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El crítico y poeta Juan Marqués menciona en su prólogo a Caminar a Karl Gottlob Schelle (1777-1825) después de establecer unas distinciones entre caminar, precisamente, y pasear. Hace cuatro años, me ocupé aquí de El arte de pasear (Díaz & Pons Editores), libro del escritor y filósofo alemán publicado hacia 1802. Schelle, amigo de Kant y muy admirado –y citado– por Goethe, acabó por desgracia sus días en un manicomio, pero antes escribió el mencionado tratado, muy completo y muy concreto, lleno de pautas y recomendaciones, muy bien escrito, y en el que, entre otras muchas diferencias respecto al libro que ahora comentaremos, el autor aborda el paseo por la ciudad. Ya entonces apuntaba yo la creciente concurrencia de bibliografía sobre el caminar y el pasear, que no ha dejado de aumentar.
En Caminar no se contempla el paseo por la ciudad, sino la marcha o la excursión campestres. Editado por Nórdica, con traducción de Enrique Maldonado Roldán e ilustraciones de Juan Palomino, Caminar reúne dos breves ensayos o extensos artículos del inglés William Hazlitt (1778-1830) y del escocés Robert Louis Stevenson (1850-1894). El autor de La isla del tesoro cita y glosa con reverencia el texto de Hazlitt, exponiendo sus mayoritarias coincidencias y alguna ligera discrepancia: ¡nada de correr ni de saltar durante las caminatas!
Hazlitt fue crítico literario, pintor y ensayista experto en Shakespeare –como se comprueba en el libro–, además de un hombre de ideas revolucionarias. En De las excursiones a pie –título de su texto– se muestra partidario de caminar en solitario y con libertad, sin conversar ni comentar con nadie, durante unas tres horas y sin hacer gran esfuerzo físico. La muy desaconsejable compañía –que forzosamente ha de interferir en las percepciones de uno– sólo presenta, a juicio de Hazlitt, dos excepciones: las excursiones en un país extranjero (desearía oír su propia lengua en boca de un acompañante) y aquellas otras que incluyan visitas a ruinas, monumentos o exposiciones (durante las cuales el intercambio de pareceres es plausible). Llegado a la posada de turno, Hazlitt aboga por degustar la experiencia vivida mediante el silencio y la meditación, sin entregarse a una “charla vana” con cualquiera.
Stevenson, por su parte, en Caminatas, empieza por decir, vaya por Dios, que no hay sitio mejor para observar la naturaleza que un vagón de tren. Pero, puestos a caminar, nada de buscar lo pintoresco. De lo que se trata es de atesorar “agradables estados de ánimo”. En lo esencial –soledad, nada de conversación, tres horas de marcha, poco desgaste–, Stevenson se muestra de acuerdo con su venerado Hazlitt, si bien introduce una novedad digna de mención: se pone lírico y afirma que, en lo alto de una colina o bajo árboles frondosos, nada hay tan placentero como detenerse, contemplar, oír y… fumar una pipa. No sé yo si el fumador Stevenson, que tanto goza al dejar de andar, era, en verdad, un firme partidario de las caminatas. No, al menos, según el imperativo actual: ¡nada de fumar!
Tanto Hazlitt como Stevenson recurren en sus textos a citas de libros y escritores, y ambos acarician la expectativa de leer al final de la jornada en la posada: Tristram Shandy, de Laurence Sterne. ¡Gran recomendación!
Ciertamente, los dos proclaman el placer de caminar por el campo, pero ninguno de los dos omite su anhelo de la recompensa última. Hazlitt nos hace salivar con su cena ideal: “¡huevos y una lonja de tocino, un conejo cubierto de cebolla o una estupenda chuleta de ternera!” Hazlitt, desde luego, no piensa en caminar para adelgazar.
Stevenson, tampoco. Nos oculta su menú preferido en la posada, y añade: “Pero es por la noche, después de la cena, cuando llega la mejor hora. No hay otra pipa que fumar como las que siguen a un buen día de marcha; el sabor del tabaco es algo digno de ser recordado, tan seco y aromático, tan intenso y delicado. Si damos por terminada la noche con grog, sentiremos que no hubo nunca uno como éste; con cada sorbo una feliz tranquilidad se despliega por los miembros y se asienta con suavidad en el corazón”.
¡Y tanto! El grog, como el lector sabrá, es, más o menos, una mezcla de ron, zumo de lima o limón, canela y agua. El añadido del agua se impuso en la Marina británica para que los marineros no se cogieran unas curdas tremendas sólo a base de ron negro. Parece ser que del grog viene la expresión estar o caer grogui…Tocino y chuletas, copazo y tabaco… Hazlitt y Stevenson se libraron de las tabarras actuales sobre el caminar y la vida sana. Claro que Hazlitt murió con 52 y Stevenson con 44 años. ¿De tanto andar?