Javier Gomá y el Elogio de la Ingenuidad
Su obra teatral Quiero cansarme contigo prolonga las reflexiones filosóficas sobre la ejemplaridad, a las que ya ha dedicado cinco libros
Javier Gomá (Bilbao, 1965) reclama su condición primigenia de escritor. Antes que filósofo se ve a sí mismo como literato y, siendo filósofo como es, sostiene que el afán por producir una buena literatura está en la base o es la condición de sus textos filosóficos.
El monólogo Inconsolable -escrito por Gomá tras la inesperada muerte de su padre, publicado en el libro La imagen de tu vida (Galaxia Gutenberg) y estrenado en el María Guerrero en 2017- fue su primera aportación al teatro, que ahora se prolonga con la comedia en cuatro actos Quiero cansarme contigo o el peligro de las buenas compañías (Pre-Textos). Esta pieza, según se nos informa en la solapa, forma parte con Inconsolable de una trilogía titulada Un hombre de cincuenta años, completada con Las lágrimas de Jerjes, obra que desconocemos. El ante todo escritor se afianza, pues, en su oficio con el cultivo de un género de ficción, canónicamente literario, como es el teatro.
Al mismo tiempo, Quiero cansarme contigo prolonga las reflexiones filosóficas de Javier Gomá sobre la ejemplaridad, a las que ya ha dedicado cinco libros. ¿Teatro filosófico?, ¿teatro de ideas? Sea lo que fuere, Quiero cansarme contigo no querría ser, en intención de su autor, una mera ilustración de conceptos filosóficos.
Para ello, cumpliendo con las reglas del teatro, se pone en pie y se desarrolla una trama, básicamente adscrita a la comedia de enredo. Tristán, abogado de éxito, recibe un aluvión de reproches por parte de su esposa, Lola, profesora de filosofía, cuando ambos se encaminan a cenar a casa de sus cuñados: Julia, hermana de Lola, y Félix, en situación de parado. A Tristán le agobia y le irrita que este tal Félix sea considerado por Lola como una especie de hombre ideal, un dechado de bondades y virtudes, siempre puesto por ella como ejemplo a imitar.
De esta presunta ejemplaridad de Félix, brota el primer envite de Tristán y de la obra, que discurre retóricamente sobre los efectos indeseables que puede causar el Bien: “todo el mundo nos previene contra las malas compañías pero muy pocos o nadie contra las buenas. Y mi experiencia me ha enseñado que las buenas acaban siendo más peligrosas”, se apresura a dejar claro Tristán. Cínico o no, Tristán detesta ser comparado con la personificación misma de la Virtud Irreprochable que es Félix. Tener siempre cerca a un Don Perfecto le supone a Tristán una presión que le mata, y en ello radican “los efectos devastadores de la Virtud”, cuyo brillo obliga y desmoraliza. Tristán llega a decir que a sus hijos les dará una importante lección de vida: “siempre que podáis, les diré, rodeaos de pésimos ejemplos. Son garantía de paz y sosiego. Los buenos dan demasiados problemas”.
Recién llegados Tristán y Lola a la casa de sus cuñados, y tras recibir aquél una enmienda a la totalidad por parte de ésta, la aparición en escena del ejemplar Félix – conocido el punto de vista del vituperado marido- abre las expectativas ante el desarrollo del conflicto de antagonismos que ha de desarrollarse.
Gomá, como es natural, echa mano de los recursos de la comedia teatral: sorpresas, giros, malentendidos, situaciones equívocas, suplantaciones de personalidad, apartes, secretos, información desigualmente compartida por los personajes sobre lo que sucede o va a suceder…En efecto, no se trata aquí de exponer y contrastar ideas al modo de los diálogos platónicos –aunque también se exponen y se contrastan ideas-, sino de construir un artefacto argumental que, con sus novedades y rumbos inesperados, mantenga la atención del lector y propicie su instructivo entretenimiento.
Del comportamiento de ese artefacto bien tramado, el lector –o futuro espectador- habrá de disculpar, a mi juicio, la inverosimilitud de ciertos hechos que Julia, la cuñada de Tristán, protagoniza, la aceleración y adelgazamiento que sufren los lances que conducen al desenlace y también la manera un tanto epifánica en la que el conflicto central se supera en orden al preceptivo final feliz de la comedia.
Igualmente, me parecen excesivas las alusiones en el interior del texto a la risa, al humor y al carácter chistoso de Tristán –no muy afortunado en el caso de Azaña y la miss-, cuando la obra tiene su propio humor, el derivado del ingenio del autor a la hora de expresar ideas y sentencias sobre asuntos diversos en los diálogos. No comparto, por cierto, el criterio de Gomá cuando pone en cursiva –y dentro de un lenguaje rico y esmerado- los coloquialismos, tópicos o frases hechas que utilizan sus personajes. Esa señalización ensucia el texto.
Gomá emplea en los diálogos un lenguaje culto y refinado, por encima de cualquier naturalismo o realismo, con frecuencia con largos parlamentos. Este lenguaje –esta retórica- quiere apuntar y apunta, aunque con ecos de la commedia dell’arte, la shakespeariana y la del Siglo de Oro, a la comedia neoclásica francesa. No hay problema. El lector entiende desde el principio este guiño, este juego casi metateatral, entre un lenguaje digamos que clasicista al servicio de las peripecias de unos personajes actuales, adscritos, eso sí, a una pequeña burguesía convencional o, si se prefiere, más conservadora de lo que ella misma se imagina.
Quiero cansarme contigo es un navío sobre la ejemplaridad que lleva en su bodega un tema polizón: el elogio del matrimonio y el descrédito del divorcio, asunto vinculado a un fácil desistimiento que, personificado por el padre de Tristán, causó en éste heridas que permanecen abiertas.
En la introducción al texto, Gomá explica su apuesta por un “teatro de la dignidad”. Este teatro de la dignidad busca el espíritu de lo clásico tal como lo entendía Goethe, como “fuerte, fresco y sano”, y requiere, a juicio del autor, tanto de mostrar el mundo lejos de la caricatura y la anomalía como de perseguir el logro de un estilo artístico: “dignificar los asuntos y dignificar la forma”, dice Gomá.
Tristán, que se revela más filósofo que Lola, su mujer, profesional del ramo, concluye (y Gomá con él): “Se trata de un ideal tan bello como conflictivo que inmediatamente convoca a enemigos feroces. Habrá quien se ría de mí, no faltará quien quiera partirme la cara. Me da igual. Prefiero que me engañen los hombres a desconfiar de ellos. Prefiero pasarme de idealista a pasarme de listo. Llamadme iluso, llamadme ingenuo. No me importa. Al revés, estoy más convencido que nunca de que la Inteligencia está sobrevalorada y que sólo funciona correctamente cuando se inclina ante la Ingenuidad, fuente de la verdadera sabiduría del corazón".
“Quiero cansarme contigo” se consuma así como un Elogio de la Ingenuidad. Sería interesante saber si, en efecto, el corazón ingenuo puede contagiar su ingenuidad a la Razón. Si la Razón Ingenua puede recibir, entre otros, el nombre de Idealismo.