Disponemos de una excelente edición de los Cuentos completos de Katherine Mansfield (1888-1923), publicada por Alba con los setenta y tres relatos acabados que, recogidos en cinco libros, llegó a difundir en su breve existencia –murió de tuberculosis- la escritora neozelandesa, inserta en una modernidad literaria próxima a Virginia Woolf, con quien mantuvo una corta y no siempre cómoda relación de amistad.
En 1922, Mansfield, ya muy enferma, publicó La fiesta en el jardín y otros cuentos, del que ahora Nórdica ha escogido dos relatos: La fiesta en el jardín y La señorita Brill. La traducción es de Carmen Bueno y las ilustraciones, muy acordes con el espíritu y la atmósfera de los cuentos, son de Magdalena Palmer.
Se trata, obviamente, de una muy pequeña muestra de los contenidos y las estrategias narrativas de Mansfield, pero la escueta selección tiene la doble virtud de proporcionar un placer neto y concentrado al lector y de representar muy bien algunas constantes de la escritora.
La fiesta en el jardín y La señorita Brill tienen algo muy significativo en común y ese algo es, en efecto, muy propio de la mirada habitual de Mansfield: se describe un mundo amable, feliz y apacible, propio de la burguesía instalada, para, al fin, descubrir otra realidad cercana e ingrata que malogra, en la conciencia de sus protagonistas, la sensación de vivir en un orden feliz. El resultado para el lector no es otro que el de pasar de una sensación de esencial confortabilidad a otra de dolor y amargura, tránsito paralelo al de las dos mujeres que protagonizan los cuentos.
En La fiesta en el jardín, la ya algo inconformista (pero domesticada) Laura prepara con su familia y sus criados una celebración: la carpa, los pastelillos de nata, los emparedados, los lirios de agua, el piano, la ropa más favorecedora…Pero, de pronto, una incidencia le hará sentir la proximidad de la muerte y de la miseria de otra clase social.
En La señorita Brill, en un día de domingo igualmente espléndido, una dama disfruta como de costumbre, engalanada con su querida estola de armiño –sutil co-protagonista del relato-, del habitual concierto de una banda en el templete de un agradable parque. Miss Brill da como bueno el panorama que le rodea, algo abundante en personas de edad avanzada, incluso cuando llega a tener la extraña sensación de que todos –no sólo los músicos- son intérpretes, actores y actrices de una representación. Pero el inesperado comentario de una joven pareja le llevará a hacerse cargo de su soledad y del destructivo paso del tiempo.
La dialéctica entre el interior y el exterior, entre lo psicológico y lo social y entre universos opuestos gobierna estos dos cuentos que, con una técnica impresionista, desvelan la fragilidad y vulnerabilidad de todo estatuto aceptado, que puede tambalearse ante la irrupción de otro estado de cosas ignorado.
En La fiesta en el jardín, Mansfield deja patente el conformismo burgués, su paternalismo frente a la desgracia ajena, su propósito de que nada empañe su burbuja de felicidad. Pero Laura insiste en asomarse a una cercana realidad que no desconocía, aunque no había tenido ojos claros para ella: “Eran unas casuchas míseras pintadas de color chocolate. En sus jardines solo había tronchos de repollo, gallinas enfermas y latas de tomate. Hasta el humo que salía de sus casas era miserable: harapos y jirones de humo, nada que ver con las grandes espirales plateadas que ascendían de las chimeneas de los Sheridan. En aquel callejón vivían lavanderas, barrenderos, un zapatero y un hombre cuya fachada estaba tachonada de diminutas jaulas de pájaros. Había niños por todas partes. Cuando eran pequeños, los Sheridan tenían prohibido pisarlo por el lenguaje ofensivo que podían oír y las enfermedades que les podían contagiar”.
Ni siquiera el humo de las chimeneas es igual en todas las casas. Y los Sheridan, preocupados por sus hijos, no percibían dónde radicaba la auténtica ofensa y la verdadera enfermedad. El azar tiene la capacidad de provocar grandes revelaciones, de poner en evidencia la debilidad insostenible de una situación asumida como estable y normal.