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El narrador de Punin y Baburin, en la primera línea de su relato, dice ser un hombre mayor y enfermo que piensa más que nunca en la muerte. Esta penosa situación marca el tono de la novela, la tristeza y el pesimismo que habitualmente se atribuyen a la obra y a la personalidad de Iván Turguénev (1818-1883).
Al evocar su infancia, nada más iniciar su historia, el mencionado narrador se sitúa en la rica hacienda familiar, en 1830, cuando tenía doce años. Es, exactamente, la edad que tenía Turguénev en idéntica fecha y en idéntico escenario, lo cual es el primer indicio del fuerte carácter autobiográfico de Punin y Baburin, que ahora edita Nórdica, por primera vez en castellano, con traducción de Marta Sánchez-Nieves y presentación de Juan Eduardo Zúñiga.
El escritor publicó esta novela corta en 1874, nueve años antes de su muerte, cuando tenía cincuenta y seis, edad avanzada para la época. En un momento del relato se llama “viejo” a Baburin cuando tiene cuarenta y tres años.
Punin y Baburin transcurre, en cuatro partes, entre 1830 y 1861, entre los comienzos del reinado del zar Nicolás I y los comienzos en el trono imperial de su sucesor, Alejandro II, años convulsos, tiempo de insurgencias revolucionarias y fuerte represión, tiempo también de auge de la gran literatura rusa. Estos dos aspectos quedan reflejados en el primer plano de Punin y Baburin.
[caption id="attachment_1889" width="240"]La novela tiene –con un quinto más episódico– cuatro personajes principales, además, claro, del propio narrador. En primer lugar, la feroz abuela, directamente inspirada en las despóticas madre y abuela de Turguénev, que trata con tiránica crueldad a sus siervos y que deja sentado el estatuto de clases, la explotación a la que los terratenientes rusos sometían a sus esclavos, tratados como súbditos. Es significativo que la novela termine, en lo histórico, con la (imperfecta) abolición de la servidumbre por Alejandro II en 1861.
En la “extraña pareja” formada por Punin y Baburin, el primero es una especie de bondadoso y fiel escudero del segundo, un infeliz (carente de malicia) capaz de la alegría y lleno de fantasía, que estimula la afición a la literatura del narrador cuando es niño y cuando, brevemente, está empleado con su amigo Baburin en la hacienda familiar. Juntos leen, por ejemplo, Rossiada (1778), el poema épico de Mijaíl Jeráskov (1733-1807), que tanto incentivó la vocación literaria de Turguénev. Hay un momento en el que el niño pregunta a Punin si lee a Aleksandr Pushkin (1799-1837), tan influyente en Turguénev (Diario de un hombre superfluo, por ejemplo) y tan citado por él en sus obras, y Punin, sorprendentemente, dice: "Pushkin es una serpiente oculta entre ramas verdes a la que se le ha concedido voz de ruiseñor”.
El errabundo Baburin, que sobrevive con los empleos que se le presentan, hombre culto y preparado, seguidor del estoicismo de Zenón, es un republicano que representa con sus planteamientos y su activismo a un sector de los reformistas o revolucionarios del momento. Su dignidad esencial será cuestionada, por narcisista, por el amigo del narrador.
Y, por último, está Muza –¿musa?–, la hermosa joven de la que todos –menos Punin– estarán enamorados, una muchacha que deberá elegir, no sin dilemas, vacilaciones y rectificaciones, su destino sentimental y vital equilibrando sus preferencias con sus reflexiones morales, reflexiones –¿qué hacer?– que también competen a los otros personajes y que dan fuste a la novela.
Realista, aunque con efluvios románticos, Punin y Baburin, con su trasfondo histórico y sus referencias literarias, es, a la postre, un drama que, inserto en las circunstancia sociales y políticas de más de treinta años de la vida rusa, aborda con pensamiento sombrío la dificultad de abrazar un destino individual y colectivo justo y feliz.
El narrador describe, muy al principio, el jardín de la hacienda de su abuela, y dice: “En la cabecera del estanque había una salceda frondosa; más arriba, a ambos costados de una pendiente, se extendían matas densas de avellano, saúco, madreselvas, endrinos…y en la parte baja habían brotado brezo y apio de monte. Solo en algunos lugares entre los arbustos resaltaban unos claros diminutos de hierba fina y sedosa, color verde esmeralda, y entre la que se asomaban, con su divertida mezcla de sombreritos rosa, lila y pajizo, hongos “russula” achaparrados y se encendían cual manchas claras las bolitas doradas de la “ceguera de gallina”. Aquí todas las primaveras cantaban los ruiseñores, silbaban los mirlos, se oía el cucú de los cuclillos…”
Estas líneas, ciertamente, no son en absoluto representativas del estilo utilizado por Turguénev en Punin y Baburin. Queden aquí, no obstante, como una muestra de las líricas habilidades descriptivas desplegadas por el escritor ruso en el conjunto de su obra y, sí, como deliberada alusión del narrador a un paraíso perdido de la infancia. La infancia de un niño rico, claro.