[caption id="attachment_1830" width="560"]
Se nos da una fecha: el 10 de marzo de 2017. Ese día, el narrador abre una carpeta y, antes de destruir todas sus anotaciones, incorpora a la novela, como ya hiciera treinta años atrás, algunos apuntes escritos en sus cuadernos en 1965. Sus evocaciones, sino me equivoco, parten de 1959 y serpentean, con saltos atrás y adelante, por los años siguientes.
En el tiempo de arranque esencial de su relato, el narrador era un joven desorientado, que no acudía a las clases de la Sorbona en las que estaba matriculado a fin de postergar su servicio militar y se agenciaba unos francos vendiendo libros. No tenía oficio y, aún menos, beneficio. Su padre, un desconocido para él, siempre ausente, bien pudo tener algo que ver con la delincuencia del mercado negro durante la Ocupación. Su madre, semiausente y desentendida, trabajaba como actriz. El joven, solitario a la fuerza y con propensión a tocar fondo, no conocía el afecto de sus padres, pues, y, como se repite en varias ocasiones, había estado interno en un colegio de la Alta Saboya. En fin, todos estos datos, y otros más, coinciden con la vida real de Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, Francia, 1945), y vuelven a poner sobre la mesa la inspiración autobiográfica de buena parte de su obra literaria.
Recuerdos durmientes (2017) es la primera novela publicada por Modiano después de recibir en 2014 el Premio Nobel de Literatura. Con traducción de María Teresa Gallego Urrutia, acaba de ser editada por Anagrama junto a otros dos volúmenes: la pieza teatral Nuestros comienzos en la vida (2017) y el guión de la película Lacombe Lucien (1974), co-escrito con su director, Louis Malle.
Recuerdos, sí, de seis mujeres con las que el narrador se topó en los años 60, en un París preferentemente veraniego y desierto, y con las que vivió situaciones extrañas e incómodas. Una de ellas lo involucró en un crimen que, según todos los indicios, ella había cometido. Situaciones extrañas, sí, y personajes extraños en ese París pródigo en fantasmas y misterios que incentiva la arraigada vocación del protagonista –y no sólo de él– por las fugas y las desapariciones. Tiempos de malos pasos y de huellas que se dejan o se siguen, tiempos de miedo y de culpa, tiempos que requieren de explicaciones que no siempre se obtienen aunque se busquen. Hombres y, sobre todo, mujeres que acaban siendo y mostrando “el alma de los sitios”. El alma de París.
Estamos, en efecto, en la delgada línea que separa la autobiografía de la ficción. Y estamos en lo que casi es lo mismo: el estrecho límite entre la realidad y el sueño. Cuando el narrador introduce en su novela las notas de sus cuadernos, dice: “Así no se sabrá si pertenecen a la realidad o al ámbito del sueño”. El protagonista tiene también sueños –pesadillas, más bien- y sus “recuerdos durmientes”, que intenta poner en claro, tienen a veces la atmósfera y las trazas de los sueños.
Entre los libros que lee y cita el narrador, está Los sueños y cómo dirigirlos(1867), de Hervey de Saint-Denys (1822-1892), obra que adiestra en la posibilidad de manejar, de conducir, de cambiar la trama de los sueños. Tal vez, la literatura sea una forma de manipular los sueños. También el libro, por cierto, alude con notoriedad al famoso gurú místico George Gurdjieff (1866-1949), a sus doctrinas y a sus “grupos”, que estos días han estado –o están- de actualidad por el sobrenombre que utilizaba el líder de una secta y presunto secuestrador de una joven española en Perú.
En un momento dado, nos dice el narrador: “Intento ordenar los recuerdos. Cada uno es la pieza de un puzle, pero faltan muchos, así que la mayoría se quedan aislados. A veces, consigo juntar tres o cuatro, pero no más. Entonces anoto retazos que vuelven en desorden, listas de nombres y de frases muy breves. Deseo que estos nombres, como si fueran imanes, tiren de otros hasta la superficie y que esos fragmentos de frase acaben por formar párrafos y capítulos que se vayan encadenando”.
Seguramente, en estas líneas, Patrick Modiano nos explica el procedimiento que ha seguido para elaborar Recuerdos durmientes y esboza una descripción del armazón estructural de la novela. Puzle, sí, caleidoscopio, mosaico, si se quiere, en el que las teselas, más que unidas por un fuerte conglomerante, están vinculadas por el dibujo que acaban formando, por la unidad poética de su sentido y significado.
Por lo demás, Recuerdos durmientes es una pieza breve, una “nouvelle” que no llega a las cien páginas. Pieza pequeña, pero no menor, como uno de esos frasquitos que no parecen gran cosa, pero de los que emerge un perfume intenso y seductor. Al principio, como sucede en otras novelas de Patrick Modiano, uno empieza a preguntarse adónde irá a parar –si es que va a ir a parar a algún sitio– lo que el escritor nos cuenta, pero ese momento es justamente el que precede al sentimiento de que esa pregunta sobra porque ya somos prisioneros del relato. Ya formamos parte de él, diría yo.