ese movimiento crítico e innovador, aunque presenta coincidencias con ellos (Sillitoe, Wesker, Osborne, Pinter…). Es verdad que era más joven.
Kes (1968), que ahora edita Impedimenta con traducción de Diego Uribe-Holguín, fue su segunda novela y su éxito más perdurable, prolongado por la acogida que tuvo entre jóvenes lectores y por su sólida implantación como lectura a comentar en los colegios ingleses hasta hoy mismo.
No fue factor menor de su popularidad su casi inmediata adaptación al cine, en 1970, por Ken Loach, que estaba iniciando su carrera y que hizo una magnífica y reconocida versión. Hines coescribió el guión con Loach, y las cosas salieron tan bien que repitieron en The Gamekeeper (1975) y Miradas y sonrisas (1981), y las fechas que cito se corresponden con el año de aparición de las novelas.
En una modesta población minera y en un hogar disfuncional, con padre ausente, Billy Casper vive malamente con el borrachuzo de su hermanastro y con una madre desentendida, propensa a los ligues turbios y, en fin, manifiestamente mejorable. El adolescente es un solitario, maltratado en casa y en la escuela, nada querido, que se saca unas perrillas con trabajos ínfimos y no descarta los pequeños hurtos. Su vida se ilumina cuando se hace con un pequeño halcón, al que logra entrenar y domesticar, convertirlo en su camarada y en fuente de afectos y satisfacciones. Y pasan más cosas, claro, no precisamente agradables para Billy.
Billy, en ese hogar (que no es tal) y en ese pueblo, tiene el horizonte de convertirse en un rudo, explotado y alcoholizado minero o en dar un mal paso como delincuente con destino a la marginalidad y la prisión.
El halcón –y bien se encarga Hines de subrayarlo con delicados y emotivos pasajes– es, en cierto modo, la metáfora de una esperanza, de unas posibilidades de sensibilidad, tesón y capacidad de superación que Billy tiene y que pueden hacer de él –ya se verá– una persona que se salve de la quema.
La historia, con sus emociones, no es ñoña para nada. Se podría edulcorar, pero Hines mantiene el azúcar y la glucemia a raya. Claro que la peripecia de Billy y su intimidad con el halcón nos conmueven, pero lo hacen, entre otras cosas, porque el autor pinta y pinta bien el desolador paisaje humano que rodea al muchacho. Kes no es obra de un realismo puro, duro y crudo. Participa de sus ingredientes habituales, sin desdeñarlos –al contrario, poniéndolos en valor–, pero acoge, dentro de un perímetro limitado y en alternancia, el mundo particular (amenazado) del chico y el pájaro.
[caption id="attachment_1571" width="560"] Una imagen de Kes de Ken Loach[/caption]
Leamos esto: “El sol había salido y la banda de nubes que se divisaba al este se había angostado hasta convertirse en una delgada línea en el horizonte, despejando completamente la bóveda celeste. Soplaba una brisa pura y sosegada y los trinos de las alondras flotaban sobre los campos de heno, los cuales se extendían a ambos costados del sendero. Amplias erupciones de ranúnculos crecían en los prados, y entre la mezcla de tonos verdes y amarillos, pequeñas margaritas enseñaban sus rostros blancos, que contrastaban con el alazán de las acederas…”.
Por esos campos corretea Billy. La minería, como recordó una vez Hines, no tiene por qué estar reñida con una naturaleza amable alrededor. Hines, que dialoga mucho y muy bien y que ofrece escenas de justo dramatismo, nos recuerda en Kes que, ojo, el realismo –como venía sucediendo desde el XIX– no es o no tiene por qué ser una escritura unida a la mera acumulación de miseria y sordidez como, de tanto en tanto, somos dados a pensar.